lunes, 30 de julio de 2012

Capítulo 6.




No veía a Anger por ninguna parte. Lo busqué por toda la casa pero nada, ni rastro de él. Le pregunté a Gorka, a Raúl e incluso a la insufrible de Diana, que claramente estaba loca por él, pero tampoco tenía ni idea de dónde estaba el chico rubio. Intenté ignorar el echo de que hubiera desaparecido el anfitrión de la fiesta y busqué a Nicki… digo, Sara. Tampoco la encontré. Aquello ya empezaba a cabrearme. Las dos únicas personas con las que podía hablar no estaban.

Para rematar el asunto, tenía un dolor de cabeza impresionante y me costaba andar en línea recta. Fui a la cocina y me apoyé en una mesita que había.

-Mañana voy a tener una resaca que no me lo voy a creer ni yo –murmuré en inglés sin darme cuenta de que había alguien a mi lado.

-En cristiano por favor –aquella voz me hizo dar un salto por la sorpresa. Me llevé la mano al corazón que latía apresuradamente.

-¡Anger! –grité dándole un pequeño empujón.

-Hoy la tenéis tomada conmigo… -refunfuñó volviendo a mi lado.

-¿Por qué será? –ironicé levantando una ceja. Aquél Dios griego que tenía frente a mí rió. Dentadura perfecta, boca perfecta, facciones perfectas… ¡Era perfecto!

-¡Eh, que yo soy un angelito! –bromeó. Abrió la puerta de un mueble de madera vieja que tenía toda la pinta de tener más años que yo y sacó dos vasos muy pequeños- ¿Una ronda de chupitos?

Me encogí de hombros dándole a entender que me daba igual. Echó Legendario en los dos vasos y antes de que yo pudiera coger el mío, ya se había bebido el suyo y se estaba sirviendo otro. Me llevé el vaso a los labios y bebí. Al tragar, la garganta me ardía, pero no me sentó mal. Volvió a llenar los dos vasos y bebimos otra vez, y así sucesivamente hasta que yo ya no pude más.

El calor de la garganta se había extendido por todo mi cuerpo y estaba algo confundida. Todo a mi alrededor se veía diferente, como si se moviese a cámara lenta y de repente volviera a su ritmo normal. Lo sé, me había pasado bebiendo. Me había pasado bastante.

-Creo que ya es hora de que me vaya a casa –balbuceé riéndome- O no, la risa tonta no por favor… -solté un gemido de fastidio. Odiaba reírme cuando me emborrachaba. Parecía una idiota.

-¡Estás fatal Ruth! –exclamó empujándome un poco, pero lo suficiente como para hacer que perdiera el equilibrio y me cayera al suelo.

-¡Auch!- grité y por segunda vez, me invadió aquella estúpida risa.

Anger me miraba riéndose y me tendió una mano para ayudarme a incorporarme. Con su ayuda, me puse en pie y para no caerme me agarré a su brazo. No era un brazo excesivamente fuerte, pero se notaba que iba al gimnasio.
-Anda, te llevo a casa, porque sino te vas a caer por las escaleras y no me gustan los hospitales –se ofreció agarrándome por la cintura y con la otra mano cogió mi brazo y lo pasó por su cuello.

-Por lo que acabas de decir deduzco que vendrías a verme si me hubiese caído… -señalé sonriendo.

-Mmm… tendría que pensármelo –le golpeé el hombro con las pocas fuerzas que me quedaban y él no hacía más que reírse- ¡Está bien, está bien! Iría a verte, pero solo porque el café que ponen en aquellas máquinas me encantan.

-Ya no hay máquinas, ahora tendrías que ir a la cafetería –puntualicé esforzándome por caminar sin que se me enredaran las piernas.

-¡Ah no! ¡Entonces no iría! Lo siento, pero si no hay café, no hay trato –atravesamos el salón repleto de gente y pude ver que Gorka le guiñaba un ojo.

-Yo también te quiero Anger –dije sarcásticamente mientras salíamos al rellano. Me apoyó en la pared y se quedó mirándome. Y yo hipnotizada como una tonta, sumergida en aquél par de ojos azules.

-Lo sé –se limitó a contestar con una sonrisa pícara. Sin que pudiera reaccionar, se agachó y me cargó en su espalda.

-¡Suéltame! ¡Anger, suéltame! ¡Como me caiga te mato! –gritaba pataleando y dándole puñetazos en la espalda para que me soltara.

Haciendo caso omiso a mis palabras, continuó bajando las escaleras como si nada. Seguí pataleando hasta que por fin se paró. Me bajó de su hombro y quedé frente a él. Estaba tan tremendamente bueno con aquél chaleco básico blanco y la cazadora negra… Respiré hondo un par de veces intentando centrarme.

-Ya estás en tu casa –anunció señalando la puerta, sin dejar de sonreír como siempre- Y… por favor, no te vayas a caer, que no me apetece pasar la noche en una sala de espera –susurró a mi oído y el calor volvió. Subió por mis piernas hasta hacerse un nudo en mi garganta, dejándome sin la capacidad de hablar, por lo que me limité a asentir.

¿Cómo conseguía ser tan malditamente irresistible?

-Buenas noches borrachina –se despidió revolviéndome el pelo cariñosamente. Total… la trenza ya estaba totalmente desecha.

Lo vi desaparecer por las escaleras, subiéndola de dos en dos como si la vida se le fuera en ello.

-¡Joder Ruth! ¿Qué te pasa? Es solo un tío más –murmuré hablando conmigo misma y saqué las llaves del bolsillo.

Abrí la puerta y sin quitarme la ropa, me tiré en la cama. Si antes estuve mareada, en cuanto cerré los ojos todo a mi alrededor dio vueltas y vueltas y más vueltas. Tenía ganas de vomitar, pero no iba a hacerlo. No esa noche.


