jueves, 28 de junio de 2012

Capítulo 2.




-Pero escúchame Nicki, por favor, entra en razón –hice caso omiso a las palabras de Zoe (mi estilista) y cogí el móvil para preguntarle a Ruth si había terminado de preparar la maleta-. ¡Escúchame! ¡Solo te pido una semana! –le hice un gesto con la mano para que guardara silencio, pero sonó el buzón de voz de Ruth.

-No pienso aguantar una semana más aquí –me opuse buscando otra vez el número de Ruth en mi agenda, pero para mi sorpresa, Zoe me quitó el móvil de las manos.

-Escúchame, que te lo digo por tu bien. Conseguiré que ni el mejor paparazzi del mundo te reconozca, pero dame una semana para transformarte en otra persona –sin hacerle mucho caso traté de arrebatarle mi teléfono, pero fue más rápida que yo y me esquivó.

-Zoe, esto es un infierno, yo necesito desaparecer una buena temporada y lo pienso hacer, con o sin tu ayuda, pero te juro que lo haré –la amenacé tendiendo una mano para que me devolviese lo que era mío.

-Pero Nicki, si yo te apoyo, pero hazme caso, en una semana conseguiré que no te reconozcas ni tú misma cuando te mires en el espejo –medité su propuesta y llegué a la conclusión de que tal vez no era tan mala idea.

-Está bien, pero solo una semana, ni un día más –suspiró aliviada y me devolvió el móvil.

Le escribí un mensaje a Ruth explicándole el cambio de planes de última hora. Seguro que me lo agradecería, pues la conocía de sobra y estaría loca intentando escoger qué se llevaba y qué dejaba en casa.

El timbre de la entrada sonó y corrí a abrir la puerta, pues le había dado ya las vacaciones al servicio, ya que supuestamente yo me iría al día siguiente de no ser por la gran capacidad que tenía Zoe para manipularme. Y allí estaba Rob, enfundado en su traje de D&G negro y su flamante camisa importada desde Arabia, hecha a mano por el mismísimo sastre de un importante empresario de la industria petrolífera y blá, blá, blá… En fin, tan impecable como siempre.

-Buenos días Nicki, te veo buena cara. Debe de ser por esa locura que se te ha ocurrido y que nos va a complicar todo lo que teníamos planeado –¿Destilaban inconformidad sus palabras o me lo parecía a mí? (Y sí, es sarcasmo). Por suerte ya me había acostumbrado a Robert, y sus numeritos no me tomarían de sorpresa.

-Buenos días a ti también Robert, ¿te apetece un café? –Negó con la cabeza- ¿Tal vez prefieres un té? –Volvió a negar y se quedó en la puerta mirándome- ¡Uh! ¡Qué maleducada por mi parte! Pasa hombre, no te quedes fuera –oí ciertos gruñidos en voz baja, pero como ya he dicho, estaba más que acostumbrada a Robert y su mal genio.

-No sé qué bicho te habrá picado querida, pero bueno, la jefa eres tú, y si quieres irte, no seré yo quien te lo impida –dijo sentándose en un sillón de cuero negro sin mirar siquiera a Zoe. Típico de Robert, pensé disimulando la risita tapándome la boca.

-Robert, querido –le imité resaltando la palabra “querido”-. Tú mismo lo has dicho todo. Yo soy mi propia jefa, y también la tuya.  Y como no tengo firmado ningún contrato reciente, no hay más nominaciones a premios y si estoy invitada a alguna fiesta la puedo cancelar perfectamente, pienso tomarme unas merecidas vacaciones de tiempo indefinido.

Se quedó callado, pero supe que eso no iba a durar mucho tiempo. Robert no era de aquellos que saben cuando tienen que cerrar la boca, sino más bien todo lo contrario, pero por suerte para mí, en ese momento sonó mi móvil. Había llegado un mensaje:

“Menos mal que voy a tener un poco más de tiempo para arreglar la maleta. ¿Tendremos que ir de compras no?
Te quiero.”


Por fin me había contestado Ruth. Le mandé uno en respuesta diciéndole que mi asesora se encargaría de todo con respecto a la ropa y que yo estaría toda la semana ocupada con el “cambio de look”.



La semana se me hizo eterna, pues cada día era una rutina insoportable: despertarse, ducha, rayos UVA, masajista, compras, peluquería, ducha (otra vez) y a dormir. Casi no tenía tiempo para sentarme y comer, tenía que prepararme el menú entero antes de irme a dormir, para así no perder tiempo el día siguiente.

Por suerte, cada vez que salía de casa lo hacía de la manera más discreta posible, por lo que no se produjeron altercados que me delataran. Ninguna persona que no formase parte de mi equipo me vio en esos días, así que no fui portada de ninguna revista en la que se mostrase mi cara de recién levantada, o un calcetín de diferente color que el otro, etc. Nadie se enteró de nada sobre mis cambios, lo cual era un gran alivio, pues si por el contrario hubieran notado algo, se habrían arruinado mis vacaciones y me habrían acribillado a preguntas.

