El viaje en avión había sido inolvidable, pues
por primera vez no me sentí observada y tuve un vuelo tranquilo, como cualquier
otra persona. Tanto Ruth como yo nos sentamos juntas y nos quedamos dormidas, al
igual que la mayoría de los pasajeros. Tras unas horas de descanso, me desvelé
a causa de pequeñas turbulencias que me movieron en el asiento.
Le pedí una botella de agua a una azafata, que la
trajo inmediatamente y se me quedó mirando. Asustada, volví la cara hacia la
ventana. ¿Me habría reconocido? Imposible, si ni siquiera Ruth lo había
conseguido el día anterior. Miré por el rabillo del ojo a la azafata que se había
dejado de caer en la cabecera del asiento de Ruth. Mantenía una charla con un
chico, que a juzgar por su voz, debía tener dos o tres años más que yo como
mucho, y juraría que no era americano.
Dejé mi cuerpo relajado y me deslicé un poco por
el asiento, suspirando tranquila. No me había descubierto. Abrí la pequeña
botella que tenía entre mis manos y tomé un largo sorbo de agua. En cuanto la
cerré y me giré para dejarla sobre el regazo de Ruth, observé que la azafata
volvía a mirarme curiosa.
La joven se agachó un poco acercándose a mí con
una sonrisa, pero con cuidado de no caer encima de Ruth, que seguía dormida.
-¿Habla español señorita? –preguntó en un
perfecto inglés. Asentí sonriendo y se volvió hacia el joven asintiéndole a una
pregunta que yo no le había oído formular.
-¿Vas a Sevilla tú también? –la azafata se apartó
y lo pude ver. Era el chico el que me había hablado. Un joven poco mayor que
yo, con el pelo oscuro y alborotado (le sentaba de maravilla). Pero lo que más
llamaba la atención de aquél chico eran sus ojos verdes, tan claros como el
agua de las playas Caribeñas, tan cristalinos que parecía que podrías llegar a
ver su alma a través de ellos.
-Sí, voy a Sevilla –recordé que tenía que
responder en Español, por lo que me paré buscando las palabras adecuadas, lo
cual no resultó muy difícil. No había perdido práctica.
-¿De vacaciones o te mudas allí? –prosiguió el
chico con sus preguntas. Me moví un poco incómoda en el asiento. ¿Le
contestaba? ¿Por qué no?
-Me voy a mudar un tiempo. Son como unas
vacaciones largas –le expliqué. El chico sonrió.
-Estoy seguro de que te encantará Sevilla. Es una
ciudad preciosa –se hizo un silencio. Pensaba que ya había terminado de hablar,
pero no-. ¿Has encontrado ya piso?
-Sí, en el polígono de San Pablo, la “Calle
Seguirilla” –leí en uno de los muchos papeles que tenía entre las manos, con direcciones,
la identidad, el permiso de conducir, etc.
-Yo vivo relativamente cerca, en la calle “José
Luis de Casso” –me encogí de hombros- En la “Avenida de Eduardo Dato” –volví a
encogerme de hombros dándole a entender que no tenía ni idea.
-Es la primera vez que viajo a Sevilla –le aclaré.
-Pues esta también ha sido la primera vez que he
viajado a América y me ha encantado –argumentó el joven.
-¿Dónde has estado? –empezaba a sentir algo de
curiosidad por aquél chico tan amigable.
-Estuve de intercambio en Nueva York… -se quedó
pensativo y miró hacia el techo como intentando recordar algo- no me acuerdo de
la calle donde estuve –rió tímido y se sonrojó.
-Nueva York es una ciudad fantástica, puedes
encontrar lo que quieras allí –le comenté-. Pero también hay que admitir que es
muy agobiante.
-Demasiado. No había quien durmiera con tanto tráfico
–suspiró recordando las noches que se habría pasado sin poder dormir más de
cinco minutos seguidos. Sí, Nueva York era estresante.
-Una pregunta… ¿Sólo estuviste en Nueva York?
-Eso te iba a contar ahora –rió mostrando unos
dientes blancos y bien alineados. Dentadura perfecta-. Mis padres me enviaron
dinero y decidí que lo mejor era gastarlo en unas vacaciones, así que compré el
primer billete a Florida. ¿Y tú dónde vives?