Tremendas ganas de vomitar… Eso es lo primero que anunció mi cuerpo en cuanto me desperté. Me incorporé en la cama y la cabeza me dio vueltas. Beber no era mi punto fuerte. Conseguí ponerme en pie y levanté la persiana dejando entrar la luz en aquél oscuro cuarto. Durante unos segundos estuve cegada por los rayos de sol y pude ver mi ropa. La misma que la noche anterior.

-Felicidades Nicki, tu primera resaca –anunció Ruth entrando por la puerta. Estaba tremendamente perfecta de no ser por las ojeras que asomaban bajo sus grisáceos ojos.

-Cállate, que me va a explotar la cabeza –murmuré caminando hacia la cocina.

-Pues entonces mejor no te cuento quién ha llamado a las nueve de la mañana… -dijo Ruth siguiendo mis pasos.

-Robert –suspiré mirando en la nevera. Genial, no había nada de nada. Tuvimos toda la tarde anterior libre y no se nos ocurrió la maravillosa idea de comprar algo de comida.

-Exacto. Llamó unas diez veces… ¿O fueron once? –meditó llevándose un dedo a los labios y mirando hacia arriba- No estoy segura. Lo único que sé es que quiere que lo llames de inmediato, palabras textuales.

-Lo llamaré cuando la cocina deje de dar vueltas y la comida deje de intentar de salir por el orificio equivocado –musité bebiendo un vaso de agua.

-¿Tan mal estás? –preguntó quitándome el vaso y terminando de beberse el agua.

-Mal no, peor –le respondí recuperando mi vaso.

Ruth desapareció de la cocina corriendo y escuché un ruido en el baño. Fui a ver que le pasaba y la encontré arrodillada frente al inodoro, agarrándose el pelo con una mano y vomitando.

-Así que tú también te lo pasaste bien por lo que veo. ¿O me equivoco? –dije con sarcasmo agarrándole el pelo.

-Sí, de puta madre, ¿no me ves? –y volvió una arcada.

Pasamos unos minutos allí, yo sujetando su melena rubia y ella echando por la boca hasta el puré que tomaba con dos años. Se recuperó rápida y sin decir una palabra se fue a su habitación. Hice lo mismo que ella y me encerré en la mía cogiendo unos pantalones cortos azules de hacer deporte y una camiseta de tirantas blanca. Tenía que seguir haciendo ejercicio si no quería ponerme como una foca durante las “vacaciones” que me iba a tomar. Además, no me venía mal conocer un poco el barrio y sus alrededores y también buscar una tienda donde comprar algo comestible. Me calcé los deportes y cogí las llaves y el móvil para salir. Estaba a punto de salir por la puerta cuando escuché unos pasos corriendo hacia el baño. Me tapé la boca para no reírme y salí del piso.

Terminé de bajar por las escaleras y vi a Gorka dispuesto a subir, pero no estaba solo. Llevaba agarrada por la cintura a Diana, la compañera de piso de Anger. Iban riendo hasta que me crucé con ellos, que me saludaron sonriendo y siguieron su camino.

-Estúpidas parejas… -murmuré y me choqué contra algo, o mejor dicho, alguien.

-¡Buenos días Sara! ¿Qué tal llevas esa resaca? –el rubio macarra revolvió mi pelo y le miré intentando aparentar enfado.

-No tengo resaca –objeté.

-¡Claro, claro! ¡Y voy yo y me lo creo! –exclamó sonriendo. Jugueteó con unas llaves que tenía en las manos mirándome con una sonrisa torcida.

-Pues no te lo creas… -refunfuñé dándome la vuelta para irme a comprar.

-¿Dónde vas tan temprano inglesita? –Anger me adelantó y caminó a mi lado.

-Son las once y media –contesté mirando el reloj. Ese chico tenía un concepto de “tarde” muy extraño.

-Pues eso, temprano –repitió sonriendo- Oye, ¿me vas a hacer caminar mucho más? Es que me parece algo tonto teniendo la moto allí –señaló la puerta del edificio, donde estaba apoyada una moto negra con algunos detalles rojos.

-¿Y a mí que me importa? –el pobre no tenía ni idea de con quién estaba jugando. Molestarme por la mañana, sobre todo teniendo resaca (aunque eso no lo admitiría delante de él), era lo peor que podía hacer.

-Venga, te llevo. Si sé que lo estás deseando –seguí mi camino ignorándolo, pero él no se rendía-. Además, no sabes andar por estos barrios. Te perderás, te robarán y vendrás llorando a mí.

-No –fue mi única respuesta.

-Venga ya, no seas tonta… Lo pasaremos bien –me paré y giré hacia él encarándolo.

-¿No entiendes un “NO” por respuesta? –negó a mi pregunta y me rendí- Vale, lo haremos a tu manera… Llévame a comprar a un supermercado en la estúpida moto –indignado se llevó una mano al pecho y abrió aquellos preciosos ojos azules.

-Si insultas a mi moto me insultas a mí.

-Genial, como las ofertas. Un dos por uno –dije con sarcasmo y fui hacia la moto. Anger me adelantó corriendo y se montó en aquél aparato de dos ruedas, metiendo la llave en el contacto y arrancándola.

El motor rugió y mientras iba hacia allí, observé la escena. Anger, con unos pantalones vaqueros rotos y desgastados y una camiseta negra de manga corta, permanecía encima de aquella moto negra que rugía bajo sus piernas, como un caballo relincha bajo su jinete. Su pelo rubio y alborotado le daba un toque despreocupado a aquella cara angelical.

Tal vez otro chico con la misma ropa, el mismo peinado y la misma moto, no me llamaría tanto la atención como Anger. Había algo en él que lo hacía único e inigualable, pero no por ser perfecto, sino más bien por lo contrario. Porque él había encontrado la perfección siendo el hombre más imperfecto y lo demostraba con su forma de ser, arrogante pero con un toque de amabilidad y dulzura. Eso lo hacía tan especial… tan único.

