¡Hola! Hago esta breve entrada para informaros de un concurso de fotografía y relatos. Si te apuntas al de relatos no podrás participar en el de fotografía y viceversa. Yo he decidido apuntarme al de relatos, espero que vosotros también os animéis. Mil besos :)
http://marinaredondo.blogspot.com.es/2012/12/concurso-de-relatos-y-fotografia.html
jueves, 6 de diciembre de 2012
domingo, 25 de noviembre de 2012
Pido disculpas.
Lo siento muchísimo, no he podido publicar. El finde pasado me lo tiré estudiando y ayer estuve en la firma de discos de Pablo Alborán, por lo que me ha sido imposible. Espero poder publicar pronto, pero no prometo nada, porque me sale mal todo lo que digo... De verdad, lo siento mucho, espero que podáis perdonarme.
Os quiero.
Mil besos :)
Os quiero.
Mil besos :)
domingo, 11 de noviembre de 2012
Publicación.
Antes de nada, pediros perdón por tanta tardanza, pero este verano estuve estudiando bastante para poder aprobar en Septiembre unas asignaturas que tenía pendientes (lo conseguí jijijiji). Ahora he empezado mi primer año de Bachiller y estoy muy agobiada, espero que solo sea un tiempo hasta que me acostumbre al ritmo que llevamos. Además, he perdido un mes de clases porque me operé de una rodilla y bueno, ponerme al día no ha sido nada fácil (HORRIBLE).
En fin, a lo que iba, que este sábado día 17 tendréis vuestro esperado capítulo (sí, por fin jajajaja). Y quería comunicaros que a partir de ahora voy a publicar una semana sí, una no. El día de publicación será los sábados. Esto se debe a que tengo en mente otro proyecto bastante diferente, pero me vino y estoy muy ilusionada con él. El blogg está en proceso, y en cuanto lo abra, espero que algunos os paséis por él y dejéis vuestra marca. Tendrá contenido adulto, bastante, es más, tratará sobre todo de eso, pero es que tuve un sueño una noche y con ese pequeño contenido, mi mente ha ido creando y creando hasta que me he visto obligada a plasmarlo todo en la pantalla por saturación en mi pervertido cerebro jajajaja.
Espero que os haga ilusión el siguiente capítulo, ya que va a ser genial, lo prometo.
Un beso, con cariño, Ivonne Black.
En fin, a lo que iba, que este sábado día 17 tendréis vuestro esperado capítulo (sí, por fin jajajaja). Y quería comunicaros que a partir de ahora voy a publicar una semana sí, una no. El día de publicación será los sábados. Esto se debe a que tengo en mente otro proyecto bastante diferente, pero me vino y estoy muy ilusionada con él. El blogg está en proceso, y en cuanto lo abra, espero que algunos os paséis por él y dejéis vuestra marca. Tendrá contenido adulto, bastante, es más, tratará sobre todo de eso, pero es que tuve un sueño una noche y con ese pequeño contenido, mi mente ha ido creando y creando hasta que me he visto obligada a plasmarlo todo en la pantalla por saturación en mi pervertido cerebro jajajaja.
Espero que os haga ilusión el siguiente capítulo, ya que va a ser genial, lo prometo.
Un beso, con cariño, Ivonne Black.
domingo, 12 de agosto de 2012
¡Portada y Book-Trailer de Russian Roulette!
¡Hola a tod@s! Aquí tengo la portada de Russian Roulette (no la he hecho yo, sino que la encargué). A mi personalmente me ha encantado, era justo lo que buscaba. Espero que os guste tanto como a mi, y agradezco a la diseñadora todo su trabajo.
Y aquí os dejo el Book-Trailer, que sí lo he echo yo.
lunes, 30 de julio de 2012
Capítulo 6.
No veía a Anger por ninguna parte. Lo busqué por
toda la casa pero nada, ni rastro de él. Le pregunté a Gorka, a Raúl e incluso
a la insufrible de Diana, que claramente estaba loca por él, pero tampoco tenía
ni idea de dónde estaba el chico rubio. Intenté ignorar el echo de que hubiera
desaparecido el anfitrión de la fiesta y busqué a Nicki… digo, Sara. Tampoco la
encontré. Aquello ya empezaba a cabrearme. Las dos únicas personas con las que
podía hablar no estaban.
Para rematar el asunto, tenía un dolor de cabeza
impresionante y me costaba andar en línea recta. Fui a la cocina y me apoyé en
una mesita que había.
-Mañana voy a tener una resaca que no me lo voy a
creer ni yo –murmuré en inglés sin darme cuenta de que había alguien a mi lado.
-En cristiano por favor –aquella voz me hizo dar
un salto por la sorpresa. Me llevé la mano al corazón que latía
apresuradamente.
-¡Anger! –grité dándole un pequeño empujón.
-Hoy la tenéis tomada conmigo… -refunfuñó
volviendo a mi lado.
-¿Por qué será? –ironicé levantando una ceja.
Aquél Dios griego que tenía frente a mí rió. Dentadura perfecta, boca perfecta,
facciones perfectas… ¡Era perfecto!
-¡Eh, que yo soy un angelito! –bromeó. Abrió la
puerta de un mueble de madera vieja que tenía toda la pinta de tener más años
que yo y sacó dos vasos muy pequeños- ¿Una ronda de chupitos?
Me encogí de hombros dándole a entender que me
daba igual. Echó Legendario en los dos vasos y antes de que yo pudiera coger el
mío, ya se había bebido el suyo y se estaba sirviendo otro. Me llevé el vaso a
los labios y bebí. Al tragar, la garganta me ardía, pero no me sentó mal.
Volvió a llenar los dos vasos y bebimos otra vez, y así sucesivamente hasta que
yo ya no pude más.
El calor de la garganta se había extendido por
todo mi cuerpo y estaba algo confundida. Todo a mi alrededor se veía diferente,
como si se moviese a cámara lenta y de repente volviera a su ritmo normal. Lo
sé, me había pasado bebiendo. Me había pasado bastante.