Pensé antes de decirle cualquier respuesta, pues
realmente había cambiado tantas veces de casa que me costaba acordarme de la
ubicación de cada una.
-Mi casa actual está en Los Ángeles, pero tengo
otra en Miami, en Phoenix y la de mis padres, en Canadá –se le abrieron los
ojos hasta un punto en el que parecía que se iban a salir de sus órbitas.
-Por curiosidad… tú no serás de la mafia, o estarás
metida en asuntos de droga ¿no? –preguntó en un susurro pero con una sonrisa cómplice.
-Sí, pero no digas nada –le hice un gesto con la
mano para que se acercase un poco más. Los dos con la cabeza asomada en el
pasillo del avión comenzamos a hablar en voz baja-. Mi padre era el jefe de la
mafia de los “Pies-Rojos”.
Vi como se mordía el labio intentando no reírse,
aunque tengo que admitir que yo también tuve que contener la risa.
-¿Los pies rojos? –me preguntó mirando hacia los
lados para asegurarse de que nadie nos miraba.
-Sí, mi padre torturaba a aquellos que le
defraudan o se volvían contra él –murmuré-. ¿Sabes lo que les hace? –le pregunté
observando cada una de sus reacciones. Negó con la cabeza y encontré frente a mí
aquél par de ojos verdes. Hermosos. Sacudí un poco la cabeza y volví a
mirarlo-. Les obliga a llevar una noche entera zapatos dos números más pequeños
que su pie –dije como si aquello fuera lo más horrible que se le pudiera hacer
a un ser humano.
-¡Guau! No me gustaría tener que enfrentarme a tu
padre –rió y contagiada por la risa, lo imité. La azafata nos miró frunciendo
el ceño y seguidamente se llevó el dedo a los labios, haciéndonos una señal
para que nos calláramos.
Le dediqué una sonrisa a aquél chico tan peculiar
antes de incorporarme en mi asiento. Miré la hora. Estábamos a punto de
aterrizar según mis cálculos. En la pantalla apareció un aviso de aterrizaje. Lo sabía, pensé. Mis cálculos nunca
fallaban. Nos indicaron que apagásemos los aparatos electrónicos y que nos
mantuviésemos en los asientos.
Agarré a Ruth por el hombro y la moví suavemente
para que se despertara. Poco a poco fue separando los párpados y dejando
entrever aquél par de ojos grises que siempre había envidiado. Estiró los
brazos y bostezó. Volví a erguirme y miré por la ventanilla. Ya casi tocábamos
el suelo. Las ruedas rozaron el asfalto. Un aterrizaje perfecto.
Salimos del avión todos los pasajeros y agarré a
Ruth de la mano, caminando hacia donde teníamos que recoger las maletas. Justo
antes de entrar abandonar la pista escuché pasos rápidos y unas ruedas detrás
de nosotras, que se acercaban rápidamente. Me giré y no pude evitar sonreír. El
chico con el que había hablado había venido corriendo detrás de nosotras y
estaba jadeando. Con una mano en el pecho levantó la cabeza y me devolvió la
sonrisa.
-Perdona por correr detrás de ti, pero… bueno… me
preguntaba si... –pestañeé sin comprender nada. ¿Qué estaba diciendo? Miré a
Ruth para que me ayudara.
-No sabe como preguntarte algo –susurró a mi oído.
Reí mirando al chico y se sonrojó.
-Que tu padre sea el jefe de una mafia, además de
un gran torturador, no te da derecho a reírte de mí –refunfuñó intentando
hacerme creer que se había enfadado. Ruth nos miró sin comprender nada.
-Cierto, cierto –admití recuperándome de la risa.
Respiré hondo y volví a mirarlo-. Perdón por reírme, pero ella me ha dicho que
te has quedado “pillado” –señalé a Ruth y el chico le dirigió una mirada
acusadora.
-Tiene razón. Sólo quería saber tu nombre. Nos
hemos llevado más de dos horas hablando en el avión y no se me ha ocurrido
preguntártelo –declaró el joven sin apartar la mirada.