Me subí a la moto y me puse el casco. Envolví su cintura con mis brazos e inmediatamente arrancó haciendo que me agarrase con más fuerza. Apoyé mi cabeza en su espalda y vi la gente pasear por las calles. Los niños agarrados de la mano de sus padres. Los ancianos sentados en el bar. Los perros paseando alegremente.

Cada vez íbamos más rápidos, y a pesar de que tenía algo de miedo, sentí un agradable cosquilleo en el vientre. La adrenalina corriendo por mis venas era una sensación que pocas veces había probado en mi vida. Una actriz famosa no podía ir por ahí haciendo puenting o tirándose desde un avión en paracaídas corriendo el riesgo de hacerse daño o incluso de perder la vida. Digamos que tenía prohibida las emociones fuertes.

Sentía el viento rozando mis mejillas y alborotando mi cabello. Bajo mis manos tenía los marcados músculos del vientre de Anger y me permití el gusto de deslizarlas un poco para que no fuera demasiado evidente. El chico estaba tremendo y eso no podía negarlo. Pero era un idiota. Un macarra idiota.

Paramos frente a un supermercado y entré comprando un par de cosas, lo justo para poder llevarlo en la moto sin volcar. Anger se entretuvo con unos niños que jugaban con la fruta y lo observé curiosa. Bajo aquella máscara de chico duro había alguien realmente dulce. Se dio cuenta de que lo estaba mirando y sonrió volviendo hacia mí. Pagué la compra y salimos.

-Ahora te voy a llevar a un bar donde se comen unas tapas que están para chuparse los dedos –dijo mientras se montaba en la moto y se ponía el casco.

-Tengo que volver a casa –repuse sentándome detrás. Me coloqué el casco y rodeé su cintura con mis brazos teniendo cuidado de no caer nada de la compra.

-No, hoy vas a pasar la tarde conmigo –y antes de que pudiera objetar algo, arrancó y me apreté a su espalda para evitar caerme.

Suspiré y entorné los ojos al ver que me estaba mirando por el espejo retrovisor. Me guiñó un ojo y aceleró haciendo que me abrazara aún más fuerte, lo que provocó que una pícara sonrisa se dibujara en su rostro. Nada que hacer. Aquél chico no tenía remedio.

martes, 24 de julio de 2012

Capítulo 5.




Al entrar en la casa de Anger, un fuerte olor a marihuana y alcohol invadió mis fosas nasales. Hice una mueca de desagrado que Ruth ignoró. El joven rubio nos guió hasta una sala de las mismas dimensiones que la nuestra, pero con menos mobiliario. Constaba de una mesa al fondo, una televisión y un sofá bastante grande. El lugar estaba despejado y en el centro de la habitación se encontraba un círculo de chicos y chicas bebiendo y haciendo más cosas que preferí ignorar.

Una de ellas se levantó al vernos y sonrió. La miré curiosa, estudiándola sin que fuera demasiado evidente. Tenía el pelo negro por encima de los hombros y flequillo. Varios piercing decoraban su cara: uno en la nariz, dos en el labio inferior y otro en la ceja izquierda. Vestía una falda roja excesivamente corta y una camiseta sin mangas negra.

-Ella es Diana, mi compañera de piso –informó Anger con una sonrisa y nos dirigió una mirada confusa- Por cierto… aún no tengo ni idea de cómo os llamáis…

-Yo soy Ruth, y ella… Sara -pensé que iba a meter la pata, pero por suerte no se confundió.

-¿Sois inglesas no? –preguntó la tal Diana después de darnos dos besos a cada una.

-No, somos estadounidenses –la corregí intentando sonreír.

-Bueno, estadounidenses o inglesas ¿qué más da? Todos habláis inglés –me mordí el labio para no reírme y Anger me miró levantando una ceja.

-Venga, empecemos con la fiesta ¿no? –nos preguntó el rubio y Ruth asintió mostrando su radiante sonrisa.

Diana volvió al círculo y Anger nos llevó a la cocina. Abrió el frigorífico y a simple vista parecía que había unas diez botellas de bebida.

-¿Qué queréis? –nos preguntó y cogió dos vasos en los que echó hielo.

-Yo Bacardi con limón –respondió Ruth decidida.

-Legendario con Coca Cola por favor –añadí yo.

-¡Qué formalidad! –Exclamó Anger riéndose- Tienes que soltarte un poquito más, inglesita –tras pronunciar aquél adjetivo que me había asignado me guiñó un ojo.

Nos llenó nuestros respectivos vasos y nos sentamos en el círculo donde estaba la mayoría de la gente. Encendí un cigarrillo y Ruth hizo lo mismo. Estábamos rodeadas de chicos rapados con chaquetas de cuero negra, otros con el pelo largo y camisetas anchas… El más normal sin duda era el anfitrión, pero no por ello, el más educado. Las chicas seguían todas el mismo modelo de ropa: ajustada, corta y llamativa. Entablé conversación con un “hippie” bastante simpático y culto, pues cuando no entendía algo, él me lo traducía a inglés. Creo recordar que se llamaba Raúl y estudiaba bellas artes.

Ruth, sin embargo, no tardó mucho tiempo en levantarse y bailar con unos y con otros. Ella era simplemente, un espíritu libre. Anger se acercó a ella y empezaron a bailar bastante pegados el uno al otro. Ya había conseguido su objetivo, lo tenía en el bote.

-¿Quieres? –me ofreció Raúl. Miré lo que tenía en la mano: un porro de marihuana. Ya lo había probado varias veces y no estaba mal…

-Vale ¿por qué no? ¡Estamos de fiesta! –lo cogí y le di una calada, y luego otra, y otra… Así hasta que perdí la cuenta.

La cabeza me daba vueltas y reía sin sentido alguno. Pero no estaba mal. Ruth volvió a mi lado con dos nuevos vasos y me ofreció uno. Me lo bebí prácticamente de un trago pues tenía la boca muy seca. Entonces alguien llegó con una botella vacía y se sentó en el círculo.