-Creo que ya es hora de que me vaya a casa
–balbuceé riéndome- O no, la risa tonta no por favor… -solté un gemido de
fastidio. Odiaba reírme cuando me emborrachaba. Parecía una idiota.
-¡Estás fatal Ruth! –exclamó empujándome un poco,
pero lo suficiente como para hacer que perdiera el equilibrio y me cayera al
suelo.
-¡Auch!- grité y por segunda vez, me invadió
aquella estúpida risa.
Anger me miraba riéndose y me tendió una mano
para ayudarme a incorporarme. Con su ayuda, me puse en pie y para no caerme me
agarré a su brazo. No era un brazo excesivamente fuerte, pero se notaba que iba
al gimnasio.
-Anda, te llevo a casa, porque sino te vas a caer
por las escaleras y no me gustan los hospitales –se ofreció agarrándome por la
cintura y con la otra mano cogió mi brazo y lo pasó por su cuello.
-Por lo que acabas de decir deduzco que vendrías
a verme si me hubiese caído… -señalé sonriendo.
-Mmm… tendría que pensármelo –le golpeé el hombro
con las pocas fuerzas que me quedaban y él no hacía más que reírse- ¡Está bien,
está bien! Iría a verte, pero solo porque el café que ponen en aquellas
máquinas me encantan.
-Ya no hay máquinas, ahora tendrías que ir a la
cafetería –puntualicé esforzándome por caminar sin que se me enredaran las
piernas.
-¡Ah no! ¡Entonces no iría! Lo siento, pero si no
hay café, no hay trato –atravesamos el salón repleto de gente y pude ver que
Gorka le guiñaba un ojo.
-Yo también te quiero Anger –dije sarcásticamente
mientras salíamos al rellano. Me apoyó en la pared y se quedó mirándome. Y yo
hipnotizada como una tonta, sumergida en aquél par de ojos azules.
-Lo sé –se limitó a contestar con una sonrisa
pícara. Sin que pudiera reaccionar, se agachó y me cargó en su espalda.
-¡Suéltame! ¡Anger, suéltame! ¡Como me caiga te
mato! –gritaba pataleando y dándole puñetazos en la espalda para que me
soltara.
Haciendo caso omiso a mis palabras, continuó
bajando las escaleras como si nada. Seguí pataleando hasta que por fin se paró.
Me bajó de su hombro y quedé frente a él. Estaba tan tremendamente bueno con
aquél chaleco básico blanco y la cazadora negra… Respiré hondo un par de veces
intentando centrarme.
-Ya estás en tu casa –anunció señalando la
puerta, sin dejar de sonreír como siempre- Y… por favor, no te vayas a caer,
que no me apetece pasar la noche en una sala de espera –susurró a mi oído y el
calor volvió. Subió por mis piernas hasta hacerse un nudo en mi garganta,
dejándome sin la capacidad de hablar, por lo que me limité a asentir.
¿Cómo conseguía ser tan malditamente
irresistible?
-Buenas noches borrachina –se despidió
revolviéndome el pelo cariñosamente. Total… la trenza ya estaba totalmente
desecha.
Lo vi desaparecer por las escaleras, subiéndola
de dos en dos como si la vida se le fuera en ello.
-¡Joder Ruth! ¿Qué te pasa? Es solo un tío más
–murmuré hablando conmigo misma y saqué las llaves del bolsillo.
Abrí la puerta y sin quitarme la ropa, me tiré en
la cama. Si antes estuve mareada, en cuanto cerré los ojos todo a mi alrededor
dio vueltas y vueltas y más vueltas. Tenía ganas de vomitar, pero no iba a
hacerlo. No esa noche.
Tremendas ganas de vomitar… Eso es lo primero que
anunció mi cuerpo en cuanto me desperté. Me incorporé en la cama y la cabeza me
dio vueltas. Beber no era mi punto fuerte. Conseguí ponerme en pie y levanté la
persiana dejando entrar la luz en aquél oscuro cuarto. Durante unos segundos
estuve cegada por los rayos de sol y pude ver mi ropa. La misma que la noche
anterior.
-Felicidades Nicki, tu primera resaca –anunció
Ruth entrando por la puerta. Estaba tremendamente perfecta de no ser por las
ojeras que asomaban bajo sus grisáceos ojos.
-Cállate, que me va a explotar la cabeza –murmuré
caminando hacia la cocina.
-Pues entonces mejor no te cuento quién ha
llamado a las nueve de la mañana… -dijo Ruth siguiendo mis pasos.
-Robert –suspiré mirando en la nevera. Genial, no
había nada de nada. Tuvimos toda la tarde anterior libre y no se nos ocurrió la
maravillosa idea de comprar algo de comida.
-Exacto. Llamó unas diez veces… ¿O fueron once?
–meditó llevándose un dedo a los labios y mirando hacia arriba- No estoy
segura. Lo único que sé es que quiere que lo llames de inmediato, palabras
textuales.
-Lo llamaré cuando la cocina deje de dar vueltas
y la comida deje de intentar de salir por el orificio equivocado –musité
bebiendo un vaso de agua.
-¿Tan mal estás? –preguntó quitándome el vaso y
terminando de beberse el agua.
-Mal no, peor –le respondí recuperando mi vaso.
Ruth desapareció de la cocina corriendo y escuché
un ruido en el baño. Fui a ver que le pasaba y la encontré arrodillada frente
al inodoro, agarrándose el pelo con una mano y vomitando.
-Así que tú también te lo pasaste bien por lo que
veo. ¿O me equivoco? –dije con sarcasmo agarrándole el pelo.
-Sí, de puta madre, ¿no me ves? –y volvió una
arcada.
Pasamos unos minutos allí, yo sujetando su melena
rubia y ella echando por la boca hasta el puré que tomaba con dos años. Se
recuperó rápida y sin decir una palabra se fue a su habitación. Hice lo mismo
que ella y me encerré en la mía cogiendo unos pantalones cortos azules de hacer
deporte y una camiseta de tirantas blanca. Tenía que seguir haciendo ejercicio
si no quería ponerme como una foca durante las “vacaciones” que me iba a tomar.
