-Pero escúchame Nicki, por favor, entra en razón –hice
caso omiso a las palabras de Zoe (mi estilista) y cogí el móvil para
preguntarle a Ruth si había terminado de preparar la maleta-. ¡Escúchame! ¡Solo
te pido una semana! –le hice un gesto con la mano para que guardara silencio,
pero sonó el buzón de voz de Ruth.
-No pienso aguantar una semana más aquí –me opuse
buscando otra vez el número de Ruth en mi agenda, pero para mi sorpresa, Zoe me
quitó el móvil de las manos.
-Escúchame, que te lo digo por tu bien.
Conseguiré que ni el mejor paparazzi del mundo te reconozca, pero dame una
semana para transformarte en otra persona –sin hacerle mucho caso traté de
arrebatarle mi teléfono, pero fue más rápida que yo y me esquivó.
-Zoe, esto es un infierno, yo necesito
desaparecer una buena temporada y lo pienso hacer, con o sin tu ayuda, pero te
juro que lo haré –la amenacé tendiendo una mano para que me devolviese lo que
era mío.
-Pero Nicki, si yo te apoyo, pero hazme caso, en
una semana conseguiré que no te reconozcas ni tú misma cuando te mires en el
espejo –medité su propuesta y llegué a la conclusión de que tal vez no era tan
mala idea.
-Está bien, pero solo una semana, ni un día más
–suspiró aliviada y me devolvió el móvil.
Le escribí un mensaje a Ruth explicándole el
cambio de planes de última hora. Seguro que me lo agradecería, pues la conocía
de sobra y estaría loca intentando escoger qué se llevaba y qué dejaba en casa.
El timbre de la entrada sonó y corrí a abrir la
puerta, pues le había dado ya las vacaciones al servicio, ya que supuestamente
yo me iría al día siguiente de no ser por la gran capacidad que tenía Zoe para
manipularme. Y allí estaba Rob, enfundado en su traje de D&G negro y su
flamante camisa importada desde Arabia, hecha a mano por el mismísimo sastre de
un importante empresario de la industria petrolífera y blá, blá, blá… En fin,
tan impecable como siempre.
-Buenos días Nicki, te veo buena cara. Debe de
ser por esa locura que se te ha ocurrido y que nos va a complicar todo lo que
teníamos planeado –¿Destilaban inconformidad sus palabras o me lo parecía a mí?
(Y sí, es sarcasmo). Por suerte ya me había acostumbrado a Robert, y sus
numeritos no me tomarían de sorpresa.
-Buenos días a ti también Robert, ¿te apetece un
café? –Negó con la cabeza- ¿Tal vez prefieres un té? –Volvió a negar y se quedó
en la puerta mirándome- ¡Uh! ¡Qué maleducada por mi parte! Pasa hombre, no te
quedes fuera –oí ciertos gruñidos en voz baja, pero como ya he dicho, estaba
más que acostumbrada a Robert y su mal genio.
-No sé qué bicho te habrá picado querida, pero
bueno, la jefa eres tú, y si quieres irte, no seré yo quien te lo impida –dijo
sentándose en un sillón de cuero negro sin mirar siquiera a Zoe. Típico de Robert, pensé disimulando la
risita tapándome la boca.
-Robert, querido –le imité resaltando la palabra
“querido”-. Tú mismo lo has dicho todo. Yo soy mi propia jefa, y también la
tuya. Y como no tengo firmado ningún
contrato reciente, no hay más nominaciones a premios y si estoy invitada a
alguna fiesta la puedo cancelar perfectamente, pienso tomarme unas merecidas vacaciones
de tiempo indefinido.
Se quedó callado, pero supe que eso no iba a
durar mucho tiempo. Robert no era de aquellos que saben cuando tienen que
cerrar la boca, sino más bien todo lo contrario, pero por suerte para mí, en
ese momento sonó mi móvil. Había llegado un mensaje:
“Menos
mal que voy a tener un poco más de tiempo para arreglar la maleta. ¿Tendremos
que ir de compras no?
Te
quiero.”
Por fin me había contestado Ruth. Le mandé uno en
respuesta diciéndole que mi asesora se encargaría de todo con respecto a la
ropa y que yo estaría toda la semana ocupada con el “cambio de look”.
La semana se me hizo eterna, pues cada día era
una rutina insoportable: despertarse, ducha, rayos UVA, masajista, compras,
peluquería, ducha (otra vez) y a dormir. Casi no tenía tiempo para sentarme y
comer, tenía que prepararme el menú entero antes de irme a dormir, para así no
perder tiempo el día siguiente.
