lunes, 2 de julio de 2012

Capítulo 3.


El viaje en avión había sido inolvidable, pues por primera vez no me sentí observada y tuve un vuelo tranquilo, como cualquier otra persona. Tanto Ruth como yo nos sentamos juntas y nos quedamos dormidas, al igual que la mayoría de los pasajeros. Tras unas horas de descanso, me desvelé a causa de pequeñas turbulencias que me movieron en el asiento.

Le pedí una botella de agua a una azafata, que la trajo inmediatamente y se me quedó mirando. Asustada, volví la cara hacia la ventana. ¿Me habría reconocido? Imposible, si ni siquiera Ruth lo había conseguido el día anterior. Miré por el rabillo del ojo a la azafata que se había dejado de caer en la cabecera del asiento de Ruth. Mantenía una charla con un chico, que a juzgar por su voz, debía tener dos o tres años más que yo como mucho, y juraría que no era americano.

Dejé mi cuerpo relajado y me deslicé un poco por el asiento, suspirando tranquila. No me había descubierto. Abrí la pequeña botella que tenía entre mis manos y tomé un largo sorbo de agua. En cuanto la cerré y me giré para dejarla sobre el regazo de Ruth, observé que la azafata volvía a mirarme curiosa.  

La joven se agachó un poco acercándose a mí con una sonrisa, pero con cuidado de no caer encima de Ruth, que seguía dormida.

-¿Habla español señorita? –preguntó en un perfecto inglés. Asentí sonriendo y se volvió hacia el joven asintiéndole a una pregunta que yo no le había oído formular.

-¿Vas a Sevilla tú también? –la azafata se apartó y lo pude ver. Era el chico el que me había hablado. Un joven poco mayor que yo, con el pelo oscuro y alborotado (le sentaba de maravilla). Pero lo que más llamaba la atención de aquél chico eran sus ojos verdes, tan claros como el agua de las playas Caribeñas, tan cristalinos que parecía que podrías llegar a ver su alma a través de ellos.

-Sí, voy a Sevilla –recordé que tenía que responder en Español, por lo que me paré buscando las palabras adecuadas, lo cual no resultó muy difícil. No había perdido práctica.

-¿De vacaciones o te mudas allí? –prosiguió el chico con sus preguntas. Me moví un poco incómoda en el asiento. ¿Le contestaba? ¿Por qué no?

-Me voy a mudar un tiempo. Son como unas vacaciones largas –le expliqué. El chico sonrió.

-Estoy seguro de que te encantará Sevilla. Es una ciudad preciosa –se hizo un silencio. Pensaba que ya había terminado de hablar, pero no-. ¿Has encontrado ya piso?

-Sí, en el polígono de San Pablo, la “Calle Seguirilla” –leí en uno de los muchos papeles que tenía entre las manos, con direcciones, la identidad, el permiso de conducir, etc.

-Yo vivo relativamente cerca, en la calle “José Luis de Casso” –me encogí de hombros- En la “Avenida de Eduardo Dato” –volví a encogerme de hombros dándole a entender que no tenía ni idea.

-Es la primera vez que viajo a Sevilla –le aclaré.

-Pues esta también ha sido la primera vez que he viajado a América y me ha encantado –argumentó el joven.

-¿Dónde has estado? –empezaba a sentir algo de curiosidad por aquél chico tan amigable.

-Estuve de intercambio en Nueva York… -se quedó pensativo y miró hacia el techo como intentando recordar algo- no me acuerdo de la calle donde estuve –rió tímido y se sonrojó.

-Nueva York es una ciudad fantástica, puedes encontrar lo que quieras allí –le comenté-. Pero también hay que admitir que es muy agobiante.

-Demasiado. No había quien durmiera con tanto tráfico –suspiró recordando las noches que se habría pasado sin poder dormir más de cinco minutos seguidos. Sí, Nueva York era estresante.

-Una pregunta… ¿Sólo estuviste en Nueva York?