-¡Vamos a jugar a la botella! –gritó la chica que la traía en la mano y la puso en el centro. Miré a Raúl algo confundida y me lo explicó.

-Haces que la botella gire, y cuando se pare tienes que ver hacia quién señala y besarlo –abrí los ojos, que me costó lo suyo, pero lo conseguí.

-¡Joder, cómo os lo montáis! –grité riéndome y mirando a Ruth, que se levantó otra vez a llenar los vasos.

Ruth llegó con la bebida y se sentó a mi lado.

-¿Jugamos? –me preguntó bebiendo de su vaso.

-Vale –contesté no muy segura de mi respuesta. El mareo que sentía era cada vez más notable y sentía un agudo pinchazo en la sien.

Segundos después vi a Anger sentarse junto a Ruth y coger la botella. La giró con fuerza y se paró señalando a una chica rubia que había frente a mí. Era muy guapa, al menos lo era bajo esos dos kilos de maquillaje. Ambos se acercaron a la mitad del círculo de rodillas y sonriendo se besaron. Fue un beso apasionado e intenso, tanto que tuve que apartar la mirada hasta que Anger volvió a su sitio. La chica permaneció en el centro dos segundos antes de asimilar que ya había terminado y volvió a su lugar.

Esta vez, le tocaba a Ruth girar la botella y así lo hizo. Dio varias vueltas hasta que fue perdiendo velocidad y se detuvo frente a mí. Las dos nos miramos y empezamos a reírnos. Todos se nos quedaron mirando esperando y me sentí algo incómoda.

-No voy a besarla –me negué- Es mi amiga –argumenté viendo sus caras de disconformidad.

-¡Venga Sara, por eso mismo! ¡Somos amigas! Hay confianza –protestó Ruth con risa floja. Estaba borracha. Yo tampoco estaba precisamente lúcida, así que decidí acabar con aquello.

-¡Está bien! La besaré –y ante la mirada de aquellos desconocidos posé mis labios sobre los de Ruth sin cerrar los ojos.

Su lengua se hizo paso entre mis labios y se entrelazó con la mía. A su espalda, Anger nos miraba con media sonrisa y me guiñó un ojo. Antes de separarnos, Ruth me mordió el labio inferior y después sonrió.



-No está mal… -declaró sin dejar de sonreír.

-¡Eh, que yo de lesbiana tengo poco! –repuse riéndome.

-¿Pero qué dices cariño? Dame un besito –bromeó Ruth agarrándome por la cintura y atrayéndome hacia ella. Nos reímos todos y el juego siguió su curso.

Anger besó a su compañera de piso y a otra chica más. A Raúl le tocó besarse con Ruth y así sucesivamente con el resto de personas. Yo aburrida, me retiré para beber algo que no tuviese alcohol, y casi me caigo al intentar levantarme. Llegué a la cocina intacta y me bebí un poco de agua.

-¿Ya tienes resaca inglesita? –me giré y vi a Anger a mi espalda.

-No tengo resaca y no me llames inglesita –gruñí pero mis palabras casi no fueron entendibles. Me había pasado bebiendo y fumando.

-¡Vale, vale! ¡No me muerdas! –exclamó levantando los brazos y riéndose. Tenía una sonrisa perfecta y me fijé en sus ojos. Eran de color azul apagado, casi grises, muy parecidos a los de Ruth, pero algo más pequeños.

-Idiota –murmuré apartándolo de mi camino con una mano y saliendo de la cocina tambaleándome.

-¡Señorita, así no se trata a un anfitrión! –me reprochó siguiéndome por la sala. Algunos seguían jugando a “la botella” y otros, simplemente bailaban, bebían o fumaban, o incluso las tres cosas a la vez.

Esperaba que me dejara en paz y así fue. Se paró con su “guardaespaldas”, el tal Gorka, que tenía toda la pinta de un pitbull y pude salir por la puerta sin que me siguiera. A medida que iba bajando la escalera, me encontraba con más y más chicos que estaban charlando o tambaleándose. ¿Así de mal estaba yo? Esperaba que no fuera así…

Conseguí llegar hasta la entrada del bloque y al salir a la calle respiré el aire fresco, sin rastro de olor a marihuana. Fui hacia la pequeña plaza que tenía en frente y me senté en un banco. Encendí un cigarrillo y me lo fumé tranquila, sin nadie que me molestara ni humo que me colocara aún más. Me llevé la mano a la cabeza casi instintivamente. Me daba todo vueltas.

Respiré hondo un par de veces y conseguí relajarme. Cogí otro cigarrillo y cuando estaba a punto de encenderlo vi que llegaba alguien. Un chico de mi estatura, algo fornido y rapado como la mayoría que había visto dentro en la fiesta se acercaba a mí. Llevaba una camiseta de tirantas negra y muy ajustada para resaltar sus músculos, y un pantalón vaquero roto con unas zapatillas de deporte.

-¿Tienes fuego guapa? –preguntó con una sonrisa torcida. Dientes mal alineados y labio con una cicatriz.

-Claro, toma –le tendí el mechero y se encendió un cigarro, pero no se fue.

-Eres inglesa ¿no? –suspiré harta de que confundieran.

-No, soy estadounidense.

-Pues tendré que ir allí si todas las tías son como tú -¡qué original! Pensé irónicamente.

Me quedé callada fumando de mi cigarro y finalmente lo tiré y lo pisé. Aquél chico seguía allí mirándome y me sentía algo incómoda por el silencio que se había formado. Al final él decidió romperlo.

-¿Vamos a la fiesta? –me preguntó intentando romper el hielo.

-No gracias, ya vengo de allí –le respondí bostezando.

-Venga… vamos a subir un rato, ya verás que bien te lo vas a pasar –añadió guiñando un ojo, que el lugar de hacer que me atrajese me dio ganas de reír y así lo hice- ¿De qué coño te ríes?