Por suerte, cada vez que salía de casa lo hacía
de la manera más discreta posible, por lo que no se produjeron altercados que
me delataran. Ninguna persona que no formase parte de mi equipo me vio en esos
días, así que no fui portada de ninguna revista en la que se mostrase mi cara
de recién levantada, o un calcetín de diferente color que el otro, etc. Nadie
se enteró de nada sobre mis cambios, lo cual era un gran alivio, pues si por el
contrario hubieran notado algo, se habrían arruinado mis vacaciones y me habrían
acribillado a preguntas.
Cuando el sábado por la tarde, después de todas
aquellas tardes sin descanso, me vi al espejo bendije a Zoe, pues realmente había
obrado un milagro. Mi rojizo cabello se había vuelto de un castaño oscuro y había
crecido notablemente, lo que me parecía imposible, pues solo habían pasado
siete días, pero ahí estaba la viva prueba. No había rastro de esa piel casi
transparente que antes había sido la que cubría mi cuerpo, y su lugar lo
ocupaba ahora un ligero tono dorado digno de un verano en las playas de Miami. Incluso
mis ojos estaban más verdes que de costumbre (se debería a unas gotas que me
habían obligado a echarme dos veces en semana). Si hasta las cejas habían
cambiado de forma gracias a unas pinzas depilatorias. Había adelgazado dos
kilos, pero me había puesto más en forma. Era como observar a una completa
extraña en aquél enorme espejo, pero a la vez estaba segura de que era yo, pues
¿quién sino iba a ser?
Esa sensación de no reconocerme ni a mí misma era
escalofriante, y mientras más pensaba en ello más miedo me daba. Pero aquello
era exactamente lo que necesitaba y Zoe lo había conseguido.
Sacudí la cabeza de un lado a otro para volver a
la realidad y librarme de aquél reflejo. Corrí en busca del móvil le dejé un
mensaje a Ruth para que fuese inmediatamente a mi casa. En pocas horas recibiría
los papeles sobre mi identidad falsa, así como el pasaporte, el billete del
vuelo y la localización del piso en el que íbamos a vivir.
Escogí como destino Sevilla, pues era una ciudad
que siempre había querido visitar y por fin iba a cumplir mi sueño. Por otra
parte, también le dejé bien claro a Robert (que se encargó de todo) que no quería
una casa lujosa, ni un hotel, ni un lugar apartado, sino un pequeño piso que no
fuera nada caro y que no se encontrase en una zona de gente rica. Quería vivir
por una vez todo lo que se me había negado por mi condición. Deseaba conocer a
la gente normal y que ellos me viesen a mí también como alguien corriente. Y
ese deseo se iba a cumplir en pocas horas.
Sumergida en mis pensamientos sobre mi nueva y
temporal vida el móvil sonó y me sobresalté. Miré la pantalla y pude comprobar
que era Robert.
-Nicki, tengo ya todos tus papeles en orden. A
partir de este momento te llamas Sara Collins Díaz, y te recuerdo que allí se
utilizan los dos apellidos –asentí sin darme cuenta de que no podía verme a
través del teléfono, por lo que respondí con un “sí, lo recordaré”-. Muy bien,
de todos modos tendrás el DNI, el carné de conducir, el pasaporte y demás por
si se te olvida algún dato. Por prudencia cambié también tu mes de nacimiento y
el lugar de nacimiento, pero sigues teniendo diecinueve años, así que allí podrás
hacer lo típico de cualquier mayor de edad…
Sonó la otra línea y la atendí un momento.
-Ruth, espera que voy a terminar de hablar con
Robert –le dije, y sin darle tiempo a hablar volví a cambiar de línea-. Robert,
que tengo a Ruth por la otra línea. Ocúpate de que me lleguen los papeles con
todo en orden y tómate unas merecidas vacaciones. Por cierto, de vez en cuando
puede que recibas una llamada mía para que cambies los dólares a euros y me los
envíes, ¿vale? Confío en ti, un beso.
-P-pero Nicki… -fue lo último que escuché antes
de colgarle y volver a hablar con Ruth.
-Ruth, tienes que venir ahora mismo a mi casa y
ver esto. ¡Es impresionante!
-¿Ha quedado bien? ¡Hace ya seis días desde que
no te veo el pelo! –exclamó con su típico tono de indignación. La verdad es que
yo también la había echado de menos, pues era muy raro que estuviésemos
separadas.
-Pues cuando vuelvas a vérmelo no lo vas a
reconocer –reí pensando en la cara que se le quedaría a Ruth en cuanto me
viera.
-Joder tía, ¿tan diferente estás? –Escuché un
sonido de fondo similar al de unas llaves introduciéndose en un coche- Te dejo
que estoy arrancando el coche para ir a tu casa cariño. Nos vemos allí. Te
quiero.
-¡Y yo a ti! –me despedí e inmediatamente me tiré
sobre la cama tapándome la cara y riéndome de pura felicidad.
Aquello era maravillosamente increíble e
inimaginable. En mi vida había pensado que algo así me pudiera pasar a mí, pero
por suerte estaba equivocada.
Busqué en la agenda del móvil el número de mi
asesora de moda y la llamé, para preguntarle qué tal le habían ido las compras
durante la semana. Tenía que conseguir algo diferente a mi estilo, pero que me
quedase bien y sobre todo, que me sintiera cómoda. Al cabo de unos segundos
escuché su aguda voz al otro lado del teléfono.
-Michelle al habla –contestó.
-Michelle, soy Nicki –aclaré.
-¡Hola querida! Justo ahora mismo estaba pensando
en llamarte. Creo que he conseguido lo que querías, pero para eso te quería
llamar –hizo una pausa. Seguramente estaría apuntando algo en su agenda, como
siempre.
-Tú dirás, Michelle.
-Pues te quería preguntar si te viene bien que me
pase ahora por tu casa para que veas lo que he comprado y me digas qué te
parece todo.
-Claro, ven en cuanto puedas, yo estaré aquí –escuché
un coche aparcando en la entrada y corrí las cortinas para ver quien era. Tal y
como me imaginé, era Ruth.
-En una hora y media estaré allí Nicki. Nos vemos
–se despidió colgando antes de que yo pudiera decir nada más.
Corrí a abrir la puerta antes de que llamara Ruth
y la encontré frente a mí. Estudió mi cuerpo de arriba abajo con la mirada y
finalmente se detuvo en mis ojos con una expresión confusa en su rostro.
-¿Nicki?
-La misma –asentí sin poder reprimir una sonrisa.
Si ni mi mejor amiga me había podido reconocer, nadie lo haría.
-¡Tía, estás irreconocible! –gritó empujándome al
interior de la casa y cerrando la puerta tras de sí- Deja que te vea bien –agarró
una de mis manos e hizo que girara sobre mí misma.
-¿Increíble verdad? –le pregunté caminando hacia
la cocina para comer algo.
-Es que no pareces tú, pero estás igualmente
fabulosa –se sentó en una silla de la cocina y se cruzó de brazos esperando a
que yo terminara de comerme el donut de chocolate-. No sé como demonios lo
haces pero estás genial hagas lo que hagas.
-Gracias, pero no creas que no me ha costado. A
parte del dinero que he gastado, no he podido parar ni a respirar en toda la
semana –hice una mueca recordando aquellos días y le ofrecí un donut a Ruth,
que rechazó, como siempre-. Con decirte que casi no he podido fumarme un
cigarro tranquila en todos estos días…
-Eso ya si que es grave. Conociéndote sé que lo
que peor te sienta es la falta de nicotina, sobre todo cuando te estresas. Y
que lo que más te gusta es el cigarrito de después de comer –asentí dándole un
bocado al donut.
-Pues eso, que no me he podido fumar ni uno
tranquila, siempre tenía que tirarlo por la mitad o más porque llegaba tarde a
la peluquería, o al esteticista, o…
-¡Calla que me vas a estresar! –rebuscó en su
bolso y sacó un paquete de tabaco- Por suerte, ya todo ha terminado y nos
iremos de vacaciones, así que celebrémoslo con tu primer cigarro completo de la
semana querida. Pero el mechero lo pones tú.
-A ver si encuentro uno, porque siempre los
pierdo –busqué por la cocina, dentro de la estantería donde tenía los libros de
recetas y efectivamente, allí había un mechero.
Encendimos los cigarrillos y salimos a la parte
trasera. Nos quitamos los zapatos y caminamos por el césped sintiendo como la
hierba acariciaba nuestros pies. Era una sensación tan agradable…
Nos tumbamos cada una en una hamaca y conversamos
un rato sobre las cosas que haríamos en España (locuras la mayoría). Nos
fumamos un par de cigarros más y escuché como llamaban a la puerta. Dejé a Ruth
tumbada en la hamaca y fui a abrir.
Allí estaba Michelle, que me agarró de la mano y
me llevó hasta su coche. Era un todoterreno grande y en cuanto abrió la puerta
trasera casi quedamos sepultadas bajo tantas bolsas.
-Ayúdame a cargar las bolsas, que te voy a enseñar
lo que he comprado.
La ayudé a cargarlo todo hasta mi habitación, lo
que nos llevó más de una hora. Cuando estábamos en mi cuarto Ruth, Michelle y
yo, abrimos las bolsas y miramos toda la ropa que había allí.
Vi una gran cantidad de ropa desparramada sobre
mi cama y quedé encantada con lo que había elegido Michelle. Había acertado
completamente. Era ropa típica de una adolescente de ciudad que intenta llamar
la atención, pero no de manera estrafalaria.
Y ya, para terminar con aquella tarde perfecta,
llegaron todos los papeles arreglados. Me despedí de Ruth y Michelle y me tiré
en la cama sin comer por los nervios que tenía acumulados. El día siguiente sería
magnífico.