No veía a Anger por ninguna parte. Lo busqué por
toda la casa pero nada, ni rastro de él. Le pregunté a Gorka, a Raúl e incluso
a la insufrible de Diana, que claramente estaba loca por él, pero tampoco tenía
ni idea de dónde estaba el chico rubio. Intenté ignorar el echo de que hubiera
desaparecido el anfitrión de la fiesta y busqué a Nicki… digo, Sara. Tampoco la
encontré. Aquello ya empezaba a cabrearme. Las dos únicas personas con las que
podía hablar no estaban.
Para rematar el asunto, tenía un dolor de cabeza
impresionante y me costaba andar en línea recta. Fui a la cocina y me apoyé en
una mesita que había.
-Mañana voy a tener una resaca que no me lo voy a
creer ni yo –murmuré en inglés sin darme cuenta de que había alguien a mi lado.
-En cristiano por favor –aquella voz me hizo dar
un salto por la sorpresa. Me llevé la mano al corazón que latía
apresuradamente.
-¡Anger! –grité dándole un pequeño empujón.
-Hoy la tenéis tomada conmigo… -refunfuñó
volviendo a mi lado.
-¿Por qué será? –ironicé levantando una ceja.
Aquél Dios griego que tenía frente a mí rió. Dentadura perfecta, boca perfecta,
facciones perfectas… ¡Era perfecto!
-¡Eh, que yo soy un angelito! –bromeó. Abrió la
puerta de un mueble de madera vieja que tenía toda la pinta de tener más años
que yo y sacó dos vasos muy pequeños- ¿Una ronda de chupitos?
Me encogí de hombros dándole a entender que me
daba igual. Echó Legendario en los dos vasos y antes de que yo pudiera coger el
mío, ya se había bebido el suyo y se estaba sirviendo otro. Me llevé el vaso a
los labios y bebí. Al tragar, la garganta me ardía, pero no me sentó mal.
Volvió a llenar los dos vasos y bebimos otra vez, y así sucesivamente hasta que
yo ya no pude más.
El calor de la garganta se había extendido por
todo mi cuerpo y estaba algo confundida. Todo a mi alrededor se veía diferente,
como si se moviese a cámara lenta y de repente volviera a su ritmo normal. Lo
sé, me había pasado bebiendo. Me había pasado bastante.
-Creo que ya es hora de que me vaya a casa
–balbuceé riéndome- O no, la risa tonta no por favor… -solté un gemido de
fastidio. Odiaba reírme cuando me emborrachaba. Parecía una idiota.
-¡Estás fatal Ruth! –exclamó empujándome un poco,
pero lo suficiente como para hacer que perdiera el equilibrio y me cayera al
suelo.
-¡Auch!- grité y por segunda vez, me invadió
aquella estúpida risa.
Anger me miraba riéndose y me tendió una mano
para ayudarme a incorporarme. Con su ayuda, me puse en pie y para no caerme me
agarré a su brazo. No era un brazo excesivamente fuerte, pero se notaba que iba
al gimnasio.
-Anda, te llevo a casa, porque sino te vas a caer
por las escaleras y no me gustan los hospitales –se ofreció agarrándome por la
cintura y con la otra mano cogió mi brazo y lo pasó por su cuello.
-Por lo que acabas de decir deduzco que vendrías
a verme si me hubiese caído… -señalé sonriendo.
-Mmm… tendría que pensármelo –le golpeé el hombro
con las pocas fuerzas que me quedaban y él no hacía más que reírse- ¡Está bien,
está bien! Iría a verte, pero solo porque el café que ponen en aquellas
máquinas me encantan.
-Ya no hay máquinas, ahora tendrías que ir a la
cafetería –puntualicé esforzándome por caminar sin que se me enredaran las
piernas.
-¡Ah no! ¡Entonces no iría! Lo siento, pero si no
hay café, no hay trato –atravesamos el salón repleto de gente y pude ver que
Gorka le guiñaba un ojo.
-Yo también te quiero Anger –dije sarcásticamente
mientras salíamos al rellano. Me apoyó en la pared y se quedó mirándome. Y yo
hipnotizada como una tonta, sumergida en aquél par de ojos azules.
-Lo sé –se limitó a contestar con una sonrisa
pícara. Sin que pudiera reaccionar, se agachó y me cargó en su espalda.
-¡Suéltame! ¡Anger, suéltame! ¡Como me caiga te
mato! –gritaba pataleando y dándole puñetazos en la espalda para que me
soltara.
Haciendo caso omiso a mis palabras, continuó
bajando las escaleras como si nada. Seguí pataleando hasta que por fin se paró.
Me bajó de su hombro y quedé frente a él. Estaba tan tremendamente bueno con
aquél chaleco básico blanco y la cazadora negra… Respiré hondo un par de veces
intentando centrarme.
-Ya estás en tu casa –anunció señalando la
puerta, sin dejar de sonreír como siempre- Y… por favor, no te vayas a caer,
que no me apetece pasar la noche en una sala de espera –susurró a mi oído y el
calor volvió. Subió por mis piernas hasta hacerse un nudo en mi garganta,
dejándome sin la capacidad de hablar, por lo que me limité a asentir.
¿Cómo conseguía ser tan malditamente
irresistible?
-Buenas noches borrachina –se despidió
revolviéndome el pelo cariñosamente. Total… la trenza ya estaba totalmente
desecha.
Lo vi desaparecer por las escaleras, subiéndola
de dos en dos como si la vida se le fuera en ello.
-¡Joder Ruth! ¿Qué te pasa? Es solo un tío más
–murmuré hablando conmigo misma y saqué las llaves del bolsillo.
Abrí la puerta y sin quitarme la ropa, me tiré en
la cama. Si antes estuve mareada, en cuanto cerré los ojos todo a mi alrededor
dio vueltas y vueltas y más vueltas. Tenía ganas de vomitar, pero no iba a
hacerlo. No esa noche.
Tremendas ganas de vomitar… Eso es lo primero que
anunció mi cuerpo en cuanto me desperté. Me incorporé en la cama y la cabeza me
dio vueltas. Beber no era mi punto fuerte. Conseguí ponerme en pie y levanté la
persiana dejando entrar la luz en aquél oscuro cuarto. Durante unos segundos
estuve cegada por los rayos de sol y pude ver mi ropa. La misma que la noche
anterior.
-Felicidades Nicki, tu primera resaca –anunció
Ruth entrando por la puerta. Estaba tremendamente perfecta de no ser por las
ojeras que asomaban bajo sus grisáceos ojos.
-Cállate, que me va a explotar la cabeza –murmuré
caminando hacia la cocina.
-Pues entonces mejor no te cuento quién ha
llamado a las nueve de la mañana… -dijo Ruth siguiendo mis pasos.
-Robert –suspiré mirando en la nevera. Genial, no
había nada de nada. Tuvimos toda la tarde anterior libre y no se nos ocurrió la
maravillosa idea de comprar algo de comida.
-Exacto. Llamó unas diez veces… ¿O fueron once?
–meditó llevándose un dedo a los labios y mirando hacia arriba- No estoy
segura. Lo único que sé es que quiere que lo llames de inmediato, palabras
textuales.
-Lo llamaré cuando la cocina deje de dar vueltas
y la comida deje de intentar de salir por el orificio equivocado –musité
bebiendo un vaso de agua.
-¿Tan mal estás? –preguntó quitándome el vaso y
terminando de beberse el agua.
-Mal no, peor –le respondí recuperando mi vaso.
Ruth desapareció de la cocina corriendo y escuché
un ruido en el baño. Fui a ver que le pasaba y la encontré arrodillada frente
al inodoro, agarrándose el pelo con una mano y vomitando.
-Así que tú también te lo pasaste bien por lo que
veo. ¿O me equivoco? –dije con sarcasmo agarrándole el pelo.
-Sí, de puta madre, ¿no me ves? –y volvió una
arcada.
Pasamos unos minutos allí, yo sujetando su melena
rubia y ella echando por la boca hasta el puré que tomaba con dos años. Se
recuperó rápida y sin decir una palabra se fue a su habitación. Hice lo mismo
que ella y me encerré en la mía cogiendo unos pantalones cortos azules de hacer
deporte y una camiseta de tirantas blanca. Tenía que seguir haciendo ejercicio
si no quería ponerme como una foca durante las “vacaciones” que me iba a tomar.
Además, no me venía mal conocer un poco el barrio y sus alrededores y también
buscar una tienda donde comprar algo comestible. Me calcé los deportes y cogí las
llaves y el móvil para salir. Estaba a punto de salir por la puerta cuando escuché
unos pasos corriendo hacia el baño. Me tapé la boca para no reírme y salí del
piso.
Terminé de bajar por las escaleras y vi a Gorka
dispuesto a subir, pero no estaba solo. Llevaba agarrada por la cintura a
Diana, la compañera de piso de Anger. Iban riendo hasta que me crucé con ellos,
que me saludaron sonriendo y siguieron su camino.
-Estúpidas parejas… -murmuré y me choqué contra
algo, o mejor dicho, alguien.
-¡Buenos días Sara! ¿Qué tal llevas esa resaca? –el
rubio macarra revolvió mi pelo y le miré intentando aparentar enfado.
-No tengo resaca –objeté.
-¡Claro, claro! ¡Y voy yo y me lo creo! –exclamó sonriendo.
Jugueteó con unas llaves que tenía en las manos mirándome con una sonrisa
torcida.
-Pues no te lo creas… -refunfuñé dándome la
vuelta para irme a comprar.
-¿Dónde vas tan temprano inglesita? –Anger me
adelantó y caminó a mi lado.
-Son las once y media –contesté mirando el reloj.
Ese chico tenía un concepto de “tarde” muy extraño.
-Pues eso, temprano –repitió sonriendo- Oye, ¿me
vas a hacer caminar mucho más? Es que me parece algo tonto teniendo la moto allí
–señaló la puerta del edificio, donde estaba apoyada una moto negra con algunos
detalles rojos.
-¿Y a mí que me importa? –el pobre no tenía ni
idea de con quién estaba jugando. Molestarme por la mañana, sobre todo teniendo
resaca (aunque eso no lo admitiría delante de él), era lo peor que podía hacer.
-Venga, te llevo. Si sé que lo estás deseando –seguí
mi camino ignorándolo, pero él no se rendía-. Además, no sabes andar por estos
barrios. Te perderás, te robarán y vendrás llorando a mí.
-No –fue mi única respuesta.
-Venga ya, no seas tonta… Lo pasaremos bien –me paré
y giré hacia él encarándolo.
-¿No entiendes un “NO” por respuesta? –negó a mi
pregunta y me rendí- Vale, lo haremos a tu manera… Llévame a comprar a un
supermercado en la estúpida moto –indignado se llevó una mano al pecho y abrió
aquellos preciosos ojos azules.
-Si insultas a mi moto me insultas a mí.
-Genial, como las ofertas. Un dos por uno –dije con
sarcasmo y fui hacia la moto. Anger me adelantó corriendo y se montó en aquél
aparato de dos ruedas, metiendo la llave en el contacto y arrancándola.
El motor rugió y mientras iba hacia allí, observé
la escena. Anger, con unos pantalones vaqueros rotos y desgastados y una
camiseta negra de manga corta, permanecía encima de aquella moto negra que rugía
bajo sus piernas, como un caballo relincha bajo su jinete. Su pelo rubio y
alborotado le daba un toque despreocupado a aquella cara angelical.
Tal vez otro chico con la misma ropa, el mismo
peinado y la misma moto, no me llamaría tanto la atención como Anger. Había
algo en él que lo hacía único e inigualable, pero no por ser perfecto, sino más
bien por lo contrario. Porque él había encontrado la perfección siendo el
hombre más imperfecto y lo demostraba con su forma de ser, arrogante pero con
un toque de amabilidad y dulzura. Eso lo hacía tan especial… tan único.
Me subí a la moto y me puse el casco. Envolví su
cintura con mis brazos e inmediatamente arrancó haciendo que me agarrase con más
fuerza. Apoyé mi cabeza en su espalda y vi la gente pasear por las calles. Los
niños agarrados de la mano de sus padres. Los ancianos sentados en el bar. Los
perros paseando alegremente.
Cada vez íbamos más rápidos, y a pesar de que tenía
algo de miedo, sentí un agradable cosquilleo en el vientre. La adrenalina
corriendo por mis venas era una sensación que pocas veces había probado en mi
vida. Una actriz famosa no podía ir por ahí haciendo puenting o tirándose desde
un avión en paracaídas corriendo el riesgo de hacerse daño o incluso de perder
la vida. Digamos que tenía prohibida las emociones fuertes.
Sentía el viento rozando mis mejillas y
alborotando mi cabello. Bajo mis manos tenía los marcados músculos del vientre
de Anger y me permití el gusto de deslizarlas un poco para que no fuera
demasiado evidente. El chico estaba tremendo y eso no podía negarlo. Pero era
un idiota. Un macarra idiota.
Paramos frente a un supermercado y entré
comprando un par de cosas, lo justo para poder llevarlo en la moto sin volcar.
Anger se entretuvo con unos niños que jugaban con la fruta y lo observé
curiosa. Bajo aquella máscara de chico duro había alguien realmente dulce. Se
dio cuenta de que lo estaba mirando y sonrió volviendo hacia mí. Pagué la
compra y salimos.
-Ahora te voy a llevar a un bar donde se comen
unas tapas que están para chuparse los dedos –dijo mientras se montaba en la
moto y se ponía el casco.
-Tengo que volver a casa –repuse sentándome detrás.
Me coloqué el casco y rodeé su cintura con mis brazos teniendo cuidado de no
caer nada de la compra.
-No, hoy vas a pasar la tarde conmigo –y antes de
que pudiera objetar algo, arrancó y me apreté a su espalda para evitar caerme.
Suspiré y entorné los ojos al ver que me estaba
mirando por el espejo retrovisor. Me guiñó un ojo y aceleró haciendo que me abrazara
aún más fuerte, lo que provocó que una pícara sonrisa se dibujara en su rostro.
Nada que hacer. Aquél chico no tenía remedio.
He visto que sigues mi blog <3 Muchas gracias! Me pondré a leer tu historia poco a poco, iré comentando según el capítulo en el que vaya.
ResponderEliminarBesos!