Cuando el sábado por la tarde, después de todas aquellas tardes sin descanso, me vi al espejo bendije a Zoe, pues realmente había obrado un milagro. Mi rojizo cabello se había vuelto de un castaño oscuro y había crecido notablemente, lo que me parecía imposible, pues solo habían pasado siete días, pero ahí estaba la viva prueba. No había rastro de esa piel casi transparente que antes había sido la que cubría mi cuerpo, y su lugar lo ocupaba ahora un ligero tono dorado digno de un verano en las playas de Miami. Incluso mis ojos estaban más verdes que de costumbre (se debería a unas gotas que me habían obligado a echarme dos veces en semana). Si hasta las cejas habían cambiado de forma gracias a unas pinzas depilatorias. Había adelgazado dos kilos, pero me había puesto más en forma. Era como observar a una completa extraña en aquél enorme espejo, pero a la vez estaba segura de que era yo, pues ¿quién sino iba a ser?

Esa sensación de no reconocerme ni a mí misma era escalofriante, y mientras más pensaba en ello más miedo me daba. Pero aquello era exactamente lo que necesitaba y Zoe lo había conseguido.

Sacudí la cabeza de un lado a otro para volver a la realidad y librarme de aquél reflejo. Corrí en busca del móvil le dejé un mensaje a Ruth para que fuese inmediatamente a mi casa. En pocas horas recibiría los papeles sobre mi identidad falsa, así como el pasaporte, el billete del vuelo y la localización del piso en el que íbamos a vivir.
Escogí como destino Sevilla, pues era una ciudad que siempre había querido visitar y por fin iba a cumplir mi sueño. Por otra parte, también le dejé bien claro a Robert (que se encargó de todo) que no quería una casa lujosa, ni un hotel, ni un lugar apartado, sino un pequeño piso que no fuera nada caro y que no se encontrase en una zona de gente rica. Quería vivir por una vez todo lo que se me había negado por mi condición. Deseaba conocer a la gente normal y que ellos me viesen a mí también como alguien corriente. Y ese deseo se iba a cumplir en pocas horas.

Sumergida en mis pensamientos sobre mi nueva y temporal vida el móvil sonó y me sobresalté. Miré la pantalla y pude comprobar que era Robert.

-Nicki, tengo ya todos tus papeles en orden. A partir de este momento te llamas Sara Collins Díaz, y te recuerdo que allí se utilizan los dos apellidos –asentí sin darme cuenta de que no podía verme a través del teléfono, por lo que respondí con un “sí, lo recordaré”-. Muy bien, de todos modos tendrás el DNI, el carné de conducir, el pasaporte y demás por si se te olvida algún dato. Por prudencia cambié también tu mes de nacimiento y el lugar de nacimiento, pero sigues teniendo diecinueve años, así que allí podrás hacer lo típico de cualquier mayor de edad…

Sonó la otra línea y la atendí un momento.

-Ruth, espera que voy a terminar de hablar con Robert –le dije, y sin darle tiempo a hablar volví a cambiar de línea-. Robert, que tengo a Ruth por la otra línea. Ocúpate de que me lleguen los papeles con todo en orden y tómate unas merecidas vacaciones. Por cierto, de vez en cuando puede que recibas una llamada mía para que cambies los dólares a euros y me los envíes, ¿vale? Confío en ti, un beso.

-P-pero Nicki… -fue lo último que escuché antes de colgarle y volver a hablar con Ruth.

-Ruth, tienes que venir ahora mismo a mi casa y ver esto. ¡Es impresionante!

-¿Ha quedado bien? ¡Hace ya seis días desde que no te veo el pelo! –exclamó con su típico tono de indignación. La verdad es que yo también la había echado de menos, pues era muy raro que estuviésemos separadas.

-Pues cuando vuelvas a vérmelo no lo vas a reconocer –reí pensando en la cara que se le quedaría a Ruth en cuanto me viera.

-Joder tía, ¿tan diferente estás? –Escuché un sonido de fondo similar al de unas llaves introduciéndose en un coche- Te dejo que estoy arrancando el coche para ir a tu casa cariño. Nos vemos allí. Te quiero.

-¡Y yo a ti! –me despedí e inmediatamente me tiré sobre la cama tapándome la cara y riéndome de pura felicidad.

Aquello era maravillosamente increíble e inimaginable. En mi vida había pensado que algo así me pudiera pasar a mí, pero por suerte estaba equivocada.

Busqué en la agenda del móvil el número de mi asesora de moda y la llamé, para preguntarle qué tal le habían ido las compras durante la semana. Tenía que conseguir algo diferente a mi estilo, pero que me quedase bien y sobre todo, que me sintiera cómoda. Al cabo de unos segundos escuché su aguda voz al otro lado del teléfono.