-Eso te iba a contar ahora –rió mostrando unos dientes blancos y bien alineados. Dentadura perfecta-. Mis padres me enviaron dinero y decidí que lo mejor era gastarlo en unas vacaciones, así que compré el primer billete a Florida. ¿Y tú dónde vives?

Pensé antes de decirle cualquier respuesta, pues realmente había cambiado tantas veces de casa que me costaba acordarme de la ubicación de cada una.

-Mi casa actual está en Los Ángeles, pero tengo otra en Miami, en Phoenix y la de mis padres, en Canadá –se le abrieron los ojos hasta un punto en el que parecía que se iban a salir de sus órbitas.

-Por curiosidad… tú no serás de la mafia, o estarás metida en asuntos de droga ¿no? –preguntó en un susurro pero con una sonrisa cómplice.

-Sí, pero no digas nada –le hice un gesto con la mano para que se acercase un poco más. Los dos con la cabeza asomada en el pasillo del avión comenzamos a hablar en voz baja-. Mi padre era el jefe de la mafia de los “Pies-Rojos”.

Vi como se mordía el labio intentando no reírse, aunque tengo que admitir que yo también tuve que contener la risa.

-¿Los pies rojos? –me preguntó mirando hacia los lados para asegurarse de que nadie nos miraba.

-Sí, mi padre torturaba a aquellos que le defraudan o se volvían contra él –murmuré-. ¿Sabes lo que les hace? –le pregunté observando cada una de sus reacciones. Negó con la cabeza y encontré frente a mí aquél par de ojos verdes. Hermosos. Sacudí un poco la cabeza y volví a mirarlo-. Les obliga a llevar una noche entera zapatos dos números más pequeños que su pie –dije como si aquello fuera lo más horrible que se le pudiera hacer a un ser humano.

-¡Guau! No me gustaría tener que enfrentarme a tu padre –rió y contagiada por la risa, lo imité. La azafata nos miró frunciendo el ceño y seguidamente se llevó el dedo a los labios, haciéndonos una señal para que nos calláramos.

Le dediqué una sonrisa a aquél chico tan peculiar antes de incorporarme en mi asiento. Miré la hora. Estábamos a punto de aterrizar según mis cálculos. En la pantalla apareció un aviso de aterrizaje. Lo sabía, pensé. Mis cálculos nunca fallaban. Nos indicaron que apagásemos los aparatos electrónicos y que nos mantuviésemos en los asientos.

Agarré a Ruth por el hombro y la moví suavemente para que se despertara. Poco a poco fue separando los párpados y dejando entrever aquél par de ojos grises que siempre había envidiado. Estiró los brazos y bostezó. Volví a erguirme y miré por la ventanilla. Ya casi tocábamos el suelo. Las ruedas rozaron el asfalto. Un aterrizaje perfecto.

Salimos del avión todos los pasajeros y agarré a Ruth de la mano, caminando hacia donde teníamos que recoger las maletas. Justo antes de entrar abandonar la pista escuché pasos rápidos y unas ruedas detrás de nosotras, que se acercaban rápidamente. Me giré y no pude evitar sonreír. El chico con el que había hablado había venido corriendo detrás de nosotras y estaba jadeando. Con una mano en el pecho levantó la cabeza y me devolvió la sonrisa.

-Perdona por correr detrás de ti, pero… bueno… me preguntaba si... –pestañeé sin comprender nada. ¿Qué estaba diciendo? Miré a Ruth para que me ayudara.

-No sabe como preguntarte algo –susurró a mi oído. Reí mirando al chico y se sonrojó.

-Que tu padre sea el jefe de una mafia, además de un gran torturador, no te da derecho a reírte de mí –refunfuñó intentando hacerme creer que se había enfadado. Ruth nos miró sin comprender nada.

-Cierto, cierto –admití recuperándome de la risa. Respiré hondo y volví a mirarlo-. Perdón por reírme, pero ella me ha dicho que te has quedado “pillado” –señalé a Ruth y el chico le dirigió una mirada acusadora.