Además, no me venía mal conocer un poco el barrio y sus alrededores y también
buscar una tienda donde comprar algo comestible. Me calcé los deportes y cogí las
llaves y el móvil para salir. Estaba a punto de salir por la puerta cuando escuché
unos pasos corriendo hacia el baño. Me tapé la boca para no reírme y salí del
piso.
Terminé de bajar por las escaleras y vi a Gorka
dispuesto a subir, pero no estaba solo. Llevaba agarrada por la cintura a
Diana, la compañera de piso de Anger. Iban riendo hasta que me crucé con ellos,
que me saludaron sonriendo y siguieron su camino.
-Estúpidas parejas… -murmuré y me choqué contra
algo, o mejor dicho, alguien.
-¡Buenos días Sara! ¿Qué tal llevas esa resaca? –el
rubio macarra revolvió mi pelo y le miré intentando aparentar enfado.
-No tengo resaca –objeté.
-¡Claro, claro! ¡Y voy yo y me lo creo! –exclamó sonriendo.
Jugueteó con unas llaves que tenía en las manos mirándome con una sonrisa
torcida.
-Pues no te lo creas… -refunfuñé dándome la
vuelta para irme a comprar.
-¿Dónde vas tan temprano inglesita? –Anger me
adelantó y caminó a mi lado.
-Son las once y media –contesté mirando el reloj.
Ese chico tenía un concepto de “tarde” muy extraño.
-Pues eso, temprano –repitió sonriendo- Oye, ¿me
vas a hacer caminar mucho más? Es que me parece algo tonto teniendo la moto allí
–señaló la puerta del edificio, donde estaba apoyada una moto negra con algunos
detalles rojos.
-¿Y a mí que me importa? –el pobre no tenía ni
idea de con quién estaba jugando. Molestarme por la mañana, sobre todo teniendo
resaca (aunque eso no lo admitiría delante de él), era lo peor que podía hacer.
-Venga, te llevo. Si sé que lo estás deseando –seguí
mi camino ignorándolo, pero él no se rendía-. Además, no sabes andar por estos
barrios. Te perderás, te robarán y vendrás llorando a mí.
-No –fue mi única respuesta.
-Venga ya, no seas tonta… Lo pasaremos bien –me paré
y giré hacia él encarándolo.
-¿No entiendes un “NO” por respuesta? –negó a mi
pregunta y me rendí- Vale, lo haremos a tu manera… Llévame a comprar a un
supermercado en la estúpida moto –indignado se llevó una mano al pecho y abrió
aquellos preciosos ojos azules.
-Si insultas a mi moto me insultas a mí.
-Genial, como las ofertas. Un dos por uno –dije con
sarcasmo y fui hacia la moto. Anger me adelantó corriendo y se montó en aquél
aparato de dos ruedas, metiendo la llave en el contacto y arrancándola.
El motor rugió y mientras iba hacia allí, observé
la escena. Anger, con unos pantalones vaqueros rotos y desgastados y una
camiseta negra de manga corta, permanecía encima de aquella moto negra que rugía
bajo sus piernas, como un caballo relincha bajo su jinete. Su pelo rubio y
alborotado le daba un toque despreocupado a aquella cara angelical.
Tal vez otro chico con la misma ropa, el mismo
peinado y la misma moto, no me llamaría tanto la atención como Anger. Había
algo en él que lo hacía único e inigualable, pero no por ser perfecto, sino más
bien por lo contrario. Porque él había encontrado la perfección siendo el
hombre más imperfecto y lo demostraba con su forma de ser, arrogante pero con
un toque de amabilidad y dulzura. Eso lo hacía tan especial… tan único.
Me subí a la moto y me puse el casco. Envolví su
cintura con mis brazos e inmediatamente arrancó haciendo que me agarrase con más
fuerza. Apoyé mi cabeza en su espalda y vi la gente pasear por las calles. Los
niños agarrados de la mano de sus padres. Los ancianos sentados en el bar. Los
perros paseando alegremente.
Cada vez íbamos más rápidos, y a pesar de que tenía
algo de miedo, sentí un agradable cosquilleo en el vientre. La adrenalina
corriendo por mis venas era una sensación que pocas veces había probado en mi
vida. Una actriz famosa no podía ir por ahí haciendo puenting o tirándose desde
un avión en paracaídas corriendo el riesgo de hacerse daño o incluso de perder
la vida. Digamos que tenía prohibida las emociones fuertes.
Sentía el viento rozando mis mejillas y
alborotando mi cabello. Bajo mis manos tenía los marcados músculos del vientre
de Anger y me permití el gusto de deslizarlas un poco para que no fuera
demasiado evidente. El chico estaba tremendo y eso no podía negarlo. Pero era
un idiota. Un macarra idiota.
Paramos frente a un supermercado y entré
comprando un par de cosas, lo justo para poder llevarlo en la moto sin volcar.
Anger se entretuvo con unos niños que jugaban con la fruta y lo observé
curiosa. Bajo aquella máscara de chico duro había alguien realmente dulce. Se
dio cuenta de que lo estaba mirando y sonrió volviendo hacia mí. Pagué la
compra y salimos.
-Ahora te voy a llevar a un bar donde se comen
unas tapas que están para chuparse los dedos –dijo mientras se montaba en la
moto y se ponía el casco.
-Tengo que volver a casa –repuse sentándome detrás.
Me coloqué el casco y rodeé su cintura con mis brazos teniendo cuidado de no
caer nada de la compra.
-No, hoy vas a pasar la tarde conmigo –y antes de
que pudiera objetar algo, arrancó y me apreté a su espalda para evitar caerme.
Suspiré y entorné los ojos al ver que me estaba
mirando por el espejo retrovisor. Me guiñó un ojo y aceleró haciendo que me abrazara
aún más fuerte, lo que provocó que una pícara sonrisa se dibujara en su rostro.
Nada que hacer. Aquél chico no tenía remedio.
martes, 24 de julio de 2012
Capítulo 5.
