martes, 24 de julio de 2012

Capítulo 5.




Al entrar en la casa de Anger, un fuerte olor a marihuana y alcohol invadió mis fosas nasales. Hice una mueca de desagrado que Ruth ignoró. El joven rubio nos guió hasta una sala de las mismas dimensiones que la nuestra, pero con menos mobiliario. Constaba de una mesa al fondo, una televisión y un sofá bastante grande. El lugar estaba despejado y en el centro de la habitación se encontraba un círculo de chicos y chicas bebiendo y haciendo más cosas que preferí ignorar.

Una de ellas se levantó al vernos y sonrió. La miré curiosa, estudiándola sin que fuera demasiado evidente. Tenía el pelo negro por encima de los hombros y flequillo. Varios piercing decoraban su cara: uno en la nariz, dos en el labio inferior y otro en la ceja izquierda. Vestía una falda roja excesivamente corta y una camiseta sin mangas negra.

-Ella es Diana, mi compañera de piso –informó Anger con una sonrisa y nos dirigió una mirada confusa- Por cierto… aún no tengo ni idea de cómo os llamáis…

-Yo soy Ruth, y ella… Sara -pensé que iba a meter la pata, pero por suerte no se confundió.

-¿Sois inglesas no? –preguntó la tal Diana después de darnos dos besos a cada una.

-No, somos estadounidenses –la corregí intentando sonreír.

-Bueno, estadounidenses o inglesas ¿qué más da? Todos habláis inglés –me mordí el labio para no reírme y Anger me miró levantando una ceja.

-Venga, empecemos con la fiesta ¿no? –nos preguntó el rubio y Ruth asintió mostrando su radiante sonrisa.

Diana volvió al círculo y Anger nos llevó a la cocina. Abrió el frigorífico y a simple vista parecía que había unas diez botellas de bebida.

-¿Qué queréis? –nos preguntó y cogió dos vasos en los que echó hielo.

-Yo Bacardi con limón –respondió Ruth decidida.

-Legendario con Coca Cola por favor –añadí yo.

-¡Qué formalidad! –Exclamó Anger riéndose- Tienes que soltarte un poquito más, inglesita –tras pronunciar aquél adjetivo que me había asignado me guiñó un ojo.

Nos llenó nuestros respectivos vasos y nos sentamos en el círculo donde estaba la mayoría de la gente. Encendí un cigarrillo y Ruth hizo lo mismo. Estábamos rodeadas de chicos rapados con chaquetas de cuero negra, otros con el pelo largo y camisetas anchas… El más normal sin duda era el anfitrión, pero no por ello, el más educado. Las chicas seguían todas el mismo modelo de ropa: ajustada, corta y llamativa. Entablé conversación con un “hippie” bastante simpático y culto, pues cuando no entendía algo, él me lo traducía a inglés. Creo recordar que se llamaba Raúl y estudiaba bellas artes.

Ruth, sin embargo, no tardó mucho tiempo en levantarse y bailar con unos y con otros. Ella era simplemente, un espíritu libre. Anger se acercó a ella y empezaron a bailar bastante pegados el uno al otro. Ya había conseguido su objetivo, lo tenía en el bote.

-¿Quieres? –me ofreció Raúl. Miré lo que tenía en la mano: un porro de marihuana. Ya lo había probado varias veces y no estaba mal…

-Vale ¿por qué no? ¡Estamos de fiesta! –lo cogí y le di una calada, y luego otra, y otra… Así hasta que perdí la cuenta.

La cabeza me daba vueltas y reía sin sentido alguno. Pero no estaba mal. Ruth volvió a mi lado con dos nuevos vasos y me ofreció uno. Me lo bebí prácticamente de un trago pues tenía la boca muy seca. Entonces alguien llegó con una botella vacía y se sentó en el círculo.

-¡Vamos a jugar a la botella! –gritó la chica que la traía en la mano y la puso en el centro. Miré a Raúl algo confundida y me lo explicó.

-Haces que la botella gire, y cuando se pare tienes que ver hacia quién señala y besarlo –abrí los ojos, que me costó lo suyo, pero lo conseguí.