Medité la respuesta para no cagarla. Recordé las
veces que había estado ensayando este momento, pues ya no era Nicki, sino…
¡Sara! Sí, eso, Sara era mi nuevo nombre.
-Me llamo Sara, ¿y tú?
-Yo Sergio, encantado de haberte conocido –dos
leves roces en mis mejillas sellaron aquella presentación.
Ruth nos miraba cruzada de brazos e
inmediatamente reaccioné.
-Ella es Ruth –se dieron dos besos y sonrieron.
-Un poco más y me habría presentado yo misma –reímos
los tres y Sergio se agachó a coger su pequeña maleta de mano.
-Entonces encantado de conoceros a las dos. Nos
veremos pronto –afirmó.
-¡Eso espero! –exclamé con una sonrisa.
-Te lo aseguro –volvió a afirmar guiñándome un
ojo. Sin perder la sonrisa nos rodeó y siguió su camino hasta el interior del
aeropuerto. Cuando estaba lo suficientemente alejado se volvió y se despidió
alzando la mano y dedicándonos una última sonrisa.
Miré a Ruth y reímos las dos.
-¡No me lo puedo creer Nicki! –Exclamó- ¡Has
estado ligando en el avión mientras yo estaba dormida! Y además está tremendísimo…
Es un bombón.
-¡Shh! –hice un gesto para que hablara más bajo-
Ruth, me llamo Sara. “S-A-R-A” –puntualicé-. No he ligado, solo fue amable
conmigo. Y sí, en lo último estoy de acuerdo, Sergio está buenísimo.
Comenzamos a reírnos y a caminar hasta el
interior del aeropuerto, donde nos esperaban las maletas y un par de hombres
que las llevarían hasta el coche que nos esperaba fuera.
Allí estaban, las maletas y dos hombres fornidos
con un cartel donde ponía: Sara y Ruth.
Uno de ellos, más alto que el otro, llevaba el
pelo largo y algo enredado recogido en una coleta. El otro sin embargo era
completamente calvo, pero lo que más le caracterizaba era la barba negra que
cubría su mentón y se unía con sus patillas. El primero, iba vestido con una
camisa blanca lisa y unos vaqueros rotos, terminando el "look" con unas deportivas Nike negras. El
otro, más bajo y fornido, llevaba una camisa de cuadros negros y blancos, así
como unos pantalones chinos de color negro con unos mocasines a juego.
Cuando íbamos hacia ellos, Ruth se acercó a mí.
-Qué pena que ninguno esté bueno –se lamentó. Sin
hacerle caso, seguí hacia delante y les dije cuáles eran nuestras maletas.
Obedientes, fueron a por ellas y nosotras los
seguimos hasta el coche. Nos montamos para que nos condujeran hasta el piso que habíamos
alquilado. Arrancó el motor y nos pusimos en marcha. Observé embelesada las
calles, la gente caminar, los bares, las tiendas, las parejas… Todo en aquella
ciudad era precioso.
Ruth miraba por la otra ventana. Sabía que le
gustaría. Pero, poco a poco, el paisaje fue cambiando. Las calles se hacían más
estrechas y los edificios estaban más descuidados. Un grupo de chicos estaba
reunido en círculo. Todos se giraron al ver el coche. Dos de ellos estaban fumándose
un porro mientras los demás, seguramente, esperaban su turno. Sin apartarnos la
mirada, siguieron el coche hasta que los perdimos de vista en una esquina.
Suspiré aliviada de que no viviéramos allí, pero
cuando ya estaba celebrando interiormente que no tendría que aguantar vivir en
aquél lugar, el coche se paró. Ruth y yo nos miramos, como si nos hubiésemos leído
la mente. A ver, yo no era una chica con prejuicios, pero aquello ya era
demasiado, Robert se había pasado enviándonos allí.
-Vamos a ir subiendo las maletas al piso –dijo el
hombre calvo alentando a su compañero.
Bajamos todos del coche y mientras Ruth y yo mirábamos
a nuestro alrededor, ellos cogieron el equipaje y se metieron en un edificio
lleno de descuidados balcones.