Al entrar en la casa de Anger, un fuerte olor a
marihuana y alcohol invadió mis fosas nasales. Hice una mueca de desagrado que
Ruth ignoró. El joven rubio nos guió hasta una sala de las mismas dimensiones
que la nuestra, pero con menos mobiliario. Constaba de una mesa al fondo, una
televisión y un sofá bastante grande. El lugar estaba despejado y en el centro
de la habitación se encontraba un círculo de chicos y chicas bebiendo y
haciendo más cosas que preferí ignorar.
Una de ellas se levantó al vernos y sonrió. La
miré curiosa, estudiándola sin que fuera demasiado evidente. Tenía el pelo
negro por encima de los hombros y flequillo. Varios piercing decoraban su cara:
uno en la nariz, dos en el labio inferior y otro en la ceja izquierda. Vestía
una falda roja excesivamente corta y una camiseta sin mangas negra.
-Ella es Diana, mi compañera de piso –informó
Anger con una sonrisa y nos dirigió una mirada confusa- Por cierto… aún no
tengo ni idea de cómo os llamáis…
-Yo soy Ruth, y ella… Sara -pensé que iba a meter
la pata, pero por suerte no se confundió.
-¿Sois inglesas no? –preguntó la tal Diana
después de darnos dos besos a cada una.
-No, somos estadounidenses –la corregí intentando
sonreír.
-Bueno, estadounidenses o inglesas ¿qué más da?
Todos habláis inglés –me mordí el labio para no reírme y Anger me miró
levantando una ceja.
-Venga, empecemos con la fiesta ¿no? –nos
preguntó el rubio y Ruth asintió mostrando su radiante sonrisa.
Diana volvió al círculo y Anger nos llevó a la
cocina. Abrió el frigorífico y a simple vista parecía que había unas diez
botellas de bebida.
-¿Qué queréis? –nos preguntó y cogió dos vasos en
los que echó hielo.
-Yo Bacardi con limón –respondió Ruth decidida.
-Legendario con Coca Cola por favor –añadí yo.
-¡Qué formalidad! –Exclamó Anger riéndose- Tienes
que soltarte un poquito más, inglesita –tras pronunciar aquél adjetivo que me
había asignado me guiñó un ojo.
Nos llenó nuestros respectivos vasos y nos
sentamos en el círculo donde estaba la mayoría de la gente. Encendí un
cigarrillo y Ruth hizo lo mismo. Estábamos rodeadas de chicos rapados con
chaquetas de cuero negra, otros con el pelo largo y camisetas anchas… El más
normal sin duda era el anfitrión, pero no por ello, el más educado. Las chicas
seguían todas el mismo modelo de ropa: ajustada, corta y llamativa. Entablé
conversación con un “hippie” bastante simpático y culto, pues cuando no
entendía algo, él me lo traducía a inglés. Creo recordar que se llamaba Raúl y
estudiaba bellas artes.
Ruth, sin embargo, no tardó mucho tiempo en
levantarse y bailar con unos y con otros. Ella era simplemente, un espíritu
libre. Anger se acercó a ella y empezaron a bailar bastante pegados el uno al
otro. Ya había conseguido su objetivo, lo tenía en el bote.
-¿Quieres? –me ofreció Raúl. Miré lo que tenía en
la mano: un porro de marihuana. Ya lo había probado varias veces y no estaba
mal…
-Vale ¿por qué no? ¡Estamos de fiesta! –lo cogí y
le di una calada, y luego otra, y otra… Así hasta que perdí la cuenta.
La cabeza me daba vueltas y reía sin sentido
alguno. Pero no estaba mal. Ruth volvió a mi lado con dos nuevos vasos y me
ofreció uno. Me lo bebí prácticamente de un trago pues tenía la boca muy seca.
Entonces alguien llegó con una botella vacía y se sentó en el círculo.
-¡Vamos a jugar a la botella! –gritó la chica que
la traía en la mano y la puso en el centro. Miré a Raúl algo confundida y me lo
explicó.
-Haces que la botella gire, y cuando se pare tienes
que ver hacia quién señala y besarlo –abrí los ojos, que me costó lo suyo, pero
lo conseguí.
-¡Joder, cómo os lo montáis! –grité riéndome y
mirando a Ruth, que se levantó otra vez a llenar los vasos.
Ruth llegó con la bebida y se sentó a mi lado.
-¿Jugamos? –me preguntó bebiendo de su vaso.
-Vale –contesté no muy segura de mi respuesta. El
mareo que sentía era cada vez más notable y sentía un agudo pinchazo en la
sien.
Segundos después vi a Anger sentarse junto a Ruth
y coger la botella. La giró con fuerza y se paró señalando a una chica rubia
que había frente a mí. Era muy guapa, al menos lo era bajo esos dos kilos de
maquillaje. Ambos se acercaron a la mitad del círculo de rodillas y sonriendo
se besaron. Fue un beso apasionado e intenso, tanto que tuve que apartar la
mirada hasta que Anger volvió a su sitio. La chica permaneció en el centro dos
segundos antes de asimilar que ya había terminado y volvió a su lugar.
Esta vez, le tocaba a Ruth girar la botella y así
lo hizo. Dio varias vueltas hasta que fue perdiendo velocidad y se detuvo
frente a mí. Las dos nos miramos y empezamos a reírnos. Todos se nos quedaron
mirando esperando y me sentí algo incómoda.
-No voy a besarla –me negué- Es mi amiga
–argumenté viendo sus caras de disconformidad.
-¡Venga Sara, por eso mismo! ¡Somos amigas! Hay
confianza –protestó Ruth con risa floja. Estaba borracha. Yo tampoco estaba
precisamente lúcida, así que decidí acabar con aquello.
-¡Está bien! La besaré –y ante la mirada de
aquellos desconocidos posé mis labios sobre los de Ruth sin cerrar los ojos.
Su lengua se hizo paso entre mis labios y se
entrelazó con la mía. A su espalda, Anger nos miraba con media sonrisa y me
guiñó un ojo. Antes de separarnos, Ruth me mordió el labio inferior y después
sonrió.
-No está mal… -declaró sin dejar de sonreír.