-Tiene razón. Sólo quería saber tu nombre. Nos hemos llevado más de dos horas hablando en el avión y no se me ha ocurrido preguntártelo –declaró el joven sin apartar la mirada.

Medité la respuesta para no cagarla. Recordé las veces que había estado ensayando este momento, pues ya no era Nicki, sino… ¡Sara! Sí, eso, Sara era mi nuevo nombre.

-Me llamo Sara, ¿y tú?

-Yo Sergio, encantado de haberte conocido –dos leves roces en mis mejillas sellaron aquella presentación.

Ruth nos miraba cruzada de brazos e inmediatamente reaccioné.

-Ella es Ruth –se dieron dos besos y sonrieron.

-Un poco más y me habría presentado yo misma –reímos los tres y Sergio se agachó a coger su pequeña maleta de mano.

-Entonces encantado de conoceros a las dos. Nos veremos pronto –afirmó.

-¡Eso espero! –exclamé con una sonrisa.

-Te lo aseguro –volvió a afirmar guiñándome un ojo. Sin perder la sonrisa nos rodeó y siguió su camino hasta el interior del aeropuerto. Cuando estaba lo suficientemente alejado se volvió y se despidió alzando la mano y dedicándonos una última sonrisa.

Miré a Ruth y reímos las dos.

-¡No me lo puedo creer Nicki! –Exclamó- ¡Has estado ligando en el avión mientras yo estaba dormida! Y además está tremendísimo… Es un bombón.

-¡Shh! –hice un gesto para que hablara más bajo- Ruth, me llamo Sara. “S-A-R-A” –puntualicé-. No he ligado, solo fue amable conmigo. Y sí, en lo último estoy de acuerdo, Sergio está buenísimo.

Comenzamos a reírnos y a caminar hasta el interior del aeropuerto, donde nos esperaban las maletas y un par de hombres que las llevarían hasta el coche que nos esperaba fuera.

Allí estaban, las maletas y dos hombres fornidos con un cartel donde ponía: Sara y Ruth.

Uno de ellos, más alto que el otro, llevaba el pelo largo y algo enredado recogido en una coleta. El otro sin embargo era completamente calvo, pero lo que más le caracterizaba era la barba negra que cubría su mentón y se unía con sus patillas. El primero, iba vestido con una camisa blanca lisa y unos vaqueros rotos, terminando el "look" con unas deportivas Nike negras. El otro, más bajo y fornido, llevaba una camisa de cuadros negros y blancos, así como unos pantalones chinos de color negro con unos mocasines a juego.

Cuando íbamos hacia ellos, Ruth se acercó a mí.

-Qué pena que ninguno esté bueno –se lamentó. Sin hacerle caso, seguí hacia delante y les dije cuáles eran nuestras maletas.

Obedientes, fueron a por ellas y nosotras los seguimos hasta el coche. Nos montamos para que nos condujeran hasta el piso que habíamos alquilado. Arrancó el motor y nos pusimos en marcha. Observé embelesada las calles, la gente caminar, los bares, las tiendas, las parejas… Todo en aquella ciudad era precioso.

Ruth miraba por la otra ventana. Sabía que le gustaría. Pero, poco a poco, el paisaje fue cambiando. Las calles se hacían más estrechas y los edificios estaban más descuidados. Un grupo de chicos estaba reunido en círculo. Todos se giraron al ver el coche. Dos de ellos estaban fumándose un porro mientras los demás, seguramente, esperaban su turno. Sin apartarnos la mirada, siguieron el coche hasta que los perdimos de vista en una esquina.

Suspiré aliviada de que no viviéramos allí, pero cuando ya estaba celebrando interiormente que no tendría que aguantar vivir en aquél lugar, el coche se paró. Ruth y yo nos miramos, como si nos hubiésemos leído la mente. A ver, yo no era una chica con prejuicios, pero aquello ya era demasiado, Robert se había pasado enviándonos allí.

-Vamos a ir subiendo las maletas al piso –dijo el hombre calvo alentando a su compañero.