-Perdona, es que creo que me he pasado bebiendo –intenté reprimir la risa, pero no había manera.

-¡De mi no se ríe ni Dios! –gritó cogiéndome del brazo y levantándome del banco con brusquedad.

-¡Suéltame! –le grité intentando zafarme de su agarre. En lugar de liberarme me apretó más haciéndome daño.

-Tú te vienes conmigo –susurró a mi oído y me entraron arcadas al oler su fuerte aliento.

-¡Tú, suéltala! –oí otra voz que provenía de la puerta del bloque. Miré hacia allí y vi como Anger avanzaba a pasos agigantados hacia nosotros.

-¿Y tú quién coño eres? –preguntó el chico sin soltarme del brazo. Si antes estaba mareada y confundida, en ese momento lo estaba aún más.

-¡Yo soy el que te va a partir la cara como no la sueltes ya! –lo agarró por la chaqueta y fui liberada.

Intenté caminar hacia la entrada pero las piernas casi no me respondían. Como pude, fui hacia el banco y me senté abrazándome a mis piernas.

-¿Dónde vas? ¡Aún no he terminado contigo! –escuché la voz del desconocido que segundos antes me tenía agarrada y seguidamente un fuerte golpe.

Levanté la cabeza un poco y vi al joven sangrando por la nariz y mirando a Anger con rabia. Éste último permanecía impasible pero alerta. El herido intentó darle un puñetazo a Anger, que lo esquivó rápidamente y agarró la mano del chico, para después golpearlo con el puño cerrado en la boca, y bajo la barbilla, y en la nariz otra vez…

-Ahora, el que ha terminado contigo soy yo –escupió Anger observando al chico que segundos después cayó al suelo rendido.
Anger se sentó a mi lado en el banco y se quedó mirándome con aquellos profundos ojos azules. Yo sin poder evitarlo, sonreía tontamente bajo los efectos del alcohol y lo que no era alcohol…

-Anda inglesita que te has lucido… Tu primera noche aquí y ya la estás liando –reí ante aquél comentario que apenas había entendido y segundos después estaba suspendida en el aire.

Anger me llevaba en brazos hasta el bloque, dejando atrás al acosador que seguía tirado en el suelo. Eché la cabeza hacia atrás y me mareé aún más al verlo todo alrevés y me erguí de nuevo. Miré a Anger que iba subiendo las escaleras sin hacer mucho esfuerzo, como si no llevase cincuenta kilos de más en brazos. Era guapo, realmente guapo.

Una onda de calor se fue extendiendo por mi cuerpo hasta acumularse en la cara. Aparté la mirada de su dulce rostro de angelito, pues eso es lo que parecía si dejábamos a un lado las evidencias de que realmente era un macarra. Se detuvo y vi la puerta de mi piso. Intenté bajarme de sus brazos pero casi provoco la caída del siglo.

-¿Y las llaves? –preguntó suspirando.

-En el bolsillo del pantalón –y sin motivo alguno empecé a reírme cuando me sujetó con un brazo mientras que con la mano libre buscaba entre mis bolsillos.

-¡Vaya tela con la inglesita! Anda, deja de reírte y haz algo por la vida… -levanté una ceja sin entenderlo muy bien.

-¿Hacer algo por la vida? –balbuceé por culpa de las copas de más que llevaba.

-Sí, que te muevas y me ayudes a buscar las putas llaves –refunfuñó haciendo una mueca por el esfuerzo. No las encontraba y otra vez empecé a reírme.

-¿Sabes? Unas llaves no pueden ser putas, porque… ¿cómo hacen unas llaves…? –me tapó la boca y me sentó en el suelo.

-¡Anda, cállate, cállate! ¡Qué me tienes contento! –intentó mirarme serio, pero al ver que yo no conseguía dejar de reír, él se unió a mis risas.

-¡Aquí están! –grité sacándolas del bolsillo trasero.

Bufó y las metió en la cerradura de la puerta abriéndola.

-¿Puede la princesita entrar sola o necesita ayuda? –bromeó haciendo una pequeña reverencia.

-Puedo yo sola, gracias –me incorporé apoyándome en la pared y agarrándome al marco de la puerta para poder entrar. Escuché una leve risa a mi espalda y lo miré- ¿De qué te ríes?

-Anda, ya te ayudo yo –volvió a levantarme, pero esta vez lo hizo con menos delicadeza. Me cogió de las piernas y me recargó en su hombro, como si fuera un vulgar saco de patatas.

-¡Oye, así no se trata a una princesa! –grité intentando parecer enfadada, pero fue imposible. La estúpida risa volvió a apoderarse de mí.
Me llevó a mi habitación guiado por mí y me tumbó en la cama con cuidado. Se sentó unos segundos a recuperar el aliento y me miró sonriendo.

-¿Y ahora qué te hace tanta gracia? –le pregunté algo enfadada.

-Me hace gracia que una inglesita pija como tú esté tan borracha –respondió-. De verdad, pensaba que tenías más glamour –al oír las últimas palabras me incorporé y le di un puñetazo en el hombro-. ¡Auch! ¿Encima de que te ayudo? ¿Así me la pagas? Eres una desagradecida –bromeó sin dejar de reírse.

-Que sepas, señor macarra, que yo derrocho glamour –puntualicé también riéndome.

-Pues lo siento mucho, “Miss Glamour”, pero el macarra tiene que volver a su fiesta –se puso de pie dispuesto para irse.

-¡Espera! –se paró en la puerta de la habitación y se quedó mirándome con una ceja levantada-. Me caes bien macarra. Cuando te vi esta mañana pensaba que eras el típico chulo que iba repartiendo golpes por ahí y buscando pelea, pero no… Me has sorprendido. Es más, me parece raro que no hayas intentado meterme mano estando en mi estado –rió ante el último comentario y volvió a la cama. Se acercó a mí, dejando su rostro a centímetros del mío, sin borrar la sonrisa.