-¡Eh, que yo de lesbiana tengo poco! –repuse
riéndome.
-¿Pero qué dices cariño? Dame un besito –bromeó
Ruth agarrándome por la cintura y atrayéndome hacia ella. Nos reímos todos y el
juego siguió su curso.
Anger besó a su compañera de piso y a otra chica
más. A Raúl le tocó besarse con Ruth y así sucesivamente con el resto de
personas. Yo aburrida, me retiré para beber algo que no tuviese alcohol, y casi
me caigo al intentar levantarme. Llegué a la cocina intacta y me bebí un poco
de agua.
-¿Ya tienes resaca inglesita? –me giré y vi a
Anger a mi espalda.
-No tengo resaca y no me llames inglesita –gruñí
pero mis palabras casi no fueron entendibles. Me había pasado bebiendo y
fumando.
-¡Vale, vale! ¡No me muerdas! –exclamó levantando
los brazos y riéndose. Tenía una sonrisa perfecta y me fijé en sus ojos. Eran
de color azul apagado, casi grises, muy parecidos a los de Ruth, pero algo más
pequeños.
-Idiota –murmuré apartándolo de mi camino con una
mano y saliendo de la cocina tambaleándome.
-¡Señorita, así no se trata a un anfitrión! –me
reprochó siguiéndome por la sala. Algunos seguían jugando a “la botella” y
otros, simplemente bailaban, bebían o fumaban, o incluso las tres cosas a la
vez.
Esperaba que me dejara en paz y así fue. Se paró
con su “guardaespaldas”, el tal Gorka, que tenía toda la pinta de un pitbull y
pude salir por la puerta sin que me siguiera. A medida que iba bajando la
escalera, me encontraba con más y más chicos que estaban charlando o
tambaleándose. ¿Así de mal estaba yo? Esperaba que no fuera así…
Conseguí llegar hasta la entrada del bloque y al
salir a la calle respiré el aire fresco, sin rastro de olor a marihuana. Fui
hacia la pequeña plaza que tenía en frente y me senté en un banco. Encendí un
cigarrillo y me lo fumé tranquila, sin nadie que me molestara ni humo que me
colocara aún más. Me llevé la mano a la cabeza casi instintivamente. Me daba
todo vueltas.
Respiré hondo un par de veces y conseguí relajarme.
Cogí otro cigarrillo y cuando estaba a punto de encenderlo vi que llegaba
alguien. Un chico de mi estatura, algo fornido y rapado como la mayoría que
había visto dentro en la fiesta se acercaba a mí. Llevaba una camiseta de
tirantas negra y muy ajustada para resaltar sus músculos, y un pantalón vaquero
roto con unas zapatillas de deporte.
-¿Tienes fuego guapa? –preguntó con una sonrisa
torcida. Dientes mal alineados y labio con una cicatriz.
-Claro, toma –le tendí el mechero y se encendió
un cigarro, pero no se fue.
-Eres inglesa ¿no? –suspiré harta de que
confundieran.
-No, soy estadounidense.
-Pues tendré que ir allí si todas las tías son
como tú -¡qué original! Pensé
irónicamente.
Me quedé callada fumando de mi cigarro y
finalmente lo tiré y lo pisé. Aquél chico seguía allí mirándome y me sentía
algo incómoda por el silencio que se había formado. Al final él decidió romperlo.
-¿Vamos a la fiesta? –me preguntó intentando
romper el hielo.
-No gracias, ya vengo de allí –le respondí
bostezando.
-Venga… vamos a subir un rato, ya verás que bien
te lo vas a pasar –añadió guiñando un ojo, que el lugar de hacer que me
atrajese me dio ganas de reír y así lo hice- ¿De qué coño te ríes?
-Perdona, es que creo que me he pasado bebiendo
–intenté reprimir la risa, pero no había manera.
-¡De mi no se ríe ni Dios! –gritó cogiéndome del
brazo y levantándome del banco con brusquedad.
-¡Suéltame! –le grité intentando zafarme de su
agarre. En lugar de liberarme me apretó más haciéndome daño.
-Tú te vienes conmigo –susurró a mi oído y me
entraron arcadas al oler su fuerte aliento.
-¡Tú, suéltala! –oí otra voz que provenía de la
puerta del bloque. Miré hacia allí y vi como Anger avanzaba a pasos agigantados
hacia nosotros.
-¿Y tú quién coño eres? –preguntó el chico sin
soltarme del brazo. Si antes estaba mareada y confundida, en ese momento lo
estaba aún más.
-¡Yo soy el que te va a partir la cara como no la
sueltes ya! –lo agarró por la chaqueta y fui liberada.
Intenté caminar hacia la entrada pero las piernas
casi no me respondían. Como pude, fui hacia el banco y me senté abrazándome a
mis piernas.
-¿Dónde vas? ¡Aún no he terminado contigo!
–escuché la voz del desconocido que segundos antes me tenía agarrada y
seguidamente un fuerte golpe.
Levanté la cabeza un poco y vi al joven sangrando
por la nariz y mirando a Anger con rabia. Éste último permanecía impasible pero
alerta. El herido intentó darle un puñetazo a Anger, que lo esquivó rápidamente
y agarró la mano del chico, para después golpearlo con el puño cerrado en la
boca, y bajo la barbilla, y en la nariz otra vez…
-Ahora, el que ha terminado contigo soy yo
–escupió Anger observando al chico que segundos después cayó al suelo rendido.
Anger se sentó a mi lado en el banco y se quedó
mirándome con aquellos profundos ojos azules. Yo sin poder evitarlo, sonreía
tontamente bajo los efectos del alcohol y lo que no era alcohol…
-Anda inglesita que te has lucido… Tu primera
noche aquí y ya la estás liando –reí ante aquél comentario que apenas había
entendido y segundos después estaba suspendida en el aire.
Anger me llevaba en brazos hasta el bloque,
dejando atrás al acosador que seguía tirado en el suelo. Eché la cabeza hacia atrás
y me mareé aún más al verlo todo alrevés y me erguí de nuevo. Miré a Anger que
iba subiendo las escaleras sin hacer mucho esfuerzo, como si no llevase
cincuenta kilos de más en brazos. Era guapo, realmente guapo.