-¡Joder, cómo os lo montáis! –grité riéndome y mirando a Ruth, que se levantó otra vez a llenar los vasos.

Ruth llegó con la bebida y se sentó a mi lado.

-¿Jugamos? –me preguntó bebiendo de su vaso.

-Vale –contesté no muy segura de mi respuesta. El mareo que sentía era cada vez más notable y sentía un agudo pinchazo en la sien.

Segundos después vi a Anger sentarse junto a Ruth y coger la botella. La giró con fuerza y se paró señalando a una chica rubia que había frente a mí. Era muy guapa, al menos lo era bajo esos dos kilos de maquillaje. Ambos se acercaron a la mitad del círculo de rodillas y sonriendo se besaron. Fue un beso apasionado e intenso, tanto que tuve que apartar la mirada hasta que Anger volvió a su sitio. La chica permaneció en el centro dos segundos antes de asimilar que ya había terminado y volvió a su lugar.

Esta vez, le tocaba a Ruth girar la botella y así lo hizo. Dio varias vueltas hasta que fue perdiendo velocidad y se detuvo frente a mí. Las dos nos miramos y empezamos a reírnos. Todos se nos quedaron mirando esperando y me sentí algo incómoda.

-No voy a besarla –me negué- Es mi amiga –argumenté viendo sus caras de disconformidad.

-¡Venga Sara, por eso mismo! ¡Somos amigas! Hay confianza –protestó Ruth con risa floja. Estaba borracha. Yo tampoco estaba precisamente lúcida, así que decidí acabar con aquello.

-¡Está bien! La besaré –y ante la mirada de aquellos desconocidos posé mis labios sobre los de Ruth sin cerrar los ojos.

Su lengua se hizo paso entre mis labios y se entrelazó con la mía. A su espalda, Anger nos miraba con media sonrisa y me guiñó un ojo. Antes de separarnos, Ruth me mordió el labio inferior y después sonrió.



-No está mal… -declaró sin dejar de sonreír.

-¡Eh, que yo de lesbiana tengo poco! –repuse riéndome.

-¿Pero qué dices cariño? Dame un besito –bromeó Ruth agarrándome por la cintura y atrayéndome hacia ella. Nos reímos todos y el juego siguió su curso.

Anger besó a su compañera de piso y a otra chica más. A Raúl le tocó besarse con Ruth y así sucesivamente con el resto de personas. Yo aburrida, me retiré para beber algo que no tuviese alcohol, y casi me caigo al intentar levantarme. Llegué a la cocina intacta y me bebí un poco de agua.

-¿Ya tienes resaca inglesita? –me giré y vi a Anger a mi espalda.

-No tengo resaca y no me llames inglesita –gruñí pero mis palabras casi no fueron entendibles. Me había pasado bebiendo y fumando.

-¡Vale, vale! ¡No me muerdas! –exclamó levantando los brazos y riéndose. Tenía una sonrisa perfecta y me fijé en sus ojos. Eran de color azul apagado, casi grises, muy parecidos a los de Ruth, pero algo más pequeños.

-Idiota –murmuré apartándolo de mi camino con una mano y saliendo de la cocina tambaleándome.

-¡Señorita, así no se trata a un anfitrión! –me reprochó siguiéndome por la sala. Algunos seguían jugando a “la botella” y otros, simplemente bailaban, bebían o fumaban, o incluso las tres cosas a la vez.

Esperaba que me dejara en paz y así fue. Se paró con su “guardaespaldas”, el tal Gorka, que tenía toda la pinta de un pitbull y pude salir por la puerta sin que me siguiera. A medida que iba bajando la escalera, me encontraba con más y más chicos que estaban charlando o tambaleándose. ¿Así de mal estaba yo? Esperaba que no fuera así…

Conseguí llegar hasta la entrada del bloque y al salir a la calle respiré el aire fresco, sin rastro de olor a marihuana. Fui hacia la pequeña plaza que tenía en frente y me senté en un banco. Encendí un cigarrillo y me lo fumé tranquila, sin nadie que me molestara ni humo que me colocara aún más. Me llevé la mano a la cabeza casi instintivamente. Me daba todo vueltas.