-No me hace falta aprovecharme de ti, porque muy pronto, estando sobria, tú misma me pedirás que te bese –pestañeé un par de veces, atónita por lo que había dicho- Así que… buenas noches princesita –añadió dándome un beso en la mejilla y un instante después desapareció por la puerta.

Me dejé caer en la cama suspirando. ¿Pero qué se creía? ¿Yo? La mismísima Nicki, pedirle un beso a él, un macarra de turno… ¡Já! No se lo creía ni él.

Sin quitarme la ropa cerré los ojos, algo menos mareada que antes y cerré los ojos, quedándome sumida en un profundo sueño.





domingo, 22 de julio de 2012

Capítulo 4.


Después de toda una tarde arreglando los últimos detalles de la instalación, Ruth y yo pudimos pensar en salir un rato. No nos molestamos ni en cambiarnos de ropa. Ella cogió el bolso y guardó todo lo necesario y yo me limité a meterme las llaves en el bolsillo.

Cuando estábamos listas, escuchamos como alguien llamaba a la puerta golpeándola insistentemente. Fui corriendo a abrir mientras Ruth se encendía otro cigarrillo y me encontré frente a un par de chicos con chaquetas de cuero negras. Al subir la vista hacia los ojos del más alto, lo recordé: era el cabecilla del grupo que nos encontramos al llegar.

El otro sin embargo no me resultaba familiar. Era de mi misma estatura, con el pelo negro y excesivamente corto. Un piercing en su ceja tapaba una pequeña parte de una cicatriz que subía por su frente. Me miraba sonriendo y aún así me intimidaba, no sabía si era por aquella cicatriz, por sus rasgados ojos negros, o el dragón que tenía tatuado en el cuello…

-¡Comité de bienvenida señoritas! –el chico rubio se hizo un hueco entre yo y la puerta y entró en el piso como si fuera su casa. El otro lo siguió imitando sus movimientos.

-¿Te acuerdas de Fran? ¿El que vivía aquí? –Le preguntó el cabecilla a su compañero- Vaya paliza se llevó… Si es que no se puede ser tan aguafiestas.

Entendí unas pocas palabras de las que había dicho, entre ellas, Fran, vivía aquí, paliza…  Ruth inmediatamente me lo tradujo todo y me quedé atónita mirando a aquél par de chicos.

-Vamos a salir –les anuncié con la esperanza de que pillaran la indirecta. Ambos se quedaron mirándome curiosos.

-Con que inglesas… -murmuró el bajito dándole un codazo en las costillas al rubio. Rieron mirándonos con una sonrisa pícara y avanzaron por el pasillo.

-Solo vamos a echar un vistazo para ver que tal todo –dijo el más alto sonriéndome. Tenía unos dientes blancos y perfectamente alineados- ¿Me entiendes inglesita?

-Primero, te entiendo perfectamente, segundo, no soy inglesa y tercero, fuera de mi casa, tenemos prisa –gruñí ya cabreada por la insolencia de los dos imbéciles que se nos habían colado en casa. Ruth me miraba divertida.

-Venga Sara, no tenemos prisa –repuso Ruth y le dirigí una mirada asesina mostrando claramente mi oposición a que nos quedáramos aguantando a semejantes personajes.

-Eso inglesita… -lo miré aún peor que a Ruth y el chico rapado se rió.

-¡Joder con la nueva! –Exclamó- Tiene agallas, Anger –el tal “Anger” chasqueó la lengua y se acercó a mí.

-Sabes que me gustan así, Gorka, no hay nada mejor que una tía con carácter –puso un dedo bajo mi barbilla levantándome levemente el rostro y aparté la cara inmediatamente- ¿Ves? Se me hace la dura, pero está loquita por mi –fanfarroneó dándose la vuelta y caminando hacia la salida- ¡Vamos Gorka, que las señoritas necesitan intimidad!

Su compañero lo siguió como un fiel perrito y antes de que ambos desaparecieran por la puerta, el rubio se giró.

-Esta noche os espero en mi casa, hacemos fiesta –me crucé de brazos y levanté una ceja. Si se pensaba que íbamos a ir a su casa…

-Claro, no nos vendría mal conocer a gente, ¿verdad Sara? –giré la cabeza mirando a Ruth con los ojos abiertos, pero ella solo sonreía.

-Bien, es el último apartamento. A las doce y media nos vemos –nos guiñó un ojo y por fin desapareció de mi vista.

Esperé a que estuvieran lo suficientemente lejos para que no nos escucharan y cerré la puerta.

-¡Pero tú estás loca! –le grité a Ruth levantando los brazos- No los conocemos y créeme, no son de confianza…

-Nicki, eres una desconfiada –abrí la boca para corregirla pero me interrumpió- Perdona, Sara, pero yo quiero salir de fiesta y conocer a ese bombón…

-¡Así que todo es por eso! ¿Te gusta un tío al que apenas conoces y que tiene pinta de ir repartiendo palizas por ahí? –Ruth asintió riéndose-

-No te pongas así Sara… Además, tienes que admitir que está buenísimo y ese puntito macarra que tiene me vuelve loca –intenté mantenerme seria pero no pude. Ruth era de lo que no había.

-¡Está bien! –Exclamé- Haremos lo que tú quieras esta noche, pero ahora nos vamos a dar un paseo –la agarré del brazo sacándola de la casa y cerré la puerta.

Subimos en el coche las dos e hicimos una ruta turística por toda Sevilla. Primero visitamos la Giralda y paseamos por las estrechas calles que la rodeaban. Después unos sevillanos nos hablaron de los Reales Alcázares y nos quedamos maravilladas por los jardines. Fuimos a visitar la calle Tetuán e hicimos unas compras y a continuación a la calle Sierpes donde paramos para entrar en algunas tiendas también.

