lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 6.




No veía a Anger por ninguna parte. Lo busqué por toda la casa pero nada, ni rastro de él. Le pregunté a Gorka, a Raúl e incluso a la insufrible de Diana, que claramente estaba loca por él, pero tampoco tenía ni idea de dónde estaba el chico rubio. Intenté ignorar el echo de que hubiera desaparecido el anfitrión de la fiesta y busqué a Nicki… digo, Sara. Tampoco la encontré. Aquello ya empezaba a cabrearme. Las dos únicas personas con las que podía hablar no estaban.

Para rematar el asunto, tenía un dolor de cabeza impresionante y me costaba andar en línea recta. Fui a la cocina y me apoyé en una mesita que había.

-Mañana voy a tener una resaca que no me lo voy a creer ni yo –murmuré en inglés sin darme cuenta de que había alguien a mi lado.

-En cristiano por favor –aquella voz me hizo dar un salto por la sorpresa. Me llevé la mano al corazón que latía apresuradamente.

-¡Anger! –grité dándole un pequeño empujón.

-Hoy la tenéis tomada conmigo… -refunfuñó volviendo a mi lado.

-¿Por qué será? –ironicé levantando una ceja. Aquél Dios griego que tenía frente a mí rió. Dentadura perfecta, boca perfecta, facciones perfectas… ¡Era perfecto!

-¡Eh, que yo soy un angelito! –bromeó. Abrió la puerta de un mueble de madera vieja que tenía toda la pinta de tener más años que yo y sacó dos vasos muy pequeños- ¿Una ronda de chupitos?

Me encogí de hombros dándole a entender que me daba igual. Echó Legendario en los dos vasos y antes de que yo pudiera coger el mío, ya se había bebido el suyo y se estaba sirviendo otro. Me llevé el vaso a los labios y bebí. Al tragar, la garganta me ardía, pero no me sentó mal. Volvió a llenar los dos vasos y bebimos otra vez, y así sucesivamente hasta que yo ya no pude más.

El calor de la garganta se había extendido por todo mi cuerpo y estaba algo confundida. Todo a mi alrededor se veía diferente, como si se moviese a cámara lenta y de repente volviera a su ritmo normal. Lo sé, me había pasado bebiendo. Me había pasado bastante.

-Creo que ya es hora de que me vaya a casa –balbuceé riéndome- O no, la risa tonta no por favor… -solté un gemido de fastidio. Odiaba reírme cuando me emborrachaba. Parecía una idiota.

-¡Estás fatal Ruth! –exclamó empujándome un poco, pero lo suficiente como para hacer que perdiera el equilibrio y me cayera al suelo.

-¡Auch!- grité y por segunda vez, me invadió aquella estúpida risa.

Anger me miraba riéndose y me tendió una mano para ayudarme a incorporarme. Con su ayuda, me puse en pie y para no caerme me agarré a su brazo. No era un brazo excesivamente fuerte, pero se notaba que iba al gimnasio.
-Anda, te llevo a casa, porque sino te vas a caer por las escaleras y no me gustan los hospitales –se ofreció agarrándome por la cintura y con la otra mano cogió mi brazo y lo pasó por su cuello.

-Por lo que acabas de decir deduzco que vendrías a verme si me hubiese caído… -señalé sonriendo.

-Mmm… tendría que pensármelo –le golpeé el hombro con las pocas fuerzas que me quedaban y él no hacía más que reírse- ¡Está bien, está bien! Iría a verte, pero solo porque el café que ponen en aquellas máquinas me encantan.

-Ya no hay máquinas, ahora tendrías que ir a la cafetería –puntualicé esforzándome por caminar sin que se me enredaran las piernas.

-¡Ah no! ¡Entonces no iría! Lo siento, pero si no hay café, no hay trato –atravesamos el salón repleto de gente y pude ver que Gorka le guiñaba un ojo.

-Yo también te quiero Anger –dije sarcásticamente mientras salíamos al rellano. Me apoyó en la pared y se quedó mirándome. Y yo hipnotizada como una tonta, sumergida en aquél par de ojos azules.

-Lo sé –se limitó a contestar con una sonrisa pícara. Sin que pudiera reaccionar, se agachó y me cargó en su espalda.

-¡Suéltame! ¡Anger, suéltame! ¡Como me caiga te mato! –gritaba pataleando y dándole puñetazos en la espalda para que me soltara.

Haciendo caso omiso a mis palabras, continuó bajando las escaleras como si nada. Seguí pataleando hasta que por fin se paró. Me bajó de su hombro y quedé frente a él. Estaba tan tremendamente bueno con aquél chaleco básico blanco y la cazadora negra… Respiré hondo un par de veces intentando centrarme.