Una onda de calor se fue extendiendo por mi
cuerpo hasta acumularse en la cara. Aparté la mirada de su dulce rostro de
angelito, pues eso es lo que parecía si dejábamos a un lado las evidencias de
que realmente era un macarra. Se detuvo y vi la puerta de mi piso. Intenté
bajarme de sus brazos pero casi provoco la caída del siglo.
-¿Y las llaves? –preguntó suspirando.
-En el bolsillo del pantalón –y sin motivo alguno
empecé a reírme cuando me sujetó con un brazo mientras que con la mano libre
buscaba entre mis bolsillos.
-¡Vaya tela con la inglesita! Anda, deja de reírte
y haz algo por la vida… -levanté una ceja sin entenderlo muy bien.
-¿Hacer algo por la vida? –balbuceé por culpa de
las copas de más que llevaba.
-Sí, que te muevas y me ayudes a buscar las putas
llaves –refunfuñó haciendo una mueca por el esfuerzo. No las encontraba y otra
vez empecé a reírme.
-¿Sabes? Unas llaves no pueden ser putas, porque…
¿cómo hacen unas llaves…? –me tapó la boca y me sentó en el suelo.
-¡Anda, cállate, cállate! ¡Qué me tienes
contento! –intentó mirarme serio, pero al ver que yo no conseguía dejar de reír,
él se unió a mis risas.
-¡Aquí están! –grité sacándolas del bolsillo
trasero.
Bufó y las metió en la cerradura de la puerta
abriéndola.
-¿Puede la princesita entrar sola o necesita
ayuda? –bromeó haciendo una pequeña reverencia.
-Puedo yo sola, gracias –me incorporé apoyándome
en la pared y agarrándome al marco de la puerta para poder entrar. Escuché una
leve risa a mi espalda y lo miré- ¿De qué te ríes?
-Anda, ya te ayudo yo –volvió a levantarme, pero
esta vez lo hizo con menos delicadeza. Me cogió de las piernas y me recargó en
su hombro, como si fuera un vulgar saco de patatas.
-¡Oye, así no se trata a una princesa! –grité intentando
parecer enfadada, pero fue imposible. La estúpida risa volvió a apoderarse de mí.
Me llevó a mi habitación guiado por mí y me tumbó
en la cama con cuidado. Se sentó unos segundos a recuperar el aliento y me miró
sonriendo.
-¿Y ahora qué te hace tanta gracia? –le pregunté
algo enfadada.
-Me hace gracia que una inglesita pija como tú
esté tan borracha –respondió-. De verdad, pensaba que tenías más glamour –al oír
las últimas palabras me incorporé y le di un puñetazo en el hombro-. ¡Auch!
¿Encima de que te ayudo? ¿Así me la pagas? Eres una desagradecida –bromeó sin
dejar de reírse.
-Que sepas, señor macarra, que yo derrocho
glamour –puntualicé también riéndome.
-Pues lo siento mucho, “Miss Glamour”, pero el
macarra tiene que volver a su fiesta –se puso de pie dispuesto para irse.
-¡Espera! –se paró en la puerta de la habitación
y se quedó mirándome con una ceja levantada-. Me caes bien macarra. Cuando te vi
esta mañana pensaba que eras el típico chulo que iba repartiendo golpes por ahí
y buscando pelea, pero no… Me has sorprendido. Es más, me parece raro que no
hayas intentado meterme mano estando en mi estado –rió ante el último
comentario y volvió a la cama. Se acercó a mí, dejando su rostro a centímetros
del mío, sin borrar la sonrisa.
-No me hace falta aprovecharme de ti, porque muy
pronto, estando sobria, tú misma me pedirás que te bese –pestañeé un par de
veces, atónita por lo que había dicho- Así que… buenas noches princesita –añadió
dándome un beso en la mejilla y un instante después desapareció por la puerta.
Me dejé caer en la cama suspirando. ¿Pero qué se
creía? ¿Yo? La mismísima Nicki, pedirle un beso a él, un macarra de turno… ¡Já!
No se lo creía ni él.
Sin quitarme la ropa cerré los ojos, algo menos
mareada que antes y cerré los ojos, quedándome sumida en un profundo sueño.
domingo, 22 de julio de 2012
Capítulo 4.
Después de toda una tarde arreglando los últimos
detalles de la instalación, Ruth y yo pudimos pensar en salir un rato. No nos
molestamos ni en cambiarnos de ropa. Ella cogió el bolso y guardó todo lo
necesario y yo me limité a meterme las llaves en el bolsillo.
Cuando estábamos listas, escuchamos como alguien
llamaba a la puerta golpeándola insistentemente. Fui corriendo a abrir mientras
Ruth se encendía otro cigarrillo y me encontré frente a un par de chicos con
chaquetas de cuero negras. Al subir la vista hacia los ojos del más alto, lo
recordé: era el cabecilla del grupo que nos encontramos al llegar.
El otro sin embargo no me resultaba familiar. Era
de mi misma estatura, con el pelo negro y excesivamente corto. Un piercing en
su ceja tapaba una pequeña parte de una cicatriz que subía por su frente. Me
miraba sonriendo y aún así me intimidaba, no sabía si era por aquella cicatriz,
por sus rasgados ojos negros, o el dragón que tenía tatuado en el cuello…
-¡Comité de bienvenida señoritas! –el chico rubio
se hizo un hueco entre yo y la puerta y entró en el piso como si fuera su casa.
El otro lo siguió imitando sus movimientos.
-¿Te acuerdas de Fran? ¿El que vivía aquí? –Le
preguntó el cabecilla a su compañero- Vaya paliza se llevó… Si es que no se
puede ser tan aguafiestas.
Entendí unas pocas palabras de las que había
dicho, entre ellas, Fran, vivía aquí, paliza…
Ruth inmediatamente me lo tradujo todo y me quedé atónita mirando a
aquél par de chicos.
-Vamos a salir –les anuncié con la esperanza de que
pillaran la indirecta. Ambos se quedaron mirándome curiosos.