-¿Dónde demonios nos ha mandado Robert? –gritó
Ruth indignada.
-Tranquila, esto… -paré intentando buscar las
palabras adecuadas para describirlo-. No está tan mal. Además, es lo que queríamos,
una vida normal, nada de lujos.
-¡Una cosa es vivir sin lujos, y otra muy
distinta, ir a parar a un barrio lleno de drogadictos! –pero sus últimas
palabras se vieron interrumpidas por algo, pues su voz se había apagado poco a
podo. Miré a mi espalda, allí donde se perdía su mirada.
Un grupo de chicos, caminaba hacia el edificio.
Uno de ellos, el que parecía ser el cabecilla, era poco mayor que yo, alto con
el pelo alborotado y rubio. Caminaba con estilo, como un felino, pero
demostrando ser líder seguido por sus súbditos. Sus vaqueros rotos y cazadora
de cuero negra le daban un aspecto aún más amenazante. Segundos antes de
atravesar la puerta, se giró mirando hacia nosotras. A pesar de aquél aspecto
de matón, su rostro no era para nada amenazante. Las facciones perfectas y sus
ojos claros podían compararse con las de un ángel.
Sus amigos se giraron también y se quedaron mirándonos.
El chico rubio le dio con el puño en el hombro a su compañero para captar la
atención de todos. Volvió a mirarnos y nos dedicó una sonrisa traviesa antes de
desaparecer con todo el grupo tras él.
-He decidido que me gusta este sitio –dijo Ruth
que aún seguía con los ojos clavados en el portal donde había entrado la
pandilla de macarras.
-No están mal los chicos –murmuré mirándola por
el rabillo del ojo.
-Están fabulosos –sentenció Ruth caminando hacia
el portal-. ¡Y vivimos en el mismo edificio! –gritó casi dando saltos de alegría.
Subimos las escaleras y nos encontramos a los
hombres que había contratado Robert para ayudarnos. Nos dieron una llave a cada
una con un llavero donde ponía: 3º A.
Llegamos hasta el piso y escuchamos un estruendo
por las escaleras de arriba. Una de dos: O alguien estaba bajando rodando, o
varios venían corriendo. Resultó ser la segunda opción, pues en cuestión de
segundos vimos corriendo escaleras abajo a tres chicos más o menos de nuestra
edad. Se iban pegando empujones y riéndose.
-Anda, coloquemos las cosas –alenté a Ruth
entrando en él piso.
Era un largo pasillo y a la derecha teníamos una
sala de estar amueblada, con un sofá azul marino, un televisor de pantalla
plana, y una mesa rodeada por cuatro sillas de madera algo gastadas. Si seguíamos
un poco adelante, a la derecha estaban las dos habitaciones, y entre estas se
encontraba el baño.
Las habitaciones eran iguales, ambas con una cama
individual y un colchón bajo esta última.
Frente a la puerta estaba el balcón y a la
derecha el armario. El baño era muy normal, con un lavabo, un inodoro y una
bañera. Todo blanco, exceptuando las paredes pintadas de un azul intenso, dando
la sensación de estar en una pecera.
Deshicimos las maletas y guardamos la ropa cada
una en su armario. Cuando terminamos, cada una salió a su balcón, que estaban a
tres metros y medio de distancia entre ellos. Le tiré un paquete a Ruth y esta
captó la indirecta. Apoyadas en el balcón, observando a la gente que caminaba
bajo nuestros pies, nos encendimos un cigarrillo y le dimos una calada a la
vez. Esa había sido, literalmente, la primera calada a nuestra nueva vida.
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Este capítulo es un poco más largo que los otros dos. Espero que os haya gustado. A partir de aqui es cuando realmente comienza la historia, cuando la trama da el giro que tantas ganas tengo que plasmar aquí. Dejad vuestros comentarios y opinión por favor, serían de gran ayuda.
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Este capítulo es un poco más largo que los otros dos. Espero que os haya gustado. A partir de aqui es cuando realmente comienza la historia, cuando la trama da el giro que tantas ganas tengo que plasmar aquí. Dejad vuestros comentarios y opinión por favor, serían de gran ayuda.
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