Respiré hondo un par de veces y conseguí relajarme. Cogí otro cigarrillo y cuando estaba a punto de encenderlo vi que llegaba alguien. Un chico de mi estatura, algo fornido y rapado como la mayoría que había visto dentro en la fiesta se acercaba a mí. Llevaba una camiseta de tirantas negra y muy ajustada para resaltar sus músculos, y un pantalón vaquero roto con unas zapatillas de deporte.

-¿Tienes fuego guapa? –preguntó con una sonrisa torcida. Dientes mal alineados y labio con una cicatriz.

-Claro, toma –le tendí el mechero y se encendió un cigarro, pero no se fue.

-Eres inglesa ¿no? –suspiré harta de que confundieran.

-No, soy estadounidense.

-Pues tendré que ir allí si todas las tías son como tú -¡qué original! Pensé irónicamente.

Me quedé callada fumando de mi cigarro y finalmente lo tiré y lo pisé. Aquél chico seguía allí mirándome y me sentía algo incómoda por el silencio que se había formado. Al final él decidió romperlo.

-¿Vamos a la fiesta? –me preguntó intentando romper el hielo.

-No gracias, ya vengo de allí –le respondí bostezando.

-Venga… vamos a subir un rato, ya verás que bien te lo vas a pasar –añadió guiñando un ojo, que el lugar de hacer que me atrajese me dio ganas de reír y así lo hice- ¿De qué coño te ríes?

-Perdona, es que creo que me he pasado bebiendo –intenté reprimir la risa, pero no había manera.

-¡De mi no se ríe ni Dios! –gritó cogiéndome del brazo y levantándome del banco con brusquedad.

-¡Suéltame! –le grité intentando zafarme de su agarre. En lugar de liberarme me apretó más haciéndome daño.

-Tú te vienes conmigo –susurró a mi oído y me entraron arcadas al oler su fuerte aliento.

-¡Tú, suéltala! –oí otra voz que provenía de la puerta del bloque. Miré hacia allí y vi como Anger avanzaba a pasos agigantados hacia nosotros.

-¿Y tú quién coño eres? –preguntó el chico sin soltarme del brazo. Si antes estaba mareada y confundida, en ese momento lo estaba aún más.

-¡Yo soy el que te va a partir la cara como no la sueltes ya! –lo agarró por la chaqueta y fui liberada.

Intenté caminar hacia la entrada pero las piernas casi no me respondían. Como pude, fui hacia el banco y me senté abrazándome a mis piernas.

-¿Dónde vas? ¡Aún no he terminado contigo! –escuché la voz del desconocido que segundos antes me tenía agarrada y seguidamente un fuerte golpe.

Levanté la cabeza un poco y vi al joven sangrando por la nariz y mirando a Anger con rabia. Éste último permanecía impasible pero alerta. El herido intentó darle un puñetazo a Anger, que lo esquivó rápidamente y agarró la mano del chico, para después golpearlo con el puño cerrado en la boca, y bajo la barbilla, y en la nariz otra vez…

-Ahora, el que ha terminado contigo soy yo –escupió Anger observando al chico que segundos después cayó al suelo rendido.
Anger se sentó a mi lado en el banco y se quedó mirándome con aquellos profundos ojos azules. Yo sin poder evitarlo, sonreía tontamente bajo los efectos del alcohol y lo que no era alcohol…

-Anda inglesita que te has lucido… Tu primera noche aquí y ya la estás liando –reí ante aquél comentario que apenas había entendido y segundos después estaba suspendida en el aire.

Anger me llevaba en brazos hasta el bloque, dejando atrás al acosador que seguía tirado en el suelo. Eché la cabeza hacia atrás y me mareé aún más al verlo todo alrevés y me erguí de nuevo. Miré a Anger que iba subiendo las escaleras sin hacer mucho esfuerzo, como si no llevase cincuenta kilos de más en brazos. Era guapo, realmente guapo.