-Con que inglesas… -murmuró el bajito dándole un
codazo en las costillas al rubio. Rieron mirándonos con una sonrisa pícara y
avanzaron por el pasillo.
-Solo vamos a echar un vistazo para ver que tal
todo –dijo el más alto sonriéndome. Tenía unos dientes blancos y perfectamente
alineados- ¿Me entiendes inglesita?
-Primero, te entiendo perfectamente, segundo, no
soy inglesa y tercero, fuera de mi casa, tenemos prisa –gruñí ya cabreada por
la insolencia de los dos imbéciles que se nos habían colado en casa. Ruth me
miraba divertida.
-Venga Sara, no tenemos prisa –repuso Ruth y le
dirigí una mirada asesina mostrando claramente mi oposición a que nos
quedáramos aguantando a semejantes personajes.
-Eso inglesita… -lo miré aún peor que a Ruth y el
chico rapado se rió.
-¡Joder con la nueva! –Exclamó- Tiene agallas,
Anger –el tal “Anger” chasqueó la lengua y se acercó a mí.
-Sabes que me gustan así, Gorka, no hay nada mejor
que una tía con carácter –puso un dedo bajo mi barbilla levantándome levemente
el rostro y aparté la cara inmediatamente- ¿Ves? Se me hace la dura, pero está
loquita por mi –fanfarroneó dándose la vuelta y caminando hacia la salida-
¡Vamos Gorka, que las señoritas necesitan intimidad!
Su compañero lo siguió como un fiel perrito y
antes de que ambos desaparecieran por la puerta, el rubio se giró.
-Esta noche os espero en mi casa, hacemos fiesta
–me crucé de brazos y levanté una ceja. Si se pensaba que íbamos a ir a su
casa…
-Claro, no nos vendría mal conocer a gente,
¿verdad Sara? –giré la cabeza mirando a Ruth con los ojos abiertos, pero ella
solo sonreía.
-Bien, es el último apartamento. A las doce y
media nos vemos –nos guiñó un ojo y por fin desapareció de mi vista.
Esperé a que estuvieran lo suficientemente lejos
para que no nos escucharan y cerré la puerta.
-¡Pero tú estás loca! –le grité a Ruth levantando
los brazos- No los conocemos y créeme, no son de confianza…
-Nicki, eres una desconfiada –abrí la boca para
corregirla pero me interrumpió- Perdona, Sara, pero yo quiero salir de fiesta y
conocer a ese bombón…
-¡Así que todo es por eso! ¿Te gusta un tío al
que apenas conoces y que tiene pinta de ir repartiendo palizas por ahí? –Ruth
asintió riéndose-
-No te pongas así Sara… Además, tienes que
admitir que está buenísimo y ese puntito macarra que tiene me vuelve loca
–intenté mantenerme seria pero no pude. Ruth era de lo que no había.
-¡Está bien! –Exclamé- Haremos lo que tú quieras
esta noche, pero ahora nos vamos a dar un paseo –la agarré del brazo sacándola
de la casa y cerré la puerta.
Subimos en el coche las dos e hicimos una ruta
turística por toda Sevilla. Primero visitamos la Giralda y paseamos por las
estrechas calles que la rodeaban. Después unos sevillanos nos hablaron de los
Reales Alcázares y nos quedamos maravilladas por los jardines. Fuimos a visitar
la calle Tetuán e hicimos unas compras y a continuación a la calle Sierpes
donde paramos para entrar en algunas tiendas también.
Tras horas andando y comprando compulsivamente,
fuimos a la Plaza Nueva y nos sentamos en la terracita de un bar. Estiré las
piernas y suspiré. Nadie me había reconocido por la ciudad, ni si quiera nos
habían mirado más de la cuenta. Estaba feliz. Feliz de poder ser libre, feliz
de ser quien quería ser, feliz de poder salir a comprar sin que la gente se me
echara encima pidiéndome autógrafos y fotos. No tenía que tener miedo, no tenía
que esconderme, era completamente feliz.
-¡Esto es una maravilla! –Exclamó Ruth- Mañana
iremos a la Torre del Oro y después veremos una película en Nervión… ¡Ah! Se me
olvidaba, también tenemos que sacar tiempo para tomarnos una copa en un bar que
me han comentado unos chicos… está en la calle Argote de Molina.
-¡Para por favor! Me estás estresando –reímos las
dos y vimos que venía el camarero. Un hombre de unos cuarenta años delgado y
con abundante pelo (lo cual es un milagro para tener esa edad) nos atendió- Yo
quiero una Coca Cola.
-A mi ponme un Redbull –el camarero nos mostró
una sonrisa y sus dientes amarillentos delataron que era fumador. Se retiró
silencioso y en menos de tres minutos nos trajo la bebida.
Después de darle varias vueltas al asunto miré a
Ruth y disparé la pregunta:
-¿De verdad piensas ir a la fiesta? –sonrió
mirándome y le dio un trago al Redbull.
-No –suspiré aliviada, pero por lo visto no había
terminado- Pienso que las dos vamos a ir –concluyó matizando la palabra “dos”.
Volví a suspirar. No tenía remedio alguno.
-Mira, no los conocemos, tienen pinta de estar
pirados y no me apetece que me arresten la primera noche que paso en España
después de tanto tiempo –ahora la que suspiró fue ella.
-Sara, Sara, Sara… -bufó- Nadie nos va a
arrestar, todo va a salir genial y lo vamos a pasar de puta madre –hice una
mueca dejando clara mi desconformidad- No seas “aguafiestas” –terminó
utilizando la palabra que horas antes había aprendido de aquél chico rubio.
-Eres realmente odiosa, lo sabes ¿verdad? –La
inculpé señalándola con el dedo índice- Si salgo de fiesta sabes que beberé
hasta que no me acuerde ni de donde está nuestra casa, y te recuerdo que
vivimos en el mismo piso –rió y la intenté mirar seria reprimiendo la risa- Te
hago total y absolutamente responsable de lo que pase esta noche en esa
condenada fiesta.