Tras horas andando y comprando compulsivamente, fuimos a la Plaza Nueva y nos sentamos en la terracita de un bar. Estiré las piernas y suspiré. Nadie me había reconocido por la ciudad, ni si quiera nos habían mirado más de la cuenta. Estaba feliz. Feliz de poder ser libre, feliz de ser quien quería ser, feliz de poder salir a comprar sin que la gente se me echara encima pidiéndome autógrafos y fotos. No tenía que tener miedo, no tenía que esconderme, era completamente feliz.

-¡Esto es una maravilla! –Exclamó Ruth- Mañana iremos a la Torre del Oro y después veremos una película en Nervión… ¡Ah! Se me olvidaba, también tenemos que sacar tiempo para tomarnos una copa en un bar que me han comentado unos chicos… está en la calle Argote de Molina.

-¡Para por favor! Me estás estresando –reímos las dos y vimos que venía el camarero. Un hombre de unos cuarenta años delgado y con abundante pelo (lo cual es un milagro para tener esa edad) nos atendió- Yo quiero una Coca Cola.

-A mi ponme un Redbull –el camarero nos mostró una sonrisa y sus dientes amarillentos delataron que era fumador. Se retiró silencioso y en menos de tres minutos nos trajo la bebida.

Después de darle varias vueltas al asunto miré a Ruth y disparé la pregunta:

-¿De verdad piensas ir a la fiesta? –sonrió mirándome y le dio un trago al Redbull.

-No –suspiré aliviada, pero por lo visto no había terminado- Pienso que las dos vamos a ir –concluyó matizando la palabra “dos”. Volví a suspirar. No tenía remedio alguno.

-Mira, no los conocemos, tienen pinta de estar pirados y no me apetece que me arresten la primera noche que paso en España después de tanto tiempo –ahora la que suspiró fue ella.

-Sara, Sara, Sara… -bufó- Nadie nos va a arrestar, todo va a salir genial y lo vamos a pasar de puta madre –hice una mueca dejando clara mi desconformidad- No seas “aguafiestas” –terminó utilizando la palabra que horas antes había aprendido de aquél chico rubio.

-Eres realmente odiosa, lo sabes ¿verdad? –La inculpé señalándola con el dedo índice- Si salgo de fiesta sabes que beberé hasta que no me acuerde ni de donde está nuestra casa, y te recuerdo que vivimos en el mismo piso –rió y la intenté mirar seria reprimiendo la risa- Te hago total y absolutamente responsable de lo que pase esta noche en esa condenada fiesta.

-Relájate Sara, porque tengo el presentimiento de que va a ser una noche inolvidable.

-Si llamas “noche inolvidable” a estar rodeada de macarras que no conoces y acabar vomitando en el felpudo de nuestro piso antes de entrar… sí, te aseguro que será una noche inolvidable –argumenté bebiendo de mi Coca Cola.

-Eso no va a pasar –repuso.

-¿Y cómo estás tan segura?

-Porque no tenemos felpudo –reímos las dos y nos terminamos nuestras bebidas.

Ruth era una chica encantadora, pero incorregible. A nadie se le ocurría llevarle la contraria, pues cuando lo hacían, solo perdían el tiempo. Era la persona más cabezota que había conocido en toda mi vida.

Volvimos al coche y llegamos a casa, donde nos tumbamos un rato antes de empezar a prepararnos para la fiesta. No tenía mucho sueño, por lo que me levanté del sofá y me dispuse a deshacer la maleta y meter algunas cosas en aquél microscópico armario. Ordené los zapatos por colores y altura, reorganicé las camisetas y cogí algunas prendas que tiré sobre la cama para elegir que ponerme para la fiesta. Entonces escuché un ruido. Agua. Ruth se me había adelantado y ya estaba en la ducha.

Bufé e intenté relajarme. ¿Qué diablos se suponía que debía ponerme? Tras una larga hora me decidí por unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta de tirantas negra. Tampoco tenía que ir muy arreglada a la estúpida fiesta de aquellos macarras…

Cogí unas Converse negras y las dejé a los pies de la cama. Me senté esperando mi turno y poco después, Ruth se dignó a salir del baño.

-¡Joder! ¡Sí que me vas a salir cara tú! –exclamé.

-Tampoco es para tanto… -objetó Ruth que se acercaba al armario envuelta en una toalla.

-Llevas una hora en el baño… ¡Una hora! –grité levantando los brazos.

-Bah, no hay sequía –se excusó buscando algo que ponerse. Por mi salud mental, decidí no seguir con aquella ridícula discusión y me metí en el baño.

Terminé en un cuarto de hora y tras secarme el pelo y vestirme me maquillé un poco. No pensaba arreglarme para ir a semejante circo, porque estaba segura de que aquello iba a ser precisamente eso, un circo. Chicos fumando porros y drogándose, chicas intentando llamar su atención con sus cortas prendas y tacones de infarto, y probablemente algún que otro idiota con ganas de pelea. Sabía como era la vida real y por muy ajena que hubiese vivido a todo eso, lamentablemente en el mundo del espectáculo también había gente que practicaba esa forma de vida.

No estaba en muy buena posición para criticarlos, pues yo misma fumaba, bebía e incluso había probado algún que otro porro… pero no me consideraba tan irresponsable como para gastarme la mitad de mi dinero en droga.

Tras minutos de reflexión, terminé de ponerme el rimel en las pestañas y volví a la habitación, donde Ruth seguía sin estar convencida de su elección a la hora de vestir.

-¿Me queda bien? –señaló su esbelta silueta y sus preciosas curvas y la miré entrecerrando los ojos.

-Hasta un saco de patatas con un bonito lazo rosa te quedaría bien –le reproché señalando su cuerpo.

-Te estoy hablando en serio… ¿te gusta lo que llevo? –hizo pucheritos y puso su habitual cara de corderito degollado y asentí suspirando.

-Estás preciosa… ¡Pero qué digo! ¡Estás perfecta! Afrodita se estará retorciendo de envidia allí donde esté –bromeé agarrándola de una mano y levantándola para que girase sobre sí misma- De verdad, estás genial.

