Después de toda una tarde arreglando los últimos
detalles de la instalación, Ruth y yo pudimos pensar en salir un rato. No nos
molestamos ni en cambiarnos de ropa. Ella cogió el bolso y guardó todo lo
necesario y yo me limité a meterme las llaves en el bolsillo.
Cuando estábamos listas, escuchamos como alguien
llamaba a la puerta golpeándola insistentemente. Fui corriendo a abrir mientras
Ruth se encendía otro cigarrillo y me encontré frente a un par de chicos con
chaquetas de cuero negras. Al subir la vista hacia los ojos del más alto, lo
recordé: era el cabecilla del grupo que nos encontramos al llegar.
El otro sin embargo no me resultaba familiar. Era
de mi misma estatura, con el pelo negro y excesivamente corto. Un piercing en
su ceja tapaba una pequeña parte de una cicatriz que subía por su frente. Me
miraba sonriendo y aún así me intimidaba, no sabía si era por aquella cicatriz,
por sus rasgados ojos negros, o el dragón que tenía tatuado en el cuello…
-¡Comité de bienvenida señoritas! –el chico rubio
se hizo un hueco entre yo y la puerta y entró en el piso como si fuera su casa.
El otro lo siguió imitando sus movimientos.
-¿Te acuerdas de Fran? ¿El que vivía aquí? –Le
preguntó el cabecilla a su compañero- Vaya paliza se llevó… Si es que no se
puede ser tan aguafiestas.
Entendí unas pocas palabras de las que había
dicho, entre ellas, Fran, vivía aquí, paliza…
Ruth inmediatamente me lo tradujo todo y me quedé atónita mirando a
aquél par de chicos.
-Vamos a salir –les anuncié con la esperanza de que
pillaran la indirecta. Ambos se quedaron mirándome curiosos.
-Con que inglesas… -murmuró el bajito dándole un
codazo en las costillas al rubio. Rieron mirándonos con una sonrisa pícara y
avanzaron por el pasillo.
-Solo vamos a echar un vistazo para ver que tal
todo –dijo el más alto sonriéndome. Tenía unos dientes blancos y perfectamente
alineados- ¿Me entiendes inglesita?
-Primero, te entiendo perfectamente, segundo, no
soy inglesa y tercero, fuera de mi casa, tenemos prisa –gruñí ya cabreada por
la insolencia de los dos imbéciles que se nos habían colado en casa. Ruth me
miraba divertida.
-Venga Sara, no tenemos prisa –repuso Ruth y le
dirigí una mirada asesina mostrando claramente mi oposición a que nos
quedáramos aguantando a semejantes personajes.
-Eso inglesita… -lo miré aún peor que a Ruth y el
chico rapado se rió.
-¡Joder con la nueva! –Exclamó- Tiene agallas,
Anger –el tal “Anger” chasqueó la lengua y se acercó a mí.
-Sabes que me gustan así, Gorka, no hay nada mejor
que una tía con carácter –puso un dedo bajo mi barbilla levantándome levemente
el rostro y aparté la cara inmediatamente- ¿Ves? Se me hace la dura, pero está
loquita por mi –fanfarroneó dándose la vuelta y caminando hacia la salida-
¡Vamos Gorka, que las señoritas necesitan intimidad!
Su compañero lo siguió como un fiel perrito y
antes de que ambos desaparecieran por la puerta, el rubio se giró.
-Esta noche os espero en mi casa, hacemos fiesta
–me crucé de brazos y levanté una ceja. Si se pensaba que íbamos a ir a su
casa…
-Claro, no nos vendría mal conocer a gente,
¿verdad Sara? –giré la cabeza mirando a Ruth con los ojos abiertos, pero ella
solo sonreía.
-Bien, es el último apartamento. A las doce y
media nos vemos –nos guiñó un ojo y por fin desapareció de mi vista.
Esperé a que estuvieran lo suficientemente lejos
para que no nos escucharan y cerré la puerta.
-¡Pero tú estás loca! –le grité a Ruth levantando
los brazos- No los conocemos y créeme, no son de confianza…
-Nicki, eres una desconfiada –abrí la boca para
corregirla pero me interrumpió- Perdona, Sara, pero yo quiero salir de fiesta y
conocer a ese bombón…
-¡Así que todo es por eso! ¿Te gusta un tío al
que apenas conoces y que tiene pinta de ir repartiendo palizas por ahí? –Ruth
asintió riéndose-
-No te pongas así Sara… Además, tienes que
admitir que está buenísimo y ese puntito macarra que tiene me vuelve loca
–intenté mantenerme seria pero no pude. Ruth era de lo que no había.