-Relájate Sara, porque tengo el presentimiento de
que va a ser una noche inolvidable.
-Si llamas “noche inolvidable” a estar rodeada de
macarras que no conoces y acabar vomitando en el felpudo de nuestro piso antes
de entrar… sí, te aseguro que será una noche inolvidable –argumenté bebiendo de
mi Coca Cola.
-Eso no va a pasar –repuso.
-¿Y cómo estás tan segura?
-Porque no tenemos felpudo –reímos las dos y nos
terminamos nuestras bebidas.
Ruth era una chica encantadora, pero
incorregible. A nadie se le ocurría llevarle la contraria, pues cuando lo
hacían, solo perdían el tiempo. Era la persona más cabezota que había conocido
en toda mi vida.
Volvimos al coche y llegamos a casa, donde nos
tumbamos un rato antes de empezar a prepararnos para la fiesta. No tenía mucho
sueño, por lo que me levanté del sofá y me dispuse a deshacer la maleta y meter
algunas cosas en aquél microscópico armario. Ordené los zapatos por colores y
altura, reorganicé las camisetas y cogí algunas prendas que tiré sobre la cama
para elegir que ponerme para la fiesta. Entonces escuché un ruido. Agua. Ruth
se me había adelantado y ya estaba en la ducha.
Bufé e intenté relajarme. ¿Qué diablos se suponía
que debía ponerme? Tras una larga hora me decidí por unos pantalones cortos
vaqueros y una camiseta de tirantas negra. Tampoco tenía que ir muy arreglada a
la estúpida fiesta de aquellos macarras…
Cogí unas Converse negras y las dejé a los pies
de la cama. Me senté esperando mi turno y poco después, Ruth se dignó a salir
del baño.
-¡Joder! ¡Sí que me vas a salir cara tú!
–exclamé.
-Tampoco es para tanto… -objetó Ruth que se
acercaba al armario envuelta en una toalla.
-Llevas una hora en el baño… ¡Una hora! –grité
levantando los brazos.
-Bah, no hay sequía –se excusó buscando algo que
ponerse. Por mi salud mental, decidí no seguir con aquella ridícula discusión y
me metí en el baño.
Terminé en un cuarto de hora y tras secarme el
pelo y vestirme me maquillé un poco. No pensaba arreglarme para ir a semejante
circo, porque estaba segura de que aquello iba a ser precisamente eso, un
circo. Chicos fumando porros y drogándose, chicas intentando llamar su atención
con sus cortas prendas y tacones de infarto, y probablemente algún que otro
idiota con ganas de pelea. Sabía como era la vida real y por muy ajena que
hubiese vivido a todo eso, lamentablemente en el mundo del espectáculo también
había gente que practicaba esa forma de vida.
No estaba en muy buena posición para criticarlos,
pues yo misma fumaba, bebía e incluso había probado algún que otro porro… pero
no me consideraba tan irresponsable como para gastarme la mitad de mi dinero en
droga.
Tras minutos de reflexión, terminé de ponerme el
rimel en las pestañas y volví a la habitación, donde Ruth seguía sin estar
convencida de su elección a la hora de vestir.
-¿Me queda bien? –señaló su esbelta silueta y sus
preciosas curvas y la miré entrecerrando los ojos.
-Hasta un saco de patatas con un bonito lazo rosa
te quedaría bien –le reproché señalando su cuerpo.
-Te estoy hablando en serio… ¿te gusta lo que
llevo? –hizo pucheritos y puso su habitual cara de corderito degollado y asentí
suspirando.
-Estás preciosa… ¡Pero qué digo! ¡Estás perfecta!
Afrodita se estará retorciendo de envidia allí donde esté –bromeé agarrándola
de una mano y levantándola para que girase sobre sí misma- De verdad, estás
genial.
Sonrió y se fue al baño a terminar de prepararse.
La vi alejarse y realmente la envidié. Llevaba una camiseta de tirantas
ajustada de color blanco y negro, unos pantalones cortos negros y unas
bailarinas blancas. Cuando salió del baño, pasados unos treinta minutos, tenía
una trenza que le llegaba a la mitad de la espalda y se había delineado los
ojos sin recargar el rostro, manteniendo su belleza natural.
Ruth fue hacia su maleta y sacó una cajita de
flores donde guardaba sus joyas. Cogió un collar largo de perlas blancas y lo
dejó caer en su cuello. Simplemente perfecta.
-¿Todo listo? –le pregunté caminando hacia el salón.
Me metí las llaves en el bolsillo del pantalón y cogí los cigarrillos y el
mechero. Iba a ser una noche muy larga.
-Todo listo –asintió y se guardó tanto el móvil
como los cigarrillos en el bolsillo.
Cerré la casa y subimos las escaleras hasta el piso
que nos había dicho el tal Anger. Antes de entrar le dirigí una última mirada a
Ruth, esperando que con un poco de suerte se arrepintiera y volviéramos a casa,
a dormir tranquilas sin tener que pasar por aquello… Pero no, Ruth solo sonrió
y me guiñó un ojo, intentando darme ánimos.
Bufé y mascullé una sarta de improperios en voz
baja y ella volvió a mirarme riéndose.
-¡Venga ya Sara! No vayas a amargarme la fiesta.
Pasémonoslo bien y recordemos esto como una divertida anécdota.
-Si me vomitan encima la “bonita anécdota” se
quedará grabada en mis preciosos pantalones y mi camiseta nueva –gruñí
mostrando una falsa y forzada sonrisa.
Pegó en la puerta sin hacerme mucho caso. Escuché
algunas voces en el interior y unos pasos acercándose a la entrada. Cerré los
ojos para asimilar lo que íbamos a hacer y finalmente los abrí pensando que tal
vez no estaría tan mal…
-De verdad, tengo el presentimiento de que va a
ser inolvidable –dijo Ruth, y justo cuando estaba a punto de hacer un comentario
sobre lo que acababa de decir el picaporte de la puerta se giró.
La noche había comenzado y en ese momento no
tenía ni idea de la certeza de las palabras de Ruth…
Suscribirse a:
Entradas (Atom)