Una onda de calor se fue extendiendo por mi cuerpo hasta acumularse en la cara. Aparté la mirada de su dulce rostro de angelito, pues eso es lo que parecía si dejábamos a un lado las evidencias de que realmente era un macarra. Se detuvo y vi la puerta de mi piso. Intenté bajarme de sus brazos pero casi provoco la caída del siglo.

-¿Y las llaves? –preguntó suspirando.

-En el bolsillo del pantalón –y sin motivo alguno empecé a reírme cuando me sujetó con un brazo mientras que con la mano libre buscaba entre mis bolsillos.

-¡Vaya tela con la inglesita! Anda, deja de reírte y haz algo por la vida… -levanté una ceja sin entenderlo muy bien.

-¿Hacer algo por la vida? –balbuceé por culpa de las copas de más que llevaba.

-Sí, que te muevas y me ayudes a buscar las putas llaves –refunfuñó haciendo una mueca por el esfuerzo. No las encontraba y otra vez empecé a reírme.

-¿Sabes? Unas llaves no pueden ser putas, porque… ¿cómo hacen unas llaves…? –me tapó la boca y me sentó en el suelo.

-¡Anda, cállate, cállate! ¡Qué me tienes contento! –intentó mirarme serio, pero al ver que yo no conseguía dejar de reír, él se unió a mis risas.

-¡Aquí están! –grité sacándolas del bolsillo trasero.

Bufó y las metió en la cerradura de la puerta abriéndola.

-¿Puede la princesita entrar sola o necesita ayuda? –bromeó haciendo una pequeña reverencia.

-Puedo yo sola, gracias –me incorporé apoyándome en la pared y agarrándome al marco de la puerta para poder entrar. Escuché una leve risa a mi espalda y lo miré- ¿De qué te ríes?

-Anda, ya te ayudo yo –volvió a levantarme, pero esta vez lo hizo con menos delicadeza. Me cogió de las piernas y me recargó en su hombro, como si fuera un vulgar saco de patatas.

-¡Oye, así no se trata a una princesa! –grité intentando parecer enfadada, pero fue imposible. La estúpida risa volvió a apoderarse de mí.
Me llevó a mi habitación guiado por mí y me tumbó en la cama con cuidado. Se sentó unos segundos a recuperar el aliento y me miró sonriendo.

-¿Y ahora qué te hace tanta gracia? –le pregunté algo enfadada.

-Me hace gracia que una inglesita pija como tú esté tan borracha –respondió-. De verdad, pensaba que tenías más glamour –al oír las últimas palabras me incorporé y le di un puñetazo en el hombro-. ¡Auch! ¿Encima de que te ayudo? ¿Así me la pagas? Eres una desagradecida –bromeó sin dejar de reírse.

-Que sepas, señor macarra, que yo derrocho glamour –puntualicé también riéndome.

-Pues lo siento mucho, “Miss Glamour”, pero el macarra tiene que volver a su fiesta –se puso de pie dispuesto para irse.

-¡Espera! –se paró en la puerta de la habitación y se quedó mirándome con una ceja levantada-. Me caes bien macarra. Cuando te vi esta mañana pensaba que eras el típico chulo que iba repartiendo golpes por ahí y buscando pelea, pero no… Me has sorprendido. Es más, me parece raro que no hayas intentado meterme mano estando en mi estado –rió ante el último comentario y volvió a la cama. Se acercó a mí, dejando su rostro a centímetros del mío, sin borrar la sonrisa.

-No me hace falta aprovecharme de ti, porque muy pronto, estando sobria, tú misma me pedirás que te bese –pestañeé un par de veces, atónita por lo que había dicho- Así que… buenas noches princesita –añadió dándome un beso en la mejilla y un instante después desapareció por la puerta.

Me dejé caer en la cama suspirando. ¿Pero qué se creía? ¿Yo? La mismísima Nicki, pedirle un beso a él, un macarra de turno… ¡Já! No se lo creía ni él.

Sin quitarme la ropa cerré los ojos, algo menos mareada que antes y cerré los ojos, quedándome sumida en un profundo sueño.





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