-¡Está bien! –Exclamé- Haremos lo que tú quieras
esta noche, pero ahora nos vamos a dar un paseo –la agarré del brazo sacándola
de la casa y cerré la puerta.
Subimos en el coche las dos e hicimos una ruta
turística por toda Sevilla. Primero visitamos la Giralda y paseamos por las
estrechas calles que la rodeaban. Después unos sevillanos nos hablaron de los
Reales Alcázares y nos quedamos maravilladas por los jardines. Fuimos a visitar
la calle Tetuán e hicimos unas compras y a continuación a la calle Sierpes
donde paramos para entrar en algunas tiendas también.
Tras horas andando y comprando compulsivamente,
fuimos a la Plaza Nueva y nos sentamos en la terracita de un bar. Estiré las
piernas y suspiré. Nadie me había reconocido por la ciudad, ni si quiera nos
habían mirado más de la cuenta. Estaba feliz. Feliz de poder ser libre, feliz
de ser quien quería ser, feliz de poder salir a comprar sin que la gente se me
echara encima pidiéndome autógrafos y fotos. No tenía que tener miedo, no tenía
que esconderme, era completamente feliz.
-¡Esto es una maravilla! –Exclamó Ruth- Mañana
iremos a la Torre del Oro y después veremos una película en Nervión… ¡Ah! Se me
olvidaba, también tenemos que sacar tiempo para tomarnos una copa en un bar que
me han comentado unos chicos… está en la calle Argote de Molina.
-¡Para por favor! Me estás estresando –reímos las
dos y vimos que venía el camarero. Un hombre de unos cuarenta años delgado y
con abundante pelo (lo cual es un milagro para tener esa edad) nos atendió- Yo
quiero una Coca Cola.
-A mi ponme un Redbull –el camarero nos mostró
una sonrisa y sus dientes amarillentos delataron que era fumador. Se retiró
silencioso y en menos de tres minutos nos trajo la bebida.
Después de darle varias vueltas al asunto miré a
Ruth y disparé la pregunta:
-¿De verdad piensas ir a la fiesta? –sonrió
mirándome y le dio un trago al Redbull.
-No –suspiré aliviada, pero por lo visto no había
terminado- Pienso que las dos vamos a ir –concluyó matizando la palabra “dos”.
Volví a suspirar. No tenía remedio alguno.
-Mira, no los conocemos, tienen pinta de estar
pirados y no me apetece que me arresten la primera noche que paso en España
después de tanto tiempo –ahora la que suspiró fue ella.
-Sara, Sara, Sara… -bufó- Nadie nos va a
arrestar, todo va a salir genial y lo vamos a pasar de puta madre –hice una
mueca dejando clara mi desconformidad- No seas “aguafiestas” –terminó
utilizando la palabra que horas antes había aprendido de aquél chico rubio.
-Eres realmente odiosa, lo sabes ¿verdad? –La
inculpé señalándola con el dedo índice- Si salgo de fiesta sabes que beberé
hasta que no me acuerde ni de donde está nuestra casa, y te recuerdo que
vivimos en el mismo piso –rió y la intenté mirar seria reprimiendo la risa- Te
hago total y absolutamente responsable de lo que pase esta noche en esa
condenada fiesta.
-Relájate Sara, porque tengo el presentimiento de
que va a ser una noche inolvidable.
-Si llamas “noche inolvidable” a estar rodeada de
macarras que no conoces y acabar vomitando en el felpudo de nuestro piso antes
de entrar… sí, te aseguro que será una noche inolvidable –argumenté bebiendo de
mi Coca Cola.
-Eso no va a pasar –repuso.
-¿Y cómo estás tan segura?
-Porque no tenemos felpudo –reímos las dos y nos
terminamos nuestras bebidas.
Ruth era una chica encantadora, pero
incorregible. A nadie se le ocurría llevarle la contraria, pues cuando lo
hacían, solo perdían el tiempo. Era la persona más cabezota que había conocido
en toda mi vida.
Volvimos al coche y llegamos a casa, donde nos
tumbamos un rato antes de empezar a prepararnos para la fiesta. No tenía mucho
sueño, por lo que me levanté del sofá y me dispuse a deshacer la maleta y meter
algunas cosas en aquél microscópico armario. Ordené los zapatos por colores y
altura, reorganicé las camisetas y cogí algunas prendas que tiré sobre la cama
para elegir que ponerme para la fiesta. Entonces escuché un ruido. Agua. Ruth
se me había adelantado y ya estaba en la ducha.
Bufé e intenté relajarme. ¿Qué diablos se suponía
que debía ponerme? Tras una larga hora me decidí por unos pantalones cortos
vaqueros y una camiseta de tirantas negra. Tampoco tenía que ir muy arreglada a
la estúpida fiesta de aquellos macarras…
Cogí unas Converse negras y las dejé a los pies
de la cama. Me senté esperando mi turno y poco después, Ruth se dignó a salir
del baño.
-¡Joder! ¡Sí que me vas a salir cara tú!
–exclamé.
-Tampoco es para tanto… -objetó Ruth que se
acercaba al armario envuelta en una toalla.
-Llevas una hora en el baño… ¡Una hora! –grité
levantando los brazos.
-Bah, no hay sequía –se excusó buscando algo que
ponerse. Por mi salud mental, decidí no seguir con aquella ridícula discusión y
me metí en el baño.
Terminé en un cuarto de hora y tras secarme el
pelo y vestirme me maquillé un poco. No pensaba arreglarme para ir a semejante
circo, porque estaba segura de que aquello iba a ser precisamente eso, un
circo. Chicos fumando porros y drogándose, chicas intentando llamar su atención
con sus cortas prendas y tacones de infarto, y probablemente algún que otro
idiota con ganas de pelea. Sabía como era la vida real y por muy ajena que
hubiese vivido a todo eso, lamentablemente en el mundo del espectáculo también
había gente que practicaba esa forma de vida.
No estaba en muy buena posición para criticarlos,
pues yo misma fumaba, bebía e incluso había probado algún que otro porro… pero
no me consideraba tan irresponsable como para gastarme la mitad de mi dinero en
droga.
Tras minutos de reflexión, terminé de ponerme el
rimel en las pestañas y volví a la habitación, donde Ruth seguía sin estar
convencida de su elección a la hora de vestir.
-¿Me queda bien? –señaló su esbelta silueta y sus
preciosas curvas y la miré entrecerrando los ojos.
-Hasta un saco de patatas con un bonito lazo rosa
te quedaría bien –le reproché señalando su cuerpo.
-Te estoy hablando en serio… ¿te gusta lo que
llevo? –hizo pucheritos y puso su habitual cara de corderito degollado y asentí
suspirando.
-Estás preciosa… ¡Pero qué digo! ¡Estás perfecta!
Afrodita se estará retorciendo de envidia allí donde esté –bromeé agarrándola
de una mano y levantándola para que girase sobre sí misma- De verdad, estás
genial.
Sonrió y se fue al baño a terminar de prepararse.
La vi alejarse y realmente la envidié. Llevaba una camiseta de tirantas
ajustada de color blanco y negro, unos pantalones cortos negros y unas
bailarinas blancas. Cuando salió del baño, pasados unos treinta minutos, tenía
una trenza que le llegaba a la mitad de la espalda y se había delineado los
ojos sin recargar el rostro, manteniendo su belleza natural.
Ruth fue hacia su maleta y sacó una cajita de
flores donde guardaba sus joyas. Cogió un collar largo de perlas blancas y lo
dejó caer en su cuello. Simplemente perfecta.
-¿Todo listo? –le pregunté caminando hacia el salón.
Me metí las llaves en el bolsillo del pantalón y cogí los cigarrillos y el
mechero. Iba a ser una noche muy larga.
-Todo listo –asintió y se guardó tanto el móvil
como los cigarrillos en el bolsillo.
Cerré la casa y subimos las escaleras hasta el piso
que nos había dicho el tal Anger. Antes de entrar le dirigí una última mirada a
Ruth, esperando que con un poco de suerte se arrepintiera y volviéramos a casa,
a dormir tranquilas sin tener que pasar por aquello… Pero no, Ruth solo sonrió
y me guiñó un ojo, intentando darme ánimos.
Bufé y mascullé una sarta de improperios en voz
baja y ella volvió a mirarme riéndose.
-¡Venga ya Sara! No vayas a amargarme la fiesta.
Pasémonoslo bien y recordemos esto como una divertida anécdota.
-Si me vomitan encima la “bonita anécdota” se
quedará grabada en mis preciosos pantalones y mi camiseta nueva –gruñí
mostrando una falsa y forzada sonrisa.
Pegó en la puerta sin hacerme mucho caso. Escuché
algunas voces en el interior y unos pasos acercándose a la entrada. Cerré los
ojos para asimilar lo que íbamos a hacer y finalmente los abrí pensando que tal
vez no estaría tan mal…
-De verdad, tengo el presentimiento de que va a
ser inolvidable –dijo Ruth, y justo cuando estaba a punto de hacer un comentario
sobre lo que acababa de decir el picaporte de la puerta se giró.
La noche había comenzado y en ese momento no
tenía ni idea de la certeza de las palabras de Ruth…
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