Bajamos todos del coche y mientras Ruth y yo mirábamos a nuestro alrededor, ellos cogieron el equipaje y se metieron en un edificio lleno de descuidados balcones.

-¿Dónde demonios nos ha mandado Robert? –gritó Ruth indignada.

-Tranquila, esto… -paré intentando buscar las palabras adecuadas para describirlo-. No está tan mal. Además, es lo que queríamos, una vida normal, nada de lujos.

-¡Una cosa es vivir sin lujos, y otra muy distinta, ir a parar a un barrio lleno de drogadictos! –pero sus últimas palabras se vieron interrumpidas por algo, pues su voz se había apagado poco a podo. Miré a mi espalda, allí donde se perdía su mirada.

Un grupo de chicos, caminaba hacia el edificio. Uno de ellos, el que parecía ser el cabecilla, era poco mayor que yo, alto con el pelo alborotado y rubio. Caminaba con estilo, como un felino, pero demostrando ser líder seguido por sus súbditos. Sus vaqueros rotos y cazadora de cuero negra le daban un aspecto aún más amenazante. Segundos antes de atravesar la puerta, se giró mirando hacia nosotras. A pesar de aquél aspecto de matón, su rostro no era para nada amenazante. Las facciones perfectas y sus ojos claros podían compararse con las de un ángel.

Sus amigos se giraron también y se quedaron mirándonos. El chico rubio le dio con el puño en el hombro a su compañero para captar la atención de todos. Volvió a mirarnos y nos dedicó una sonrisa traviesa antes de desaparecer con todo el grupo tras él.

-He decidido que me gusta este sitio –dijo Ruth que aún seguía con los ojos clavados en el portal donde había entrado la pandilla de macarras.

-No están mal los chicos –murmuré mirándola por el rabillo del ojo.

-Están fabulosos –sentenció Ruth caminando hacia el portal-. ¡Y vivimos en el mismo edificio! –gritó casi dando saltos de alegría.

Subimos las escaleras y nos encontramos a los hombres que había contratado Robert para ayudarnos. Nos dieron una llave a cada una con un llavero donde ponía: 3º A.

Llegamos hasta el piso y escuchamos un estruendo por las escaleras de arriba. Una de dos: O alguien estaba bajando rodando, o varios venían corriendo. Resultó ser la segunda opción, pues en cuestión de segundos vimos corriendo escaleras abajo a tres chicos más o menos de nuestra edad. Se iban pegando empujones y riéndose.

-Anda, coloquemos las cosas –alenté a Ruth entrando en él piso.

Era un largo pasillo y a la derecha teníamos una sala de estar amueblada, con un sofá azul marino, un televisor de pantalla plana, y una mesa rodeada por cuatro sillas de madera algo gastadas. Si seguíamos un poco adelante, a la derecha estaban las dos habitaciones, y entre estas se encontraba el baño.

Las habitaciones eran iguales, ambas con una cama individual y un colchón bajo esta última.
Frente a la puerta estaba el balcón y a la derecha el armario. El baño era muy normal, con un lavabo, un inodoro y una bañera. Todo blanco, exceptuando las paredes pintadas de un azul intenso, dando la sensación de estar en una pecera.

Deshicimos las maletas y guardamos la ropa cada una en su armario. Cuando terminamos, cada una salió a su balcón, que estaban a tres metros y medio de distancia entre ellos. Le tiré un paquete a Ruth y esta captó la indirecta. Apoyadas en el balcón, observando a la gente que caminaba bajo nuestros pies, nos encendimos un cigarrillo y le dimos una calada a la vez. Esa había sido, literalmente, la primera calada a nuestra nueva vida.




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Este capítulo es un poco más largo que los otros dos. Espero que os haya gustado. A partir de aqui es cuando realmente comienza la historia, cuando la trama da el giro que tantas ganas tengo que plasmar aquí. Dejad vuestros comentarios y opinión por favor, serían de gran ayuda.

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