-Michelle al habla –contestó.

-Michelle, soy Nicki –aclaré.

-¡Hola querida! Justo ahora mismo estaba pensando en llamarte. Creo que he conseguido lo que querías, pero para eso te quería llamar –hizo una pausa. Seguramente estaría apuntando algo en su agenda, como siempre.

-Tú dirás, Michelle.

-Pues te quería preguntar si te viene bien que me pase ahora por tu casa para que veas lo que he comprado y me digas qué te parece todo.

-Claro, ven en cuanto puedas, yo estaré aquí –escuché un coche aparcando en la entrada y corrí las cortinas para ver quien era. Tal y como me imaginé, era Ruth.

-En una hora y media estaré allí Nicki. Nos vemos –se despidió colgando antes de que yo pudiera decir nada más.

Corrí a abrir la puerta antes de que llamara Ruth y la encontré frente a mí. Estudió mi cuerpo de arriba abajo con la mirada y finalmente se detuvo en mis ojos con una expresión confusa en su rostro.

-¿Nicki?

-La misma –asentí sin poder reprimir una sonrisa. Si ni mi mejor amiga me había podido reconocer, nadie lo haría.

-¡Tía, estás irreconocible! –gritó empujándome al interior de la casa y cerrando la puerta tras de sí- Deja que te vea bien –agarró una de mis manos e hizo que girara sobre mí misma.

-¿Increíble verdad? –le pregunté caminando hacia la cocina para comer algo.

-Es que no pareces tú, pero estás igualmente fabulosa –se sentó en una silla de la cocina y se cruzó de brazos esperando a que yo terminara de comerme el donut de chocolate-. No sé como demonios lo haces pero estás genial hagas lo que hagas.

-Gracias, pero no creas que no me ha costado. A parte del dinero que he gastado, no he podido parar ni a respirar en toda la semana –hice una mueca recordando aquellos días y le ofrecí un donut a Ruth, que rechazó, como siempre-. Con decirte que casi no he podido fumarme un cigarro tranquila en todos estos días…

-Eso ya si que es grave. Conociéndote sé que lo que peor te sienta es la falta de nicotina, sobre todo cuando te estresas. Y que lo que más te gusta es el cigarrito de después de comer –asentí dándole un bocado al donut.

-Pues eso, que no me he podido fumar ni uno tranquila, siempre tenía que tirarlo por la mitad o más porque llegaba tarde a la peluquería, o al esteticista, o…
-¡Calla que me vas a estresar! –rebuscó en su bolso y sacó un paquete de tabaco- Por suerte, ya todo ha terminado y nos iremos de vacaciones, así que celebrémoslo con tu primer cigarro completo de la semana querida. Pero el mechero lo pones tú.

-A ver si encuentro uno, porque siempre los pierdo –busqué por la cocina, dentro de la estantería donde tenía los libros de recetas y efectivamente, allí había un mechero.

Encendimos los cigarrillos y salimos a la parte trasera. Nos quitamos los zapatos y caminamos por el césped sintiendo como la hierba acariciaba nuestros pies. Era una sensación tan agradable…

Nos tumbamos cada una en una hamaca y conversamos un rato sobre las cosas que haríamos en España (locuras la mayoría). Nos fumamos un par de cigarros más y escuché como llamaban a la puerta. Dejé a Ruth tumbada en la hamaca y fui a abrir.

Allí estaba Michelle, que me agarró de la mano y me llevó hasta su coche. Era un todoterreno grande y en cuanto abrió la puerta trasera casi quedamos sepultadas bajo tantas bolsas.

-Ayúdame a cargar las bolsas, que te voy a enseñar lo que he comprado.

La ayudé a cargarlo todo hasta mi habitación, lo que nos llevó más de una hora. Cuando estábamos en mi cuarto Ruth, Michelle y yo, abrimos las bolsas y miramos toda la ropa que había allí.

Vi una gran cantidad de ropa desparramada sobre mi cama y quedé encantada con lo que había elegido Michelle. Había acertado completamente. Era ropa típica de una adolescente de ciudad que intenta llamar la atención, pero no de manera estrafalaria.

Y ya, para terminar con aquella tarde perfecta, llegaron todos los papeles arreglados. Me despedí de Ruth y Michelle y me tiré en la cama sin comer por los nervios que tenía acumulados. El día siguiente sería magnífico.










2 comentarios:

  1. La historia va muy bien, disfruto mucho de leerla porque tienes una forma de escribir muy fluida y práctica. Me encanta la manera en la que narras.

    Hasta ahora me sigue gustando mucho tu novela.

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  2. Gracias, de verdad, me gusta saber que opináis, tanto lo bueno como lo malo. Si notas algún fallo o lo que sea, no dudes en decírmelo ¿vale?

    La verdad es que intento no centrarme demasiado en las descripciones y demás para que la lectura sea más rápida y no tan pesada, así que me alegro que lo hayas notado.

    Un beso.

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