-Ya estás en tu casa –anunció señalando la puerta, sin dejar de sonreír como siempre- Y… por favor, no te vayas a caer, que no me apetece pasar la noche en una sala de espera –susurró a mi oído y el calor volvió. Subió por mis piernas hasta hacerse un nudo en mi garganta, dejándome sin la capacidad de hablar, por lo que me limité a asentir.

¿Cómo conseguía ser tan malditamente irresistible?

-Buenas noches borrachina –se despidió revolviéndome el pelo cariñosamente. Total… la trenza ya estaba totalmente desecha.

Lo vi desaparecer por las escaleras, subiéndola de dos en dos como si la vida se le fuera en ello.

-¡Joder Ruth! ¿Qué te pasa? Es solo un tío más –murmuré hablando conmigo misma y saqué las llaves del bolsillo.

Abrí la puerta y sin quitarme la ropa, me tiré en la cama. Si antes estuve mareada, en cuanto cerré los ojos todo a mi alrededor dio vueltas y vueltas y más vueltas. Tenía ganas de vomitar, pero no iba a hacerlo. No esa noche.


Tremendas ganas de vomitar… Eso es lo primero que anunció mi cuerpo en cuanto me desperté. Me incorporé en la cama y la cabeza me dio vueltas. Beber no era mi punto fuerte. Conseguí ponerme en pie y levanté la persiana dejando entrar la luz en aquél oscuro cuarto. Durante unos segundos estuve cegada por los rayos de sol y pude ver mi ropa. La misma que la noche anterior.

-Felicidades Nicki, tu primera resaca –anunció Ruth entrando por la puerta. Estaba tremendamente perfecta de no ser por las ojeras que asomaban bajo sus grisáceos ojos.

-Cállate, que me va a explotar la cabeza –murmuré caminando hacia la cocina.

-Pues entonces mejor no te cuento quién ha llamado a las nueve de la mañana… -dijo Ruth siguiendo mis pasos.

-Robert –suspiré mirando en la nevera. Genial, no había nada de nada. Tuvimos toda la tarde anterior libre y no se nos ocurrió la maravillosa idea de comprar algo de comida.

-Exacto. Llamó unas diez veces… ¿O fueron once? –meditó llevándose un dedo a los labios y mirando hacia arriba- No estoy segura. Lo único que sé es que quiere que lo llames de inmediato, palabras textuales.

-Lo llamaré cuando la cocina deje de dar vueltas y la comida deje de intentar de salir por el orificio equivocado –musité bebiendo un vaso de agua.

-¿Tan mal estás? –preguntó quitándome el vaso y terminando de beberse el agua.

-Mal no, peor –le respondí recuperando mi vaso.

Ruth desapareció de la cocina corriendo y escuché un ruido en el baño. Fui a ver que le pasaba y la encontré arrodillada frente al inodoro, agarrándose el pelo con una mano y vomitando.

-Así que tú también te lo pasaste bien por lo que veo. ¿O me equivoco? –dije con sarcasmo agarrándole el pelo.

-Sí, de puta madre, ¿no me ves? –y volvió una arcada.

Pasamos unos minutos allí, yo sujetando su melena rubia y ella echando por la boca hasta el puré que tomaba con dos años. Se recuperó rápida y sin decir una palabra se fue a su habitación. Hice lo mismo que ella y me encerré en la mía cogiendo unos pantalones cortos azules de hacer deporte y una camiseta de tirantas blanca. Tenía que seguir haciendo ejercicio si no quería ponerme como una foca durante las “vacaciones” que me iba a tomar. Además, no me venía mal conocer un poco el barrio y sus alrededores y también buscar una tienda donde comprar algo comestible. Me calcé los deportes y cogí las llaves y el móvil para salir. Estaba a punto de salir por la puerta cuando escuché unos pasos corriendo hacia el baño. Me tapé la boca para no reírme y salí del piso.

Terminé de bajar por las escaleras y vi a Gorka dispuesto a subir, pero no estaba solo. Llevaba agarrada por la cintura a Diana, la compañera de piso de Anger. Iban riendo hasta que me crucé con ellos, que me saludaron sonriendo y siguieron su camino.

-Estúpidas parejas… -murmuré y me choqué contra algo, o mejor dicho, alguien.

-¡Buenos días Sara! ¿Qué tal llevas esa resaca? –el rubio macarra revolvió mi pelo y le miré intentando aparentar enfado.

-No tengo resaca –objeté.

-¡Claro, claro! ¡Y voy yo y me lo creo! –exclamó sonriendo. Jugueteó con unas llaves que tenía en las manos mirándome con una sonrisa torcida.

-Pues no te lo creas… -refunfuñé dándome la vuelta para irme a comprar.

-¿Dónde vas tan temprano inglesita? –Anger me adelantó y caminó a mi lado.

-Son las once y media –contesté mirando el reloj. Ese chico tenía un concepto de “tarde” muy extraño.

-Pues eso, temprano –repitió sonriendo- Oye, ¿me vas a hacer caminar mucho más? Es que me parece algo tonto teniendo la moto allí –señaló la puerta del edificio, donde estaba apoyada una moto negra con algunos detalles rojos.

-¿Y a mí que me importa? –el pobre no tenía ni idea de con quién estaba jugando. Molestarme por la mañana, sobre todo teniendo resaca (aunque eso no lo admitiría delante de él), era lo peor que podía hacer.

-Venga, te llevo. Si sé que lo estás deseando –seguí mi camino ignorándolo, pero él no se rendía-. Además, no sabes andar por estos barrios. Te perderás, te robarán y vendrás llorando a mí.

-No –fue mi única respuesta.

-Venga ya, no seas tonta… Lo pasaremos bien –me paré y giré hacia él encarándolo.

-¿No entiendes un “NO” por respuesta? –negó a mi pregunta y me rendí- Vale, lo haremos a tu manera… Llévame a comprar a un supermercado en la estúpida moto –indignado se llevó una mano al pecho y abrió aquellos preciosos ojos azules.

-Si insultas a mi moto me insultas a mí.

-Genial, como las ofertas. Un dos por uno –dije con sarcasmo y fui hacia la moto. Anger me adelantó corriendo y se montó en aquél aparato de dos ruedas, metiendo la llave en el contacto y arrancándola.

El motor rugió y mientras iba hacia allí, observé la escena. Anger, con unos pantalones vaqueros rotos y desgastados y una camiseta negra de manga corta, permanecía encima de aquella moto negra que rugía bajo sus piernas, como un caballo relincha bajo su jinete. Su pelo rubio y alborotado le daba un toque despreocupado a aquella cara angelical.

Tal vez otro chico con la misma ropa, el mismo peinado y la misma moto, no me llamaría tanto la atención como Anger. Había algo en él que lo hacía único e inigualable, pero no por ser perfecto, sino más bien por lo contrario. Porque él había encontrado la perfección siendo el hombre más imperfecto y lo demostraba con su forma de ser, arrogante pero con un toque de amabilidad y dulzura. Eso lo hacía tan especial… tan único.

Me subí a la moto y me puse el casco. Envolví su cintura con mis brazos e inmediatamente arrancó haciendo que me agarrase con más fuerza. Apoyé mi cabeza en su espalda y vi la gente pasear por las calles. Los niños agarrados de la mano de sus padres. Los ancianos sentados en el bar. Los perros paseando alegremente.

Cada vez íbamos más rápidos, y a pesar de que tenía algo de miedo, sentí un agradable cosquilleo en el vientre. La adrenalina corriendo por mis venas era una sensación que pocas veces había probado en mi vida. Una actriz famosa no podía ir por ahí haciendo puenting o tirándose desde un avión en paracaídas corriendo el riesgo de hacerse daño o incluso de perder la vida. Digamos que tenía prohibida las emociones fuertes.

Sentía el viento rozando mis mejillas y alborotando mi cabello. Bajo mis manos tenía los marcados músculos del vientre de Anger y me permití el gusto de deslizarlas un poco para que no fuera demasiado evidente. El chico estaba tremendo y eso no podía negarlo. Pero era un idiota. Un macarra idiota.

Paramos frente a un supermercado y entré comprando un par de cosas, lo justo para poder llevarlo en la moto sin volcar. Anger se entretuvo con unos niños que jugaban con la fruta y lo observé curiosa. Bajo aquella máscara de chico duro había alguien realmente dulce. Se dio cuenta de que lo estaba mirando y sonrió volviendo hacia mí. Pagué la compra y salimos.

-Ahora te voy a llevar a un bar donde se comen unas tapas que están para chuparse los dedos –dijo mientras se montaba en la moto y se ponía el casco.

-Tengo que volver a casa –repuse sentándome detrás. Me coloqué el casco y rodeé su cintura con mis brazos teniendo cuidado de no caer nada de la compra.

-No, hoy vas a pasar la tarde conmigo –y antes de que pudiera objetar algo, arrancó y me apreté a su espalda para evitar caerme.

Suspiré y entorné los ojos al ver que me estaba mirando por el espejo retrovisor. Me guiñó un ojo y aceleró haciendo que me abrazara aún más fuerte, lo que provocó que una pícara sonrisa se dibujara en su rostro. Nada que hacer. Aquél chico no tenía remedio.

1 comentario:

  1. He visto que sigues mi blog <3 Muchas gracias! Me pondré a leer tu historia poco a poco, iré comentando según el capítulo en el que vaya.


    Besos!

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