domingo, 22 de julio de 2012

Capítulo 4.


Después de toda una tarde arreglando los últimos detalles de la instalación, Ruth y yo pudimos pensar en salir un rato. No nos molestamos ni en cambiarnos de ropa. Ella cogió el bolso y guardó todo lo necesario y yo me limité a meterme las llaves en el bolsillo.

Cuando estábamos listas, escuchamos como alguien llamaba a la puerta golpeándola insistentemente. Fui corriendo a abrir mientras Ruth se encendía otro cigarrillo y me encontré frente a un par de chicos con chaquetas de cuero negras. Al subir la vista hacia los ojos del más alto, lo recordé: era el cabecilla del grupo que nos encontramos al llegar.

El otro sin embargo no me resultaba familiar. Era de mi misma estatura, con el pelo negro y excesivamente corto. Un piercing en su ceja tapaba una pequeña parte de una cicatriz que subía por su frente. Me miraba sonriendo y aún así me intimidaba, no sabía si era por aquella cicatriz, por sus rasgados ojos negros, o el dragón que tenía tatuado en el cuello…

-¡Comité de bienvenida señoritas! –el chico rubio se hizo un hueco entre yo y la puerta y entró en el piso como si fuera su casa. El otro lo siguió imitando sus movimientos.

-¿Te acuerdas de Fran? ¿El que vivía aquí? –Le preguntó el cabecilla a su compañero- Vaya paliza se llevó… Si es que no se puede ser tan aguafiestas.

Entendí unas pocas palabras de las que había dicho, entre ellas, Fran, vivía aquí, paliza…  Ruth inmediatamente me lo tradujo todo y me quedé atónita mirando a aquél par de chicos.

-Vamos a salir –les anuncié con la esperanza de que pillaran la indirecta. Ambos se quedaron mirándome curiosos.

-Con que inglesas… -murmuró el bajito dándole un codazo en las costillas al rubio. Rieron mirándonos con una sonrisa pícara y avanzaron por el pasillo.

-Solo vamos a echar un vistazo para ver que tal todo –dijo el más alto sonriéndome. Tenía unos dientes blancos y perfectamente alineados- ¿Me entiendes inglesita?

-Primero, te entiendo perfectamente, segundo, no soy inglesa y tercero, fuera de mi casa, tenemos prisa –gruñí ya cabreada por la insolencia de los dos imbéciles que se nos habían colado en casa. Ruth me miraba divertida.

-Venga Sara, no tenemos prisa –repuso Ruth y le dirigí una mirada asesina mostrando claramente mi oposición a que nos quedáramos aguantando a semejantes personajes.

-Eso inglesita… -lo miré aún peor que a Ruth y el chico rapado se rió.

-¡Joder con la nueva! –Exclamó- Tiene agallas, Anger –el tal “Anger” chasqueó la lengua y se acercó a mí.

-Sabes que me gustan así, Gorka, no hay nada mejor que una tía con carácter –puso un dedo bajo mi barbilla levantándome levemente el rostro y aparté la cara inmediatamente- ¿Ves? Se me hace la dura, pero está loquita por mi –fanfarroneó dándose la vuelta y caminando hacia la salida- ¡Vamos Gorka, que las señoritas necesitan intimidad!

Su compañero lo siguió como un fiel perrito y antes de que ambos desaparecieran por la puerta, el rubio se giró.

-Esta noche os espero en mi casa, hacemos fiesta –me crucé de brazos y levanté una ceja. Si se pensaba que íbamos a ir a su casa…

-Claro, no nos vendría mal conocer a gente, ¿verdad Sara? –giré la cabeza mirando a Ruth con los ojos abiertos, pero ella solo sonreía.

-Bien, es el último apartamento. A las doce y media nos vemos –nos guiñó un ojo y por fin desapareció de mi vista.

Esperé a que estuvieran lo suficientemente lejos para que no nos escucharan y cerré la puerta.

-¡Pero tú estás loca! –le grité a Ruth levantando los brazos- No los conocemos y créeme, no son de confianza…

-Nicki, eres una desconfiada –abrí la boca para corregirla pero me interrumpió- Perdona, Sara, pero yo quiero salir de fiesta y conocer a ese bombón…

-¡Así que todo es por eso! ¿Te gusta un tío al que apenas conoces y que tiene pinta de ir repartiendo palizas por ahí? –Ruth asintió riéndose-

-No te pongas así Sara… Además, tienes que admitir que está buenísimo y ese puntito macarra que tiene me vuelve loca –intenté mantenerme seria pero no pude. Ruth era de lo que no había.

-¡Está bien! –Exclamé- Haremos lo que tú quieras esta noche, pero ahora nos vamos a dar un paseo –la agarré del brazo sacándola de la casa y cerré la puerta.

Subimos en el coche las dos e hicimos una ruta turística por toda Sevilla. Primero visitamos la Giralda y paseamos por las estrechas calles que la rodeaban. Después unos sevillanos nos hablaron de los Reales Alcázares y nos quedamos maravilladas por los jardines. Fuimos a visitar la calle Tetuán e hicimos unas compras y a continuación a la calle Sierpes donde paramos para entrar en algunas tiendas también.

Tras horas andando y comprando compulsivamente, fuimos a la Plaza Nueva y nos sentamos en la terracita de un bar. Estiré las piernas y suspiré. Nadie me había reconocido por la ciudad, ni si quiera nos habían mirado más de la cuenta. Estaba feliz. Feliz de poder ser libre, feliz de ser quien quería ser, feliz de poder salir a comprar sin que la gente se me echara encima pidiéndome autógrafos y fotos. No tenía que tener miedo, no tenía que esconderme, era completamente feliz.

-¡Esto es una maravilla! –Exclamó Ruth- Mañana iremos a la Torre del Oro y después veremos una película en Nervión… ¡Ah! Se me olvidaba, también tenemos que sacar tiempo para tomarnos una copa en un bar que me han comentado unos chicos… está en la calle Argote de Molina.

-¡Para por favor! Me estás estresando –reímos las dos y vimos que venía el camarero. Un hombre de unos cuarenta años delgado y con abundante pelo (lo cual es un milagro para tener esa edad) nos atendió- Yo quiero una Coca Cola.

-A mi ponme un Redbull –el camarero nos mostró una sonrisa y sus dientes amarillentos delataron que era fumador. Se retiró silencioso y en menos de tres minutos nos trajo la bebida.

Después de darle varias vueltas al asunto miré a Ruth y disparé la pregunta:

-¿De verdad piensas ir a la fiesta? –sonrió mirándome y le dio un trago al Redbull.

-No –suspiré aliviada, pero por lo visto no había terminado- Pienso que las dos vamos a ir –concluyó matizando la palabra “dos”. Volví a suspirar. No tenía remedio alguno.

-Mira, no los conocemos, tienen pinta de estar pirados y no me apetece que me arresten la primera noche que paso en España después de tanto tiempo –ahora la que suspiró fue ella.

-Sara, Sara, Sara… -bufó- Nadie nos va a arrestar, todo va a salir genial y lo vamos a pasar de puta madre –hice una mueca dejando clara mi desconformidad- No seas “aguafiestas” –terminó utilizando la palabra que horas antes había aprendido de aquél chico rubio.

-Eres realmente odiosa, lo sabes ¿verdad? –La inculpé señalándola con el dedo índice- Si salgo de fiesta sabes que beberé hasta que no me acuerde ni de donde está nuestra casa, y te recuerdo que vivimos en el mismo piso –rió y la intenté mirar seria reprimiendo la risa- Te hago total y absolutamente responsable de lo que pase esta noche en esa condenada fiesta.

-Relájate Sara, porque tengo el presentimiento de que va a ser una noche inolvidable.

-Si llamas “noche inolvidable” a estar rodeada de macarras que no conoces y acabar vomitando en el felpudo de nuestro piso antes de entrar… sí, te aseguro que será una noche inolvidable –argumenté bebiendo de mi Coca Cola.

-Eso no va a pasar –repuso.

-¿Y cómo estás tan segura?

-Porque no tenemos felpudo –reímos las dos y nos terminamos nuestras bebidas.

Ruth era una chica encantadora, pero incorregible. A nadie se le ocurría llevarle la contraria, pues cuando lo hacían, solo perdían el tiempo. Era la persona más cabezota que había conocido en toda mi vida.

Volvimos al coche y llegamos a casa, donde nos tumbamos un rato antes de empezar a prepararnos para la fiesta. No tenía mucho sueño, por lo que me levanté del sofá y me dispuse a deshacer la maleta y meter algunas cosas en aquél microscópico armario. Ordené los zapatos por colores y altura, reorganicé las camisetas y cogí algunas prendas que tiré sobre la cama para elegir que ponerme para la fiesta. Entonces escuché un ruido. Agua. Ruth se me había adelantado y ya estaba en la ducha.

Bufé e intenté relajarme. ¿Qué diablos se suponía que debía ponerme? Tras una larga hora me decidí por unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta de tirantas negra. Tampoco tenía que ir muy arreglada a la estúpida fiesta de aquellos macarras…

Cogí unas Converse negras y las dejé a los pies de la cama. Me senté esperando mi turno y poco después, Ruth se dignó a salir del baño.

-¡Joder! ¡Sí que me vas a salir cara tú! –exclamé.

-Tampoco es para tanto… -objetó Ruth que se acercaba al armario envuelta en una toalla.

-Llevas una hora en el baño… ¡Una hora! –grité levantando los brazos.

-Bah, no hay sequía –se excusó buscando algo que ponerse. Por mi salud mental, decidí no seguir con aquella ridícula discusión y me metí en el baño.

Terminé en un cuarto de hora y tras secarme el pelo y vestirme me maquillé un poco. No pensaba arreglarme para ir a semejante circo, porque estaba segura de que aquello iba a ser precisamente eso, un circo. Chicos fumando porros y drogándose, chicas intentando llamar su atención con sus cortas prendas y tacones de infarto, y probablemente algún que otro idiota con ganas de pelea. Sabía como era la vida real y por muy ajena que hubiese vivido a todo eso, lamentablemente en el mundo del espectáculo también había gente que practicaba esa forma de vida.

No estaba en muy buena posición para criticarlos, pues yo misma fumaba, bebía e incluso había probado algún que otro porro… pero no me consideraba tan irresponsable como para gastarme la mitad de mi dinero en droga.

Tras minutos de reflexión, terminé de ponerme el rimel en las pestañas y volví a la habitación, donde Ruth seguía sin estar convencida de su elección a la hora de vestir.

-¿Me queda bien? –señaló su esbelta silueta y sus preciosas curvas y la miré entrecerrando los ojos.

-Hasta un saco de patatas con un bonito lazo rosa te quedaría bien –le reproché señalando su cuerpo.

-Te estoy hablando en serio… ¿te gusta lo que llevo? –hizo pucheritos y puso su habitual cara de corderito degollado y asentí suspirando.

-Estás preciosa… ¡Pero qué digo! ¡Estás perfecta! Afrodita se estará retorciendo de envidia allí donde esté –bromeé agarrándola de una mano y levantándola para que girase sobre sí misma- De verdad, estás genial.

Sonrió y se fue al baño a terminar de prepararse. La vi alejarse y realmente la envidié. Llevaba una camiseta de tirantas ajustada de color blanco y negro, unos pantalones cortos negros y unas bailarinas blancas. Cuando salió del baño, pasados unos treinta minutos, tenía una trenza que le llegaba a la mitad de la espalda y se había delineado los ojos sin recargar el rostro, manteniendo su belleza natural.

Ruth fue hacia su maleta y sacó una cajita de flores donde guardaba sus joyas. Cogió un collar largo de perlas blancas y lo dejó caer en su cuello. Simplemente perfecta.

-¿Todo listo? –le pregunté caminando hacia el salón. Me metí las llaves en el bolsillo del pantalón y cogí los cigarrillos y el mechero. Iba a ser una noche muy larga.

-Todo listo –asintió y se guardó tanto el móvil como los cigarrillos en el bolsillo.

Cerré la casa y subimos las escaleras hasta el piso que nos había dicho el tal Anger. Antes de entrar le dirigí una última mirada a Ruth, esperando que con un poco de suerte se arrepintiera y volviéramos a casa, a dormir tranquilas sin tener que pasar por aquello… Pero no, Ruth solo sonrió y me guiñó un ojo, intentando darme ánimos.

Bufé y mascullé una sarta de improperios en voz baja y ella volvió a mirarme riéndose.

-¡Venga ya Sara! No vayas a amargarme la fiesta. Pasémonoslo bien y recordemos esto como una divertida anécdota.

-Si me vomitan encima la “bonita anécdota” se quedará grabada en mis preciosos pantalones y mi camiseta nueva –gruñí mostrando una falsa y forzada sonrisa.

Pegó en la puerta sin hacerme mucho caso. Escuché algunas voces en el interior y unos pasos acercándose a la entrada. Cerré los ojos para asimilar lo que íbamos a hacer y finalmente los abrí pensando que tal vez no estaría tan mal…

-De verdad, tengo el presentimiento de que va a ser inolvidable –dijo Ruth, y justo cuando estaba a punto de hacer un comentario sobre lo que acababa de decir el picaporte de la puerta se giró.

La noche había comenzado y en ese momento no tenía ni idea de la certeza de las palabras de Ruth…

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