Sonrió y se fue al baño a terminar de prepararse. La vi alejarse y realmente la envidié. Llevaba una camiseta de tirantas ajustada de color blanco y negro, unos pantalones cortos negros y unas bailarinas blancas. Cuando salió del baño, pasados unos treinta minutos, tenía una trenza que le llegaba a la mitad de la espalda y se había delineado los ojos sin recargar el rostro, manteniendo su belleza natural.

Ruth fue hacia su maleta y sacó una cajita de flores donde guardaba sus joyas. Cogió un collar largo de perlas blancas y lo dejó caer en su cuello. Simplemente perfecta.

-¿Todo listo? –le pregunté caminando hacia el salón. Me metí las llaves en el bolsillo del pantalón y cogí los cigarrillos y el mechero. Iba a ser una noche muy larga.

-Todo listo –asintió y se guardó tanto el móvil como los cigarrillos en el bolsillo.

Cerré la casa y subimos las escaleras hasta el piso que nos había dicho el tal Anger. Antes de entrar le dirigí una última mirada a Ruth, esperando que con un poco de suerte se arrepintiera y volviéramos a casa, a dormir tranquilas sin tener que pasar por aquello… Pero no, Ruth solo sonrió y me guiñó un ojo, intentando darme ánimos.

Bufé y mascullé una sarta de improperios en voz baja y ella volvió a mirarme riéndose.

-¡Venga ya Sara! No vayas a amargarme la fiesta. Pasémonoslo bien y recordemos esto como una divertida anécdota.

-Si me vomitan encima la “bonita anécdota” se quedará grabada en mis preciosos pantalones y mi camiseta nueva –gruñí mostrando una falsa y forzada sonrisa.

Pegó en la puerta sin hacerme mucho caso. Escuché algunas voces en el interior y unos pasos acercándose a la entrada. Cerré los ojos para asimilar lo que íbamos a hacer y finalmente los abrí pensando que tal vez no estaría tan mal…

-De verdad, tengo el presentimiento de que va a ser inolvidable –dijo Ruth, y justo cuando estaba a punto de hacer un comentario sobre lo que acababa de decir el picaporte de la puerta se giró.

La noche había comenzado y en ese momento no tenía ni idea de la certeza de las palabras de Ruth…

miércoles, 11 de julio de 2012

Conociendo a una loca.

Imagino que al leer el título os preguntaréis: ¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué no pone: Capítulo 4? O simplemente, a esta tía se le ha ido la cabeza. Pues bueno, antes que nada, me disculpo por no haber publicado últimamente, pues estoy un poco agobiada estudiando (sí, me han quedado asignaturas y tengo que recuperar en Septiembre) y la inspiración no llega cuando tengo fórmulas de Física y Química rondando por la cabeza. En fin, a lo que iba, que me enrollo más que una persiana. Quiero hacer esta entrada para que conozcáis un poquito más de esta loca que está escribiendo ahora mismo desde su ordenador, la misma loca que tendría que estar estudiando pero que ha decidido darse un respiro. Bueno, comencemos (ante todo, no os asustéis):

1-Mi nombre real no pienso decirlo, y realmente no creo que sea muy importante (a parte, lo odio).
2-Suelo soñar despierta más que dormida, lo que es preocupante.
3-Adoro los animales y la naturaleza.
4-Odio la rutina, hacer lo mismo un día tras otro me deprime.
5-Me encantan los seres mitológicos y los dioses Griegos, Romanos, Egipcios...
6-Mi planeta favorito es Júpiter, simplemente por su anillo de asteroides y por su nombre.
7-Soy una persona inconstante.
8-Siempre he querido tener un caballo y una serpiente.
9-Leo una media de tres libros por semana.
10-Mi escritor favorito es Carlos Ruíz Zafón (maravillosamente maravilloso <3 ).
11-Por muchas veces que vea Titanic, no dejaré de llorar cada vez que la vea.
12-Me enamoro de los personajes de los libros siempre.
13-Las mujeres que más llaman mi atención son las pelirrojas, me encantaría serlo (pd: soy heterosexual pero no tengo nada en contra de bisexuales, homosexuales y demás).
14-Soy irremediablemente patosa.
15-Amo dibujar y escuchar música, pero sobre todo, leer.
16-No soy capaz de expresar mis sentimientos con nadie, solo escribiendo me puedo desahogar.
17-Mi vida es un caos total.
18-No soy capaz de mantener una relación duradera debido a mis celos.
19-Adoro a Michael Jackson, Queen, The Rolling Stones... Los adoro <3.
20-¿Mi ídolo televisivo? Barney Stinson, de "Cómo conocí a vuestra madre". Es sublime.
21-Estoy un poco loca, pero nada que requiera medicamento.
22-Odio bailar, pero me gustan las fiestas.
23-Creo que soy de las pocas personas que nunca en su vida ha cantado en la ducha.
24-Tengo un premio a nivel provincial de literatura y a día de hoy sigo sin poder creerme que lo ganara (lo que escribí era un bodrio).
25-¿Lo que más me gusta? Pasarme un día sola haciendo fotografías a todo lo que se me ponga por delante.
26-Soy un ser incomprensible, con cambios de humor y un poco antisocial.
27-Me aburro fácilmente con las chicas, prefiero estar en compañía de chicos.
28-Mis mejores amigos siempre acaban enamorados de mi (algo que no me explico).
29-Odio Telecinco, de verdad, lo odio.
30-No creo en la palabra "nunca".

Bueno, aquí os he dejado algunas curiosidades sobre mí. De aspecto físico no hablo porque creo que no es realmente importante, así que bueno, podéis imaginarme como queráis jajajajaja.
Todo lo que he escrito es la verdad y solamente la verdad, lo juro. Sí, lo sé, veo muchas películas policiacas, pero mis preferidas son las de terror (ese dato se me había olvidado).
Y aquí os dejo, un abrazo para todos/